¿Qué hacer? Fue la pregunta que lo ahogó durante su último semestre de Literatura en la Universidad de los Andes. El camino era sencillo: terminar la universidad y asistir a convocatorias para aplicar a la bacante de docente de colegio. Aguantar un horario de 6:30 am hasta las 4:00 pm en el mejor de los casos. Calificar ensayos mal escritos, realizar lecturas bajo una estructura que no es clara pero que da una valoración al estudiante para saber si es o no es un buen lector, obligar a que consigan el libro, que lo compren bien sea por la alianza editorial que apoya al colegio o comprarlo de segunda en el centro de la ciudad. Calificar y seguir calificando, atender padres de familia y responder preguntas muchas preguntas que se repiten. Luego subir las notas a una plataforma, respaldar la decisión de las mismas y así, pasar de reunión en reunión jugando a ser profesor, psicólogo, amigo y padre, todo en un solo lugar, en un mismo paquete.
El panorama no podía ser más aterrador, pero siempre en la vida hay un atajo, un camino un poco oscuro y hasta desconocido por donde se puede transitar para hacerle un quiebre a la vida que parece mostrar las cosas más complejas y poco amigables. Fue de la mano de Piedad Bonnett con quien Andrés Felipe Solano pudo resolver la incógnita que lo aquejaba durante ese frío semestre. La revista Cromos buscaba un cronista, Andrés Felipe Solano no tenía una experiencia formal sobre el caso, sin embargo, lanzarse al vacío, al mar helado es también una forma de aprender a caer, de aprender a nadar.
No sólo hizo parte de Cromos, con el tiempo la experiencia lo curtió de tal forma que pudo entrar al selecto grupo de la revista Soho, en donde fue cronista y editor hasta que el tiempo le puso en el camino la oportunidad de emprender una empresa grande, que requería no sólo de la mirada periodística sino humana en su punto más claro y literario en su punto más elaborado. Seis meses en Medellín con el salario mínimo se convirtió en el proyecto más arriesgado y ambicioso que por aquel entonces su cabeza podía concebir. Ya con la novela: Sálvame, Joe Louis publicada por editorial Alfaguara, el periodista y escritor Andrés Felipe Solano tomó una maleta con ropa y se dirigió a uno de los barrios más controvertidos de Medellín. La crónica que fue finalista del premio Fundación Nuevo Periodismo, también tuvo el reconocimiento de otros medios a nivel internacional. Se consolidó como uno de los 22 mejores narradores jóvenes en español según la revista Granta y además, sus textos fueron publicados también en la revista Gatopardo.
Ya para la parte final de la primera década del nuevo milenio, estaba lista su segunda novela: Los Hermanos Cuervo. Una novela que conjuga historias de ficción y no ficción, con pequeños elementos que indican el camino que forjaba Andrés en el arte de contar. Posterior a la publicación, de Andrés Felipe se supo poco. Después de cumplir con la invitación a Corea de una residencia literaria, trajo consigo no sólo la experiencia de un mundo tan lejano al nuestro sino a Cecilia, una coreana que le robó el corazón y quien es ahora su esposa. Vivieron en Bogotá y juntos hibernaron la hepatitis de Andrés que luego pasó a Cecilia. La decisión fue mutua, se fueron a iniciar una vida en Corea, allá estaría todo listo para que Seúl los recibiera con los brazos abiertos y les diera las oportunidades que les ayudara a tener una vida tranquila, con otro ambiente, con otro foco desde el cual ver el mundo.
No fue fácil adaptarse al idioma, a las costumbres y a la amenaza constante de una guerra por culpa de una diferencia política. Corea que avanza con pasos agigantados no se deja intimidar por las palabras de un dirigente que pareciera que el mundo estuviera en sus manos, que se cree tener todo el poder. Fue un año difícil, trabajar como traductor, como jurado, escribiendo artículos y dando clases de traductor, todo de forma esporádica pero a la vez, definitiva para solventar las deudas que acosaban a fin de mes. Era como estar en Medellín pero con un matrimonio acuestas y miles de kilómetros lejos de su tierra.
Salgo de la estación y pienso cuán extraño es saber exactamente qué hacer en un lugar tan alejado del sitio en el que nací. Sé qué línea de metro tomar, sé dónde podría comer unas grandiosas empanadas chinas de carne de cerdo, sé que a pocos pasos está Texas Street, la calle repleta de avisos en cirílico para los marinos rusos, sus bares con la puerta a medio abrir detrás de las que se agitan sonrisas en una suave penuria.
Así que entre la lucha por sobrevivir gracias a trabajos pequeños como locutor de noticias, actor de películas independientes y escritor de cuentos de ficción para revistas que no verá después, Andrés Felipe pasa sus días tomando cerveza y comiendo empanadas.
No sé si tienen compasión al verme tan iluso, creyendo que puedo vivir como escritor sin estar amarrado a un puesto en una oficina, como tendría que hacerlo en Bogotá. O si, por el contrario, me tienen una secreta envidia. No tengo jefes ni subalternos, pero tampoco tengo madre, un padre o hermano cerca. Mis relaciones con el mundo son del todo horizontales.
Entre tanto trajín por encontrarse a sí mismo y por hallar una evolución de su ejercicio como escritor, Andrés Felipe Solano reunión una mañana todos sus apuntes sobre cosas que pasaban en su día a día. Fotografías de lugares, avisos y objetos que le parecieron curiosos o necesarios, fueron un punto de partida para que se sentara a escribir y narrara en 205 páginas su vida en Corea. La construcción de su libro: Corea apuntes desde la cuerda floja, se publicó en el 2014 y al año siguiente, fue ganador del premio Biblioteca de Narrativa Colombiana. Se midió a uno de los grandes de la literatura de nuestro país: Juan Gabriel Vásquez quien con las formas de la ruina, sonaba como ganador del prestigioso premio que tuvo como jurado a Héctor abad Fasciolince y Juan Villoro.
Luego llegaría Cementerios de Neón la novela que narra la historia de un excombatiente de la guerra de Corea. Lo conoció muy joven, cuando estaba en Cromos y la construcción de un perfil de ésta guerra, lo obligó a contactar a un colombiano sobreviviente de dicho momento histórico que se desdibuja de la mente de los colombianos. Esta experiencia hizo que de forma consciente, Andrés fuera construyendo durante muchos años, una novela que hablara sobre esto y la importancia que fue para Colombia su participación en Corea. Entre los archivos coreanos y lo que se sabe en Colombia, más su perfil y toda la formación que construyó para aquel entonces, Solano escribe una novela entre la historia y la ficción, entre el arte de contar y el poder de la veracidad.
El arte de narra la vida se puede hallar en las páginas de los libro de Andrés Felipe. Con un ojo en su formación literaria y otro en su construcción como cronista, el bogotano describió con lujo de detalles el quehacer de un extranjero en búsqueda de su propio sueño, de su propia ambición que trasgredió las difíciles estaciones, esos climas tan desbordantes mezclados con lugares exóticos y llenos de misterios. Tanto su vida como escritor como su vida privada estuvieron en la cuerda floja y el lector lo siente, lo vivencia como si fuera propia porque es una fuerza que llama a entender el valor de la vida pero sobre todo, el valor de los riesgos que algunas veces nos sentimos obligados a tomar.
Tan sólo diré que lo único que un escritor debe trabajar es la documentación que ha escogido como resultado de su propio esfuerzo y observación, y no puede negársele el derecho a emplearla. Se puede condenar, pero no negar. Truman Capote