Alfabeto de la violencia

La espontaneidad del lenguaje es violenta, de ahí que para la mayoría ser prudentes sea un trabajo arduo, un artificio para reprimir el núcleo de una verdad, para no “herir” a nadie.”


La historia de la humanidad puede ser dos cosas: la historia del lenguaje y la historia de la violencia. La antigua Grecia nos llega rápidamente a la memoria a través de dos elementos ineludibles: los dioses y la guerra. Los primeros consintieron constituir sociedades, la segunda permitía preservarlas. Sin embargo, cuando se trata de dioses, el tema se mantiene en el horizonte de lo humano por medio de los mitos, que con su carácter fundacional cruza la esfera de lo divino con la esfera terrenal en el ducto de la violencia ritual, para mostrar según René Girard:

(…) todos los mitos de origen que se refieren al homicidio de una criatura mítica por otras criaturas míticas. Ese acontecimiento es sentido como fundador del orden cultural. De la divinidad muerta proceden no solo los ritos, sino las reglas matrimoniales, las prohibiciones, todas las formas culturales que confieren al hombre su humanidad.

Llamar la atención sobre asuntos de una época es para Esquilo, Eurípides y Sófocles un asunto de lenguaje y violencia. Sus obras evidencian las relaciones de poder y sus consecuencias generalmente trágicas. La espontaneidad del lenguaje es violenta, de ahí que para la mayoría ser prudentes sea un trabajo arduo, un artificio para reprimir el núcleo de una verdad, para no “herir” a nadie. Obras como Edipo Rey, Medea y Siete Contra Tebas revelan que los cambios individuales y colectivas se originan en la violencia de un lenguaje que exige una transformación del mundo donde las palabras están implicadas. En ese sentido, Girard emite que:

No hay que asombrarse si todas las actividades humanas incluso la vida de la naturaleza están subordinadas a esta metamorfosis de la violencia en el seno de la comunidad. […] Así pues, los beneficios atribuidos a la violencia fundadora superarán de manera prodigiosa el marco de las relaciones humanas.

Cuando leemos que Edipo Rey asesina un hombre sin saber que se trata de su padre, se enfrenta al primer momento de violencia significativo para su transformación como individuo, el segundo momento sucede cuando descubre su parentesco con el hombre asesinado y se enceguece sacándose los ojos para, paradójicamente, intentar detener el curso de sucesos trágicos con el fin de recuperar el contexto civilizado. La violencia tensiona con el orden para conformar mundos. En esa conformación el lenguaje se construye para vencer sin concesiones, y sin miedo al cambio (ese que tanto se ovaciona hoy día a pesar de que lo que se insufla es miedo a ser/decir, eligiendo modelos prefabricados de identidad). Cabe destacar que ese miedo promueve, en primer lugar, el desconocimiento de los desplazamientos del lenguaje en la ironía, el humor, los silencios y, en segundo lugar, promueve las estrategias de manipulación en el discurso buenista y complaciente por parte de quienes observan en esos desplazamientos una oportunidad de uso contra los vulnerables, los que tienen negado otras posibilidades del mundo, del lenguaje porque se les ha bloqueado el acceso a configurar un pensamiento crítico, en lugar de ello se les ha facilitado modelos lingüísticos reciclables para sentir un espejismo de poder en el ejercicio de la cancelación.

Lo real puede no ser articulación, en ese poder no ser está su dinamismo. Lo que está en orden tiene posibilidades de desarticularse para dar lugar a las diferencias. La mismidad es un reto continuo: tener el mismo referente, tener los mismos gustos, hablar con las mismas palabras, ser la misma persona es susceptible a la transformación repentina. Es decir, a la violencia abrupta del cambio que genera vida cual mujer ensangrentada que grita pariendo el hijo que más tarde le reprochará su existencia. O como dice la escritora argentina Ariana Harwicz “Vaciar el lenguaje de violencia es imposible”.

La dictadura de la moral ha sido aliciente para presionar la vista con fuerza hacia otros horizontes. Corresponde rasgarse el uniforme de la vida correcta y dar paso a sentidos construidos con otros fundamentos críticos, priorizando una diferencia que no se desvirtúe en identidades fijas y serializadas para ser mujer, ser negro, ser pobre, ser depresivo, ser indígena, ser alguien.

En Edipo Rey, abandonar al hijo y asesinar al padre son dos fragmentos cortopunzantes del orden que reclaman la configuración de lo real: “El juego de la violencia, unas veces recíproco y maléfico, otras unánime y benéfico, se convierte en juego de la totalidad del universo”. Las palabras que describen el mundo no resisten el maquillaje de la pureza sacralizada. Un lenguaje que se confina para alejarse de la violencia es obligado a ignorar el alfabeto con el que la religión, la historia, la ciencia, el poder y la literatura escriben la palabra “sangre”.


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Xenia Guerra

Licenciada y magíster en Letras por la Universidad de Los Andes en Venezuela. Profesora universitaria de la misma casa de estudios. Investigadora en el ámbito literario con enfoque en filosofía política y el arte.

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