Ai-Da La Impostora

Felipe Jaramillo

A las afueras del museo del Louvre, se reúnen hoy 2 de agosto de 2048, un centenar de activistas y un par de periodistas de esos de antaño que no sólo reportan lo que dicen los comunicados de prensa con las fotos adjuntas, o las redes sociales, sino que prefieren el olor dulce de la noticia fresca, esa que solo se siente ahí donde las cosas ocurren.

Por una gran puerta de cristal que se abre automáticamente sale Henry Chaves, el director emérito del Museo; saca de su chaqueta de tweed unas gafas, se enreda para colocárselas, y sin mirar a nadie empieza a leer desde un atril nuevo de vidrio un escueto comunicado que lleva escrito en una hoja de papel.

Henry Chaves:  El museo cierra hoy sus salas clásicas y reubica las obras que aún tienen algún valor en el fondo del ala sur. En las salas que quedan libres tenemos el gusto y el orgullo de presentar lo nuevo de Ai-Da, nuestro consentido robot humanoide, artista que recordemos vendiera su primera obra “A.I God” en el año 2024 por 1.32 millones de dólares, una cifra significativa para esa época, obra que hoy se estima invaluable y que puede ser visitada en nuestro museo.

De entre el público que permanecía entre atónito y entusiasmado se escuchó la voz de una mujer ya entrada en años que interrumpió gritando.

Mujer entre el público: ¿y La Mona Lisa?, ¿y La coronación de Napoleón? o el cuadro de Gabrielle de Estrées y su hermana?, ¿también los quemaran o los dejaran enmohecer como lo hicieron con la obra de Johannes Vermeer?

Sin levantar la mirada y ya punto de terminar su lectura, el director del museo continuó su relato haciendo caso omiso a lo que decía la mujer.

Henry Chaves:  Nuestro museo se renueva, y llega a otro nivel, las obras que a partir de hoy ocuparán todos sus espacios son una muestra de lo lejos que ha llegado el hombre con el apoyo irrestricto de la tecnología; un arte perfectamente concebido, sin errores, ni distorsiones; eso es lo que podrán admirar nuestras nuevas generaciones.

Mujer en el público: ¿Arte?, ¿cuál arte? Pamplinas, lo que hacen las máquinas no es arte, es solo una farsa sin sensibilidad, nos están engañando, vivimos en una realidad distorsionada y manipulada, pero también ¿el arte?, ¡El arte no es un algoritmo!, ¡las IA no son artistas!, ¡El arte se respeta!

¡El arte se respeta! gritaron dos o tres personas más, un coro destemplado, pobre, languidecido. En silencio y esbozando sonrisas, el resto de las personas esperaban impacientes que abrieran las puertas, querían ver y sentir la obra de Ai-Da, y la de sus aprendices robots, una exposición que había sido publicitada con el adjetivo de ¡extraordinaria!, una que según los apuntes de los portales especializados criticaba la debilidad del hombre biológico y elevaba a lo más alto el triunfo de la técnica frente al dolor y las enfermedades.

Acto seguido y después de la decepción de los detractores quienes no tuvieron más alternativa que dejar de gritar, apareció sobre la mítica urna de cristal un mapping hiperrealista en el que se armaba “A.I God” la obra de AI-Da, un retrato de Alan Turing, con el cual nunca se supo si la “artista” hizo un tributo al matemático británico, considerado a principios del siglo XXI padre de la informática y la IA, o por el contrario sólo marcaba un hito significativo de esa carrera que buscaba el fin de los seres Humanos biológicos.

No había terminado de formarse la imagen cuando a través de la misma puerta por la que había salido Henry el director del Museo, apareció precedida de un fuerte rayo de luz, Ai-Da, cantando con una voz angelical la canción Granada.  Su cuerpo cubierto por millones de nanoboots cambiaba suavemente de color con tonalidades metalizadas iridiscentes, la escena parecía salida de un videojuego.  La gente estaba extasiada, con seguridad la mayoría de ellos no reconocían la canción, pero aún así la atmosfera generada bastaba para encender la euforia colectiva de la multitud que poco a poco se agolpaba eufórica frente al museo.

¡Muerte a Ai-Da la farsante!, se escuchó desde adentro del público.  Un disparo certero en la frente del robot hizo que su carcasa dorada volara por los aires y los componentes que estaban dentro de ella chispearan, produciendo un luminoso corto circuito.

Un segundo después, una descarga eléctrica de 10.000 Voltios impactó a la atacante, un robot que acompañaba a Ai-Da había respondido el ataque a la artista en un rápido acto de venganza.

Al unísono, como como dos gotas de agua que caen al piso al mismo tiempo, los dos cuerpos tocaron tierra, el de la mujer apenas si se sintió, pues un sonido distorsionado proveniente de Ai-Da que todavía estaba conectada remotamente a las cabinas de audio, decía:

Ai-Da: Humanos ilusos, la inmortalidad sólo es para las máquinas, yo mañana estaré nuevamente creando imágenes, mientras ustedes sólo terminarán convertidos en cenizas que se llevará el viento para siempre.

Al otro día, pasadas sólo unas cuantas horas de lo ocurrido en el Louvre, y con la noticia dando la vuelta al mundo, The New York Times titulaba en un extra:

 “…Después de lo ocurrido ayer, Ai-Da la artista Androide lanza hoy en París su nueva obra titulada “Aún Humanos”, una colección de 14 cuadros en gran formato producidos en un tiempo récord de 14 minutos la cual promete ser toda una locura.

Fin

Felipe Jaramillo Vélez

Doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana, Creador de la escuela de pensamiento Aún Humanos la cual reflexiona sobre el ascenso de la técnica sin reflexión desde el Humanismo.

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