“Justificación al comportamiento de la jefe del gabinete de la Presidencia de la República, y otros funcionarios del gobierno del cambio, es la muestra de cómo se abusa del poder, y se vulnera el estado de derecho de los menos favorecidos, por parte de quienes en campaña juraron proteger a los “nadies”.”
Burla del debido proceso, encerrando y sometiendo a la prueba de polígrafo a una niñera en un sótano ubicado al frente de la Casa de Nariño, es el camino de una fuerza política que utiliza el poder para justificar cada uno de los errores que comete a diario. Argumentos de seguridad que se esgrimen, desde la presidencia, no pueden desviar la atención sobre lo que se teje detrás del gasto desbordado que tienen los funcionarios gubernamentales a todo nivel. Flaca memoria, de los colombianos, no permite atar cabos y encontrar el hilo conductor, y los puntos coincidentes, de las bolsas con fajos de billetes de su presidente en campaña, el morral con millones olvidado por Roy Barreras, los dólares incautados a Piedad Córdoba y ahora el maletín con dinero de Laura Sarabia. Monólogo reiterado que se quiere camuflar como un linchamiento social, escarnio público, para acabar con una persona, sacarla del camino y pulverizar la propuesta del cambio.
Métodos cuestionables, que se emplearon para humillar y atemorizar a la niñera del hijo de Laura Sarabia, son los mismos que se usan, y avalan, en asuntos de seguridad nacional, aquellos que se emplearon, y criticaron en su tiempo, contra agentes al margen de la ley en casos como la toma del Palacio de Justicia. Cohonestar con lo acaecido, abre camino a la tiranía, el hostigamiento, la tortura, y miles de delitos que en nada se distancian a lo que se atribuye al F2 en aquel suceso del 6 y 7 de noviembre de 1985. Soberbia desmesurada que acompaña al Pacto Histórico, y sus fuerzas conexas, hace temer que, si esto es ahora, qué es lo que estará por venir. Grave resulta la tortura psicológica, que se naturalice y normalice lo que tanto decían odiar y reprochar las fuerzas de izquierda, pero es lo que llevan a la práctica en cada acto.
Pacto, destructor e infame, es el que se defiende a ultranza por un gobierno, con tintes dictatoriales, que con arrogancia, abuso y corrupción delinea el actuar de un régimen contra todos los ciudadanos. Reformas que se quieren imponer desdibujan las instituciones, desconocen el estado social de derecho, y propagan el odio que trae consigo una polarización fundamentada en la ideología política de extremos (izquierda, centro y derecha), y la diferencia de clases. Quien hoy ostenta el poder, no es el dueño de Colombia, es un progresista al que le parecía estupenda la institucionalidad y la democracia mientras hacía campaña, pero no las respeta en el ejercicio del cargo. Exaltación de ánimos, llamado a las calles para defender la transformación, es el innecesario proceder de un cacique, con incapacidad gestora, que mueve las fichas en beneficio propio y en cada suceso induce a sus aliados al prevaricato.
Uso de los recursos públicos como si fueran propios, y no de todos los colombianos, es el que satisface el apetito del maquiavélico clientelismo que acompaña a un gobierno que carece de una mínima cuota de decencia. Apuesta política de la izquierda se constituye en un fraude, un irrespeto a sus votantes, pues es incapaz de obtener la aprobación de sus propuestas con argumentos y por ello recurre a la repudiada mermelada. Miseria absoluta que se quiere generalizar con la aniquilación del sistema de salud, el diluir las pensiones y la destrucción del empleo tiene sus ejemplos claros y fehacientes en Venezuela, Cuba y Argentina, naciones que creyeron en el socialismo progresista y hoy pagan las consecuencias de ello. Punto de giro, reacción a tiempo, serán las elecciones de octubre, espacio donde los colombianos deben seguir el ejemplo que dieron los chilenos en la consulta del 7 de mayo, o los españoles en sus comicios de este 28 de mayo, traspiés de una corriente que se quedó en el discurso e incumplió todas sus promesas.
