Animales de costumbre: la jaula invisible del humano moderno

“Vivimos a toda velocidad de las notificaciones digitales, rutinas apretadas y metas que nunca parecen suficientes. Parecería que nos movemos por inercia, como si fuéramos autómatas, cumpliendo mandatos que no elegimos. ¿Somos realmente libres o solo animales de costumbre atrapados en una realidad diseñada para parecer auténtica?”


En una sociedad hiperconectada, acelerada y centrada en la productividad, el ser humano opera como un “animal de costumbre”: repetimos rutinas, pensamientos y comportamientos de forma automática, muchas veces sin cuestionarlos. Sin embargo, este piloto automático, útil en algunos aspectos, también nos aleja de nuestra esencia, de la autenticidad y del presente.

Este comportamiento no es casual: la neurociencia y la psicología cognitiva explican que el cerebro reptiliano y el sistema límbico están orientados a la supervivencia, no a la felicidad. Por eso, gran parte de nuestras decisiones son rápidas, instintivas y están más ligadas a evitar el peligro que a buscar bienestar genuino. El cerebro prefrontal, responsable del pensamiento racional y la toma de decisiones conscientes, requiere más esfuerzo y energía para activarse.

Este “modo automático” explica por qué repetimos patrones, incluso cuando no nos hacen bien. También por qué vivir de forma consciente, plena y auténtica requiere práctica y entrenamiento mental (que nos estresa).

A esto se suma la cultura digital, en la que las redes sociales construyen una realidad paralela, superficial y altamente comparativa. Según la neuropsicología, el uso excesivo de redes puede activar el sistema de recompensa del cerebro (dopamina), generando una adicción al like o a la validación externa. Esto refuerza la dependencia del juicio ajeno y deteriora la autoestima real, resultando una fachada que oculta miedo, ansiedad o insatisfacción.

Hoy en día el “mandato social” no proviene del casamiento, de la familia, por el contrario, instauran un mandato social donde todo es perfecto y superficial de “siempre más”.

El resultado es una paradoja: cuanto más conectados estamos, más desconectados nos sentimos. La autenticidad se vuelve revolucionaria, y detenerse, una rareza. Es necesario preguntarnos: ¿Hasta qué punto nuestras decisiones son realmente nuestras?, ¿Qué tanto espacio le damos a la espontaneidad, al silencio, al ser por sobre el hacer?.

Ornella Trosero

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