Su mayor reto será mantenerse fuerte mentalmente. Los ataques de quienes parecían más cercanos, ya se han dado antes y serán en adelante estrategia sistemática. Su mayor error hasta ahora es no mostrar decisión.
Alejandro Gaviria es, quizás, uno de los personajes del “establishment” colombiano con más posibilidad de competirle al senador Gustavo Petro –aunque, en ocasiones, pareciera también que simpatiza con éste. Gaviria, en general, ha sido esquivo de los manejos políticos y ha pasado por varios gobiernos demostrando habilidades y buena administración, e igualmente algunos errores.
Su vida, además, sufrió un golpe de ironía cuando manejaba la cartera de salud. Tuvo que recorrer él mismo el camino brutal que significa el cáncer al tiempo que decidía la política pública del sistema de salud de los colombianos. Allí es recordado por gestiones importantes como el control de precios a los medicamentos que incluía los anticonceptivos y lo que para algunos fue una buena decisión: la suspensión de la aspersión con glifosato por los riesgos para la salud en los humanos. Esa, sin embargo, con implicaciones en la opinión pública.
El mensaje tuvo consecuencias en el juego político. Se dio en un momento clave en la negociación de La Habana, contra las opiniones del entonces ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, con quien tuvo una discusión directa en una reunión con el presidente Santos, y con el riesgo de que la suspensión fuera aprovechada por los narcotraficantes y los grupos armados ilegales para incrementar sus siembras, sin que las evidencias de los estudios sobre la salud fueran concluyentes.
Gaviria enfrentó durante su administración en el Ministerio el escándalo más grande de la historia de la salud en Colombia: el caso SaludCoop con la violación de la integración vertical de parte de la EPS, su venta y la corrupción enorme en su liquidación y en la de CafeSalud, que terminó siendo vendida de nuevo a los socios que hoy componen a Medimás EPS.
El exministro recibió denuncias directas en tiempo real de los manejos oscuros de Guillermo Grosso de parte de los sindicatos de la EPS. Nada ocurrió en la Superintendencia hasta que ya fue muy tarde. Cientos de miles de millones de pesos se perdieron en los bolsillos de políticos y de terceros que hoy aún están por determinar. Ese es nuestro propio Odebrecht, pero ha pasado desapercibido.
Irremediablemente tendrá que responder esas críticas. En la campaña del senador Robledo, por ejemplo, hay coadyuvantes de denuncias y acciones sobre el caso Medimás, que conocen en detalle la historia y no van a perder oportunidad para recordárselo. Lo cierto es que hasta hoy no hay ninguna prueba seria de un manejo irregular de Gaviria; quizás, algo de ingenuidad, con lo que también tendrá que aprender a confrontarse en el escenario natural de la política del país, que es el de los lagartos.
El cargo de presidente en Colombia debe estar destinado para quien tenga la convicción de servirle al país en ese nivel. El exministro, atendiendo a discusiones íntimas razonables, se ha tardado en tomar la decisión. Pero ahora debe mostrarle a los ciudadanos que su compromiso con la idea de ser jefe de Estado y comandante en jefe de las fuerzas militares es real y que no tendrá dudas cada vez que alguien haga un video enrostrándole noticias falsas o hechos del pasado.
Tiene la posibilidad de conquistar votantes de izquierda, centro y derecha, pero en su juego político también debe marcar independencia con el gobierno anterior que está atravesado por dudas muy serias de manejos de corrupción para la reelección de 2014 con los dineros de la ruta del Sol II y Esteban Moreno.
Finalmente, si Gaviria quiere de verdad ser presidente, su campaña tiene que salir ya de Chapinero y Usaquén. En Bogotá no debe pasar muchos días. Su nombre no es conocido en las regiones y puede estar muy sobrevalorado por el efecto de Twitter y la ausencia de una maquinaria política partidista. Eso puede ser un acierto para el discurso, pero una debilidad en la realidad de la votación.
En cualquier caso, su presencia le aporta algo de altura, elegancia y sensatez al debate electoral. Si se queda acongojado con la idea y da muestras de que hay que llevarlo a empujones a que ocupe la Casa de Nariño, no tendrá un buen gobierno. Le queda menos de un año para convencer a sus electores de lo contrario.
Este artículo apareció por primera vez en Lecturas con Santiago Ángel – Blogs El Tiempo, y en nuestro portal aliado El Bastión.
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