Alquimistas. Roger Bacon, Zenón y Marguerite Yourcenar, libro del escritor colombiano Andrés Felipe López López

La editorial Erasmus libros del grupo Almuzara, en Córdoba, España, publicó en marzo de este año el ensayo Alquimistas. Roger Bacon, Zenón y Marguerite Yourcenar del autor colombiano Andrés Felipe López López, Ph.D.

Con el visto bueno de la editorial y el autor, Al Poniente pone a continuación la carátula, la reseña, un fragmento del segundo capítulo, el índice y una biobiografía resumida del autor.

Reseña en la contraportada

Cuán complejo y completo es un personaje histórico y a la vez ficticio que conjunta características de Leonardo da Vinci, Erasmo de Rotterdam, Nicolás Copérnico, Paracelso, Étienne Dolet, Miguel Servet, Andreas Vesalio, Ambroise Paré, Andrea Cesalpin, Girolamo Cardano, Galileo Galilei, Campanella, Giordano Bruno y otros. Y qué amplio el intelecto creativo y qué calidad de investigación los de Marguerite Yourcenar con los que descubrió a esa figura, a Zenón, el héroe de Opus Nigrum, su mejor novela.

Más allá incluso del control sobre sus propias imaginaciones e indagaciones, Yourcenar reveló un personaje en el que hay más de lo que ella hubiera sido consciente en primera instancia. Roger Bacon, el enigmático y fascinante filósofo de la Edad Media, puede ser una de esas naturalezas ocultas pero determinantes en el peregrino Zenón, imagen del filósofo, el médico, el alquimista, también del herborista y, ocasionalmente, del astrólogo; imagen, en una palabra –tan estimada entre los alquimistas–, del buscador. Si la escritora pensó en Zenón como un hombre muy grande, el resultado, sin embargo, fue un hombre infinito. 

Fragmento del capítulo 2

Zenón, el mencionado protagonista de Opus Nigrum, es el resultado de la «invención de un personaje “histórico” ficticio», según Marguerite Yourcenar en la Nota al final de la novela. No es una personalidad sintética mecánicamente producida a través de la reunión de elementos que estaban dispersos o separados hasta haberlos organizado en la síntesis. Aunque grandes personajes de la literatura sí son sintéticos —no necesariamente generados por un dios poeta con artes mecánicas solamente—, Yourcenar ideó a Zenón inspirándose en características de personalidades históricas que suturó en una sola imagen y el resultado fue un uno de lo múltiple. La unidad es Zenón, lo múltiple suturado en la imagen llena son aspectos de la vida, el temple y los trabajos de Leonardo da Vinci, Erasmo de Rotterdam, Nicolás Copérnico, Paracelso, Étienne Dolet, Miguel Servet, Andreas Vesalio, Ambroise Paré, Andrea Cesalpin, Girolamo Cardano, Galileo Galilei, Campanella, Giordano Bruno y algunos más. La coordinación de estos en una persona hacen de Zenón una circulación de relaciones. Dentro de los algunos más, la misma Yourcenar y (por qué no) Roger Bacon.

Lo que hay de Yourcenar en Zenón no es identificación, ni él es su máscara o disfraz, Zenón es él mismo, para ella existe en verdad con vida propia. En los «Cuadernos de notas» a Opus Nigrum relata haberle visto tal o cual gesto, cuenta que más de una vez le tendió la mano a ese hombre inventado, pero al mismo tiempo Zenón es tanto de ella que si bien contempló a menudo a sus personajes haciendo el amor, nunca se le hubiera ocurrido imaginarse haciendo el amor con ellos, porque «[u]no no puede acostarse con una parte de sí mismo». Lo que impera de Yourcenar en Zenón, entonces, es la expresión de una ética soñada, por esto lo que hay de Zenón en su descubridora es la realización de esa ética, la que consiste en la pasión por comprender y por ser útil, para que la vida en verdad sea, como ella pensaba, un milagro de sensibilidad y lucidez. El Adriano de Yourcenar diría que ser útil depende de una decisión y Zenón lo hace conociendo y curando, pues es médico filósofo. La literata estaba fascinada con dar ser a personajes que fueran espejos universales, pero aún más con poder dar existencia a personajes mejores que nosotros, más fecundos o más fuertes, capaces de ejercer influencia en el destino del mundo, que produjeran en el lector, mucho más que la identificación, una teleología porque son ideas teleológicas.

