Aires ¿nuevos? en Buenos Aires

Con el sol en su punto máximo, el mediodía porteño se tiñe de amarillo. La media etaria de la multitud de la Plaza del Congreso no supera los 25 años. Ataviados con máscaras de leones, remeras con la leyenda “No hay plata” y banderas amarillas (el color emblema del partido La Libertad Avanza)), los militantes del líder argentino de ultraderecha Javier Milei asisten fervorosos a la asunción del nuevo presidente argentino.

Milei, economista devenido en mediático en los últimos cinco años, condensa todos los mensajes de la derecha. En contra de todo lo colectivo y férreo defensor de la doctrina libertaria,  el nuevo presidente generó amores y odios diversos durante toda la campaña electoral.

El libertarismo es una doctrina que  surge de la tradición del individualismo político del siglo XVII y se desarrolla con posterioridad durante el siglo XIX por autores como Herbert Spencer y Lynsander Spooner.  En los años cuarenta del siglo pasado la llamada escuela austríaca   nutre al libertarismo con las bases teóricas del individualismo metodológico, para ellos todo fenómeno social puede comprenderse a partir de las acciones individuales.

¿Por qué una doctrina nacida hace más de cuatrocientos años pudo calar tan hondo en los y las jóvenes?

Álvaro García Linera, ex vicepresidente boliviano, habló al respecto en el  I encuentro Internacional Comunicación, Política y Poder en el Siglo XXI que se realizara en octubre de este año: “La extrema derecha también crece cuando tú generas frustración, cuando tú has planteado justicia y movilidad social y en los hechos has generado más pobreza y desigualdad”.

Y en un contexto de pobreza de un 44,7%, y un descreimiento generalizado hacia la política tradicional, las palabras de Linera se convierten en una explicación más que lógica. Los partidos tradicionales parecen no dar las respuestas que los jóvenes esperan para las problemáticas complejas con las que se enfrentan: una inflación que crece geométricamente mientras las posibilidades de un trabajo formal se diluyen a diario. Salen al mundo en busca de oportunidades que parecen inalcanzables.

Es entonces cuando los medios  hegemónicos les ofrecen líderes con una  autoridad carismática, recordando los postulados del sociólogo alemán Max Weber, que vienen a hacer tambalear la autoridad tradicional y los enamoran con sus poses de rockstar. Gritan, prometen mejores oportunidades, sin olvidarse de adueñarse de los “valores tradicionales”. Se muestran con  superioridad moral e intelectual y se autoproclaman defensores de la gente de bien. La homofobia, la xenofobia y la misoginia se convierten en valores positivos. Y una parte de la sociedad cae rendida a sus pies.

El acto protocolar de investidura presidencial acaba de finalizar. A espaldas del Congreso de la Nación, Milei da su primer discurso. Le habla a las masas, grita, promete fuertes ajustes y la solución de todos los males. Vuelve a separar a la gente de bien de “los otros”, les recuerda que “no hay plata” y remata (alejándose de los manuales de ceremonial y protocolo)  con su frase favorita “Viva la libertad, carajo”.

La extrema derecha ya  está instalada en la Argentina, habrá que esperar qué parte de sus promesas serán ciertas y cómo la sociedad se comporta frente a lo que parece ser uno de los más fuertes ajustes que vivió el país.


Todas las columnas de la autora en este enlace: Karina Insaurralde

Karina Alejandra Insaurralde

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.