Una mentira, una verdad y una especulación. Que Alfredo Ramos le debe su curul en el Concejo al Acuerdo de Paz: mentira. Que Alfredo Ramos asumió el mandato del Estatuto de la Oposición: cierto. Que Alfredo Ramos hubiera sido mejor alcalde de lo que fue Daniel Quintero, tal vez. Vamos por partes.
Desde que la figura de la curul del segundo pasó a formar parte de nuestro sistema político, se ha repetido hasta el cansancio que su introducción a partir de las elecciones nacionales de 2018 fue por “obra y gracia” del Acuerdo de Paz; es más, que quienes aceptan la curul -ya sea en el Concejo, la Asamblea, la Cámara o el Senado- deben ser opositores de primera línea.
Pues bien, resulta que dicha curul no fue instituida por el Acuerdo de Paz, ya que, su origen se remonta al Acto Legislativo 02 de 2015 (la famosa reforma de equilibrio de poderes). Y para ese momento, el proceso de paz apenas se encontraba resolviendo el dilema de la justicia transicional y ni siquiera se avizoraba en el horizonte el desastre del plebiscito. Sí se había acordado la creación de un estatuto de la oposición. ¿Entonces, a qué se debe la confusión?
Yo creo (presuponiendo la “buena fe” de algunos confundidos) que es resultado de una confusión generada al hilvanar dos hechos diferenciados; en el primero, con la reforma de equilibrio de poderes se modificó el artículo 122 del capítulo 3 de la Constitución Política -titulado: “Del estatuto de la oposición”-; en el segundo, tras la activación del fast track con la firma del Acuerdo de Paz, se expidió la Ley 1909 de 2018 o Estatuto de la Oposición.
Al hilvanar ambos hechos, sin el debido contexto, se concluye erróneamente que todo lo contentivo en el capítulo “Del estatuto de la oposición” es resultado del Acuerdo de Paz. Falso.
Y eso sí que lo sabe muy bien Alfredo Ramos, porque para el año 2015 se desempeñaba como senador por el Centro Democrático, así que debió conocer, estudiar y votar en no menos de cuatro plenarias el texto de la reforma al equilibrio de poderes. No sé cómo habrá votado (dada la oposición cerrada del uribismo a cualquier reforma de Santos), pero sí es seguro que su posición nada tuvo que ver con el proceso de paz.
Lo que sí es cierto es que el Ramos concejal, desde el primero y hasta el último día, asumió una oposición implacable en contra de Quintero. Seguramente, fue la forma más práctica que encontró para librar un duelo personal tras la derrota del 29 de octubre de 2019. Y para ello, echó mano de todos los instrumentos del Estatuto de la Oposición -ese sí creado en virtud del Acuerdo de Paz- liderando importantes debates de control político, comisiones accidentales o denunciando graves hechos de corrupción.
Y el colorario de esa oposición fue la moción de censura que sacó del cargo al entonces secretario Juan David Duque por su responsabilidad en el manejo de los fondos fijos no reembolsables. No solo fue algo inédito en la historia del Concejo de Medellín, sino que le propinó un golpe certero a un personaje clave en el primer círculo de confianza de Quintero.
A pesar de las diferencias políticas, no me cabe la menor duda de que Ramos sí representó en propiedad el sentido práctico que orientó la creación del Estatuto de la Oposición. Algo meritorio en un Concejo que por varios años se le arrodilló a Quintero, con muchos concejales -la gran mayoría ilustres quemados- que olvidaron su deber de control político, y que solo voltearon la mirada ante el saqueo de la ciudad.
Pero: ¿esto es suficiente para afirmar que Ramos hubiera sido mejor alcalde de lo que fue Quintero? No, para nada. Por varias razones:
Primero. Ramos representa un sector político orgánicamente integrado a las élites tradicionales; así que hubiera hecho un gobierno cercano a los intereses de los grandes conglomerados económicos. Profundizando el modelo Empresa-Universidad (privada)- Estado; tal vez, haciendo menos visibles a los responsables de la contingencia en Hidroituango y los manejos cuestionables desde la junta directiva de EPM.
Segundo. Ramos tiene una constitución ideológica muy propia de la derecha tradicional, su trayectoria política y personal dan cuenta de ello, por lo que su hipotético tratamiento del “estallido social” del año 2021 seguramente hubiera priorizado las acciones represivas y policivas. Criminalizando la protesta social y exacerbando las tensiones que conllevaron al estallido.
Tercero. No hubiera encontrado mayor contrapeso en el Concejo.
Para dejar de lado la especulación, solo basta decir que hubiera sido un gobierno diferente.
Al fin de cuentas, los hechos son lo que realmente importan y estos dan cuenta de la capacidad de un opositor sistemático y disciplinado, con una notable habilidad para plantear escenarios de control político. Algo que no se veía venir de un político que como candidato demostró poco conocimiento de la ciudad, pero que, como concejal, seguro la terminó conociendo al dedillo.
Para bien o para mal, es un tipo de redención.
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