Bacon es una latencia o, más que esto, un ancestro próximo en cuanto a las ideas, en todos esos hombres del Renacimiento evocados. De hecho, lo mismo aplica para los que históricamente hicieron parte en la formación de uno u otro, Luca Pacioli en Leonardo, es un ejemplo, Platón en Galileo, es otro. Es muy larga y compleja la red de lazos del espíritu con que se vinculan tantos hombres de ciencia y arte. Giordano Bruno, en Explicatio Triginta Sigillorum (2009), concibió que los filósofos son de algún modo pintores y poetas, y que, recíprocamente, los poetas son pintores y filósofos, y los pintores son filósofos y poetas, gracias a un principio del pensamiento que los une porque les es común, el del estímulo creativo. Por esta misma razón, pensó él, los verdaderos filósofos, poetas y pintores tienen predilección unos por otros y se admiran mutuamente.

Sobre Zenón, su inventora dice (2019a), en «Juegos de espejos y fuegos fatuos», que no sería extraordinario que unos cálculos bien precisos de orden histórico y literario, con el objetivo de otorgarle a un personaje imaginario la mayor verosimilitud posible, «lleguen a tropezar como por casualidad con un personaje que ha existido» (p. 306). Me ocurrió a mí, sin hacer los cálculos, al menos no conscientemente, al leer Opus Nigrum. Además de ser una identidad de ficción en la imaginación de su autora, además de ser una figura histórica imaginal que reúne atributos de los renacentistas recordados y que realiza una ética, en Zenón vive otro personaje que históricamente existió, en Zenón damos con Roger Bacon. La escritora autoriza este sueño cuando, a reglón seguido, escribió (2019a, pp. 306-307): «Lo que sigue haciéndonos soñar es la cantidad y la intensidad de los oscuros impulsos que nos han ido llevando así hacia un nombre, un hecho o un personaje y no otro. Entramos ahí en un bosque sin senderos».

La inmersión en dicho bosque carente de sendas, sin perderse, y salir sano y salvo, voy a emprenderla ahora. El bosque es el mismo Zenón, peregrino «instruido por los viajes, formado por la observación y la experiencia y por lo mismo adelantado a su tiempo» (Breulet y Delcroix, 2000, p. 169); clérigo educado en la Escuela de Teología de la Universidad de Lovaina, que ya desde joven, en colaboración con el compañero tejedor Colas Gheel, diseñó o rediseñó máquinas de peso y telares mecánicos, y entre risas con el amigo Jean Myers, médico no graduado, soñó en horas de osadía con una cosa parecida a la cabeza autómata y parlante de Roger Bacon, deseó construir un autómata menos rudimentario que el hombre; Zenón, lector, devorador de libros y secretos; filósofo que «está siempre en actitud de definirse» (Venegas, 2005, p. 146), ocupado en problemas universales, que presiente un orden eterno o una enigmática veleidad de la materia por superarse y por esto se esfuerza, dijo una vez a Henri-Maximilien, en «pensar cada día con un poco más de claridad que el anterior»; rebelde que camina a la conquista de sí mismo; aprendiz y practicante de la primera química, la alquimia, reconocido como tal, desde muy joven, por lo adeptos de Nicolás Flamel; médico casi incesante tanto de pobres como de ricos; herborista cuando podía, sobre todo en la mañana; astrólogo pero más o menos escéptico de la astrología; escritor de epístolas y obras como Proteorías y Tratado del mundo físico, muchas veces obligado a publicar en secreto, o de profecías, libros de anatomía y de casos clínicos y sus síntomas, no necesariamente con la intención de ser publicados, y de un tal Liber singularis en el que consignó lo que sabía sobre el hombre basándose en sí mismo: complexión, comportamiento, actos confesados o secretos, fortuitos o voluntarios, pensamientos y sueños, pero que terminó acotando a un año y luego a un solo día de ese «sí mismo»; compilador incluso, siendo estudiante en Brujas, al cuidado de su tío Bartolomé Campanus, de cientos de citas de filósofos paganos y de Padres de la Iglesia, muchas veces retocadas por él, en cuadernillos que conformaban una suerte de libro-disputa. Zenón, un hombre marcado por la escolástica pero reaccionario contra ella, a medio camino entre el subversivo dinamismo de los alquimistas y la filosofía mecanicista, entre el Dios del hermetismo «cuyo reino es de este mundo» y el ateísmo, halado por un lado de su mente del empirismo materialista y por el otro lado de la imaginación casi visionaria de los cabalistas, y apoyado siempre en auténticos filósofos y científicos.