Mitomanía de su mandatario, delirio de persecución que lo acompaña de forma permanente, le resta credibilidad y respaldo. Gobierno concentrado en el 30% de la población, y los delincuentes, no puede desconocer e irrespetar al 70% de los habitantes por ser gente honrada y trabajadora. Insultos permanentes a la prensa, deslegitimación de la libertad de pensamiento y expresión, divide al país frente a prácticas ilegales de un personaje que desde el ataque y la confrontación esboza exigencias no solo indecorosas, sino que rozan lo autoritario. Doble rasero desde el que se instrumentaliza a las clases populares impone en el ambiente que solo está bien lo que hace el “Sensei” de los humanos. Complejo es creer que, por estar en la cúspide de la gobernabilidad, se puede pisotear a los colombianos y no cumplir con los deberes que le corresponden.
Permisividad que se ha tenido con el delito desborda la tranquilidad de la población y la capacidad de las fuerzas del orden que está limitada ante los gestores de paz. Envalentonamiento de los grupos narcoguerrilleros, intenciones de libertad a los “primera líneas” que aviva la bravuconería de las capas populares, vandalismo escudado en ancestrales deudas territoriales con la guardia indígena, son la consecuencia de un gobierno que mete las narices en toda parte, ordena procedimientos, matonea funcionarios y llama a la movilización para imponer su voluntad sin importar que se violen las competencias de las ramas del poder público. Incapacidad moral e intelectual, de los agentes del cambio, hacen que el vivir sabrosito esté sustentado en el arrebatar el fruto del trabajo a los individuos indefensos.
El aprovecharse del poder para contrariar, buscar polarización, incertidumbre y caos, es la estrategia de una propuesta política que dice ser humana, pero en su diario vivir demuestra todo lo contrario. En el caso de la niñera y Laura Sarabia quedó materializado el cómo este gobierno utiliza toda su artillería contra la clase trabajadora, los “nadies” que decían defender son la víctima perfecta de todos los días. La estulta ideología de la izquierda es solo defendida por idiotas útiles, seguidores fanáticos, que enceguecidos van al abismo y desconocen el macabro destino que les está por venir. Populismo que fue sustentado en un cambio ideal, que difícilmente se constituirá en realidad, lleva a defender lo indefendible, la doble moral de los progresistas ejecutó una táctica para democratizar el odio, el dolor y la rabia que hoy es una bomba de tiempo que se les devuelve por no responder a sus promesas y subsidios desde el estado.
Modelo ideológico que se quiere imponer en Colombia tiñe de zozobra, inseguridad, violencia y odio el ambiente social. El país está sometido a la escasa decencia de seres humanos con desviaciones comportamentales propias de sujetos oportunistas. Patrocinio al caos que tejieron desde 2019 invade el ambiente social y naturaliza el vandalismo que se emplea tras el argumento de exigir oportunidades y pedir resultados. Mesianismo que quisieron encarnar en los referentes de lo que llamaron el Pacto Histórico poco a poco se desmitifica, salidas en falso en temas de trascendencia, lavada de manos al mejor estilo de Pilatos, y señalamientos de preocupantes procederes que los liga con acciones non sanctas, pulveriza un discurso retórico que necesita del show digital y la atención mediática para calar en la opinión pública, pese a sus incoherencias y desastres en el ejercicio del poder.
Envanecimiento de caudillos, oscuros personajes que se creen próceres de la democracia, exalta la ira de la masa popular que atónita ve el afán de figurar que los circunda. Hechos de los últimos días han demostrado que a los militantes de la izquierda no hay que atacarlos, solo basta con mostrar los hechos, hacerles preguntas y dejar que contesten, ellos solos evidencian su profunda hipocresía, incongruencia, y resentimiento. El país se hace cada vez más inviable entre la corrupción que lo está acabando, la sed de poder y la ambición de una corriente que se apoderó de las ideas y pensamientos de un pueblo inocente y desorientado que creyó en cantos de sirenas. Se está al frente de un entorno lleno de emociones, máscaras para ocultar un pasado político y social con pocos campos para razonar, biósfera de alta tendencia a la trampa y la criminalidad secundada por una red de adeptos convencidos de que la culpa de todo es de otros sin asumir la cuota de responsabilidad que a cada uno le asiste.
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