AD, COPEI Y EL MAS, CADÁVERES INSEPULTOS. Por Eduardo Casanova.

AD, COPEI Y EL MAS, CADÁVERES INSEPULTOS.

Por Eduardo Casanova.

Así como en la transición entre los siglos XIX y XX, durante las dictaduras de Castro y Gómez, desaparecieron del panorama venezolano los partidos del siglo XIX, durante la transición entre los siglos XX y XXI, durante las ineptaduras de Chávez y Maduro, desaparecieron del panorama político los partidos del siglo XX: Acción Democrática, Copei y el Movimiento al Socialismo (MAS). No todo es igual claro. Los partidos Liberales y Conservadores no fueron sustituidos por otros en lo inmediato. Hubo que esperar a la transición protagonizada por López Contreras y Medina y el golpe de estado de octubre de 1945 para que aparecieran los dos partidos mayores, Acción Democrática y Copei, y también aparecieron entonces otros partidos, como Unión Republicana Democrática (URD), formado por un grupo de profesionales e intelectuales, que pronto fue capturado por uno de los grandes de la generación del 28, Jóvito Villalba, que lo convirtió en algo así como su guardia pretoriana personalísima