Médico y alquimista son dos de las características de Zenón que más llamaron la atención del director André Delvaux para el filme de 1988 basado en la novela y con el mismo título. Esa segunda propiedad parece habérsele impuesto a Vicente Villacampa en la que fue la primera traducción al español de Opus Nigrum con el título El alquimista. Rebeldía es la característica que Françoise Levie pone luego de Zenón en el título de su documental de 2019: Zénon l’insoumis. Entre Marguerite Yourcenar et André Delvaux.

Algo de temblor hay en mi mano cuando digo que voy a sumergirme en él, porque Zenón vino a las páginas de una novela de Yourcenar, en gran parte, por un proceso de lectura de millares de hojas y, como ella misma confiesa, es natural que entre tantísimas lecturas la memoria no sepa muy bien, en un momento dado, si unas contadas líneas en particular han sido revividas tal como eran o si, por el contrario, esas líneas han sido modificadas por la imaginación, incluso inventadas porque la imaginación eso es lo que hace, combinando entre sí detalles y nombres tomados de otra parte. Asumo el temblor y la falta de confianza en sí mismo que lo produce (¡que me socorra Emerson!), sin que me paralicen, porque, aún si el resultado es perderme, en obras como las de Yourcenar perderse es encontrarse.

Miles de páginas de historias, memorias, crónicas o documentos de la época y, además de las miles que suman varios miles autoría de los sujetos del Renacimiento que hacen a Zenón, otras tantas de autores como Johan Huizinga (sobre Erasmo de Rotterdam) o Luigi Amabile (sobre Campanella); o Elmer Belt (en relación con los experimentos médicos y quirúrgicos de Leonardo da Vinci), Émile Guyénot (acerca de las investigaciones botánicas del Renacimiento), R. J. Forbes (para la reinvención del «fuego líquido» que hace Zenón), incluso cuartetas de Nostradamus; también Agrippa von Nettesheim y Giovanni Battista della Porta (sobre la magia); asimismo Marcelin Berthelot, Carl Gustav Jung y Julius Evola (en lo concerniente a fórmulas alquímicas); luego Michel de Montaigne (contra la tortura); a la par, Agrippa d’Aubigné, Pierre de Brantôme, Blaise de Montluc o Margarita de Navarra (fuentes para algunos personajes y acciones); o Malcolm Letts (para detalles de procesos penales y archivos judiciales en Brujas), Nicolás de Cusa, Girolamo Fracastoro o Bernard Palissy (en otros temas), etc.

Continúo entonces la ya emprendida operación alquímica de análisis, separación y refundición para descubrir el contenido de fuego y agua de Roger Bacon en aquellos renacentistas. En unos es fuerte la huella, tan afortunados somos que lo es en Leonardo; en otros, no tanto. No me comprometo con la totalidad del contenido de fuego y agua, sí con lo que me parece más interesante.

Biografía breve

Andrés Felipe López López, Ph.D., natural de Colombia, es profesor de la Universidad de San Buenaventura, el Politécnico Colombiano Jaime Isaza Cadavid y la Institución Universitaria Pascual Bravo. Autor de doce obras de ensayo o de libros académicos de investigación; los de publicación más reciente son estos: El hombre que creía demasiado. Francisco de Asís en Chesterton (México); La pobreza universal. Relatos y ensayos, una hibridación (Colombia); Kurt Gödel o sobre las paradojas (Colombia) y Alquimistas. Roger Bacon, Zenón y Marguerite Yourcenar (España). Creador de la novela Historia de una imaginación memorable (U.S.A). En poesía, autor de El vestigio de tu sangre persigo entre la hierba (Colombia); Del amor a ti y a otros asuntos (Argentina) y Arde, vida poetizada (Colombia). Editor académico o coordinador de más de diez obras colaborativas o de varios autores, de las que se pueden destacar las siguientes: Dante Alighieri. 700 años de gloria; Arte, ciencia y belleza en el Renacimiento. Historias, ensayos y artículos y Materiales y ensayos de filosofía de la ciencia y del conocimiento.

Entre premios y reconocimientos, se puede mencionar que fue ganador del Primer Concurso de Ensayo fray Roger Bacon con el trabajo titulado «The Ancient of Days de William Blake»; ha obtenido dos veces la «Distinción a la excelencia investigativa Guillermo de Ockham» en el área de las Humanidades, otorgada por la Universidad de San Buenaventura (Colombia). 

La obra a la que dedicamos la nota, puede encontrase en Medellín en librerías como Grámmata, o, por otra parte, en la página web de la editorial https://almuzaralibros.com/fichalibro.php?libro=10843&edi=16 o en Amazon https://www.amazon.com/-/es/Alquimistas-Roger-Marguerite-Yourcenar-Spanish/dp/8410199416

 

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