Fotos de portones viejos, mapas reales sacados de la realidad virtual, glaciares, barcos, sonrisas caninas y sonrisas sinceras en las caras de los viejos y de los niños, plazas llenas de gente y otras solas, gaviotas, halcones, lagos, atardeceres, Buenos Aires, Puerto Varas, el desierto de la Atacama, la Patagonia, Chile, Argentina, Perú, Bolivia; mejor dicho, de todo lo que usted se pueda imaginar en el lente de un fotógrafo: eso mismo y hasta más es lo que se puede alcanzar a disfrutar en el libro de mi gran amigo Alejandro Mejía.
Desde que Alejandro decidió emprender su viaje a Suramérica, le dije que cuando regresara nos sentaríamos a conversar sobre las delicias que iba a vivir; confieso que hasta el día de hoy no nos hemos sentado a conversar, pues entre ires y venires, él se dedicó a organizar su libro y yo, pues bueno seguí por ahí. Un día cualquiera en Facebook vislumbré la primera luz del libro, Alejo nos contaba a todos que un libro de fotos y cuentos estaba en caliente; recuerdo que le prometí lo que hoy le cumplo, una reseña de su libro, de su trabajo. Y como lo prometido es deuda, más si es con los amigos, acá se las dejo.
Al olvido también se llega por mérito, es un trabajo que no es sólo fotográfico, es también un trabajo literario que aúna el aspecto histórico y documental del objeto retratado con un discurso que va más allá de la estética, está basado en la fuerza y la belleza de la naturaleza, que, aunque aparenta estar muerta, todavía irradia y enfatiza en la memoria el valor propio, el valor de sus sonidos, de sus cuentos y de sus misterios.
Más allá de las fotos, el libro de Alejandro Mejía trae cuentos cortos que durante la lectura ponen al lector en un plano de viaje, entre las imágenes que los acompañan. En total son 11 cuentos que describen con un alto nivel de minuciosidad pequeños detalles que se recrean en la mente de los lectores.
Y es a través de ese viaje, que el ojo agudo del lector de relatos y de imágenes, logra ver la belleza en aquello que deslumbra a cualquier cristiano, desde la perfección en lo ostentoso del paisaje, hasta en la nobleza del vuelo de un pájaro; ahí en todas esas imágenes el ojo agudo de quien se detiene a apreciar la bondad de las pequeñas cosas logra captar que no se llega al olvido porque sí, sino que como dice Alejandro en el título de su obra: al olvido también se llega por mérito.
Un viaje a Buenos Aire y tomar un trago de Fernet, respirar la fría brisa del sur del continente y tomar agua pura de los glaciares, descansar a la luz de las estrellas en Chiloé, ver salir la luna y conocer sus siete fases en el desierto de la Atacama, suspenderse en el tiempo en Bolivia y retornar a la realidad clásica en Perú, así fue mi recorrido con las fotos de Alejandro y de sus relatos. Gracias a sus palabras y a sus imágenes, yo de nuevo volví a sentirme en San Pedro de Atacama, en Buenos Aires, en Santiago; de nuevo recordé que lo mejor de un viaje son los relatos que quedan de este, las historias que se pueden compartir con los amigos, las fotos que llenan de nostalgia los recuerdos y nos hacen sentir que al olvido se llega por mérito, pero que es mucho más meritorio ser recordado con alegría, ser recordado con historias, con imágenes y sobre todo con buenos momentos.
En hora buena Alejo, tus historias, tus fotografías.