Ahora resulta que crecer es malo: la economía sube y las alarmas también

“El pasado 18 de noviembre, el DANE publicó el informe del PIB correspondiente al último trimestre, revelando que la economía colombiana creció 3,6%, una cifra por encima de las expectativas y que marca un repunte frente al desempeño reciente. En cualquier contexto, este resultado debería interpretarse como una señal alentadora para el país: mayor actividad, recuperación de sectores clave y una demanda interna que vuelve a moverse. Lo sorprendente —y difícil de entender desde una lógica económica elemental— es que un crecimiento superior al esperado haya sido recibido por algunas instituciones y economistas como una noticia desalentadora, como si avanzar más de lo previsto fuese, de algún modo, motivo de alarma.”


El pasado 18 de noviembre, el DANE publicó el informe del PIB correspondiente al último trimestre, revelando que la economía colombiana creció 3,6%, una cifra por encima de las expectativas y que marca un repunte frente al desempeño reciente. En cualquier contexto, este resultado debería interpretarse como una señal alentadora para el país: mayor actividad, recuperación de sectores clave y una demanda interna que vuelve a moverse. Lo sorprendente —y difícil de entender desde una lógica económica elemental— es que un crecimiento superior al esperado haya sido recibido por algunas instituciones y economistas como una noticia desalentadora, como si avanzar más de lo previsto fuese, de algún modo, motivo de alarma.

Un ejemplo de ello fue la intervención del director de Fedesarrollo, Luis Fernando Mejía, el pasado 21 de noviembre en Caracol Noticias. Allí sugirió que el crecimiento no era realmente positivo, a pesar de haber superado las proyecciones, porque —según él— se explica por un gasto público excesivo y por un impulso desproporcionado del consumo. Argumentó que la inversión es la principal fuente del crecimiento y que, al no ser esta la protagonista, el resultado era artificial o insostenible. Esta interpretación resulta llamativa: ¿desde cuándo quienes han defendido el crecimiento como eje del desarrollo empiezan a buscar explicaciones para deslegitimar un dato que, en principio, debería celebrarse?

Vamos por partes. La macroeconomía moderna define el crecimiento a partir de cuatro componentes: , donde el PIB resulta de la suma del consumo, la inversión, el gasto público y las exportaciones netas. Basta observar la ecuación para entender que la inversión no es el único motor del crecimiento y que el consumo es, de hecho, uno de los pilares. Desestimar su papel es ignorar que el consumo refleja la dinámica cotidiana de millones de hogares y empresas, impulsando ventas, producción, empleo y, en última instancia, la reactivación económica. Asumir que solo la inversión puede generar crecimiento “sano” implica restar importancia a la estructura misma de la demanda agregada.

Sostener que el crecimiento económico “solo es sano” cuando proviene de la inversión, y no del consumo o del gasto público, es una afirmación debatible tanto en teoría como en evidencia. Resulta curioso —por no decir desconcertante— que en un país donde el consumo representa más del 70% del PIB, se sugiera que crecer por consumo es “malo”. Bajo esa lógica, prácticamente todas las economías avanzadas estarían en problemas permanentes: Estados Unidos reactiva sus ciclos a punta de consumo interno y Europa estabiliza su crecimiento mediante gasto social contracíclico. La macroeconomía moderna no establece motores ‘legítimos’ e ‘ilegítimos’ del crecimiento; quienes lo hacen suelen apoyarse en narrativas ortodoxas que reducen la economía a un culto a la inversión privada y que, en muchos casos, responden más a posiciones ideológicas que a análisis técnico: minimizar el papel del Estado, deslegitimar el gasto público y presentar cualquier expansión basada en demanda interna como sospechosa o “artificial”.

Finalmente, conviene recordar que el crecimiento económico de Colombia no siempre ha sido incluyente, de hecho en el año 2019 previo a la pandemia, vino acompañado de aumentos en el desempleo, la pobreza y la desigualdad. Aun así, quienes defienden el crecimiento como fin en sí mismo rara vez cuestionaron esos resultados, pues se ajustaban a su premisa ideológica de que “crecer es siempre bueno”, independientemente de sus efectos sociales. Lo paradójico es que ahora, cuando el crecimiento supera expectativas pero no proviene principalmente de la inversión privada, surgen alertas que intentan restarle legitimidad a la cifra. Esto obliga a formular la pregunta de fondo: ¿crecimiento para qué? ¿Para reducir pobreza, ampliar oportunidades y mejorar el bienestar, o simplemente para celebrar un indicador macroeconómico aunque venga acompañado de desigualdad y precariedad laboral? La discusión no debería centrarse en quién impulsa el crecimiento, sino en qué tipo de desarrollo produce.

Gerónimo Suaza Gómez

Economista de la Universidad de Antioquia, magister en economía aplicada de la Universidad Eafit, con interés en los impactos económicos de los conflictos sociales y geopolíticos, la economía internacional y las economías alternativas.

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