El mayor descubrimiento en la historia de la carrera espacial fue la Tierra. Las cosas obvias suelen resultar las más admirables: el 24 de diciembre de 1968, el Apolo 8, primera nave tripulada que abandonaba la Tierra y se dirigía hacia otro cuerpo celeste, tomó la primera foto de su planeta de origen visto desde el espacio.
Platón, en el Fedón, pone en boca de Sócrates que “por debilidad y torpeza somos incapaces de atravesar el aire hasta su extremo; pues, si alguien llegara a su cumbre, o saliéndole alas se remontara volando, y divisara las cosas de allí, levantando la cabeza tal y como la levantan los peces desde el mar para ver las cosas de aquí, en el supuesto de que fuera capaz su naturaleza para resistir esta contemplación, reconocería que aquello es el verdadero cielo, la verdadera luz y la verdadera tierra”.
El viajero descubriría entonces, dice Sócrates, que la Tierra es “como las pelotas de doce pieles, abigarrada, con franjas de diferentes colores, siendo los que hay aquí y emplean los pintores algo así como muestras de aquellos”.
Casi dos mil quinientos años después de que Platón describiera las “cavidades habitables” de la Tierra, los humanos fueron capaces de superar ciertas torpezas para remontar el vuelo y de hallar la forma de contrarrestar sus debilidades para resistir la contemplación de la auténtica Tierra, más allá de las regiones interiores con aire y agua en que, decía Sócrates, la humanidad permanece recluida.
El 25 de diciembre de 1968, apenas unas horas después de que la imagen embriagara las retinas del mundo, el poeta Archibald MacLeish escribía un breve artículo marcado por el sobrecogimiento de la perspectiva recién adquirida. En un planeta saturado de las víctimas indefensas de una farsa sin sentido, escribía MacLeish, donde al final no sólo las víctimas sino toda la humanidad termina siendo víctima, donde millones de seres humanos pueden ser asesinados en guerras mundiales, en ciudades bombardeadas y en campos de concentración sin más razón que la razón de la fuerza, quizás, soñaba MacLeish, algo había podido cambiar en aquellas pocas horas transcurridas desde que la Tierra había sido contemplada por primera vez en la historia no como un agregado de continentes y océanos desde una altura mínima, sino como un todo completo y redondo que podía cambiar el rumbo de la humanidad:
To see the earth as it truly is, small and blue and beautiful in that eternal silence where it floats, is to see ourselves as riders on the earth together, brothers on that bright loveliness in the eternal cold — brothers who know now they are truly brothers.
La captura de aquella imagen no fue el resultado de un plan establecido en la hoja de ruta. Todos los instrumentos, cámaras y atención humana de la misión Apolo estaban dirigidos única y exclusivamente al reconocimiento de la superficie de la Luna con el objetivo de preparar el gran salto para la humanidad pero pequeño para el hombre que se daría unos meses después.
Tras haber rodeado el satélite cuatro veces, el astronauta Frank Borman contempló por casualidad, a través de una de las ventanillas de la nave, la salida de la Tierra por el horizonte lunar. Entonces, sucedió algo curioso: surgió la excitación, algo necesario de evitar en una misión de tales características. Borman llamó la atención de sus compañeros para grabar la imagen, así que pidió la cámara, pero éstos no la localizaban, y el giro de la cápsula espacial hacía correr la breve y rápida cuenta atrás por la que aquella visión desaparecería para siempre.
Borman: Oh my God! Look at that picture over there! Here’s the Earth coming up. Wow, is that pretty.
Anders: Hey, don’t take that, it’s not scheduled.
Borman: (laughing) You got a color film, Jim?
Anders: Hand me that roll of color quick, will you…
Lovell: Oh man, that’s great!
Ahora, la NASA, para celebrar el 45º aniversario de aquella foto ha editado un vídeo en que se recoge el momento y la conversación entre los astronautas en el momento en que la Tierra hacía acto de presencia en su campo de visión. Aunque, por desgracia para la humanidad, puede que a estas alturas sean muy pocas las personas capaces de sobrecogerse…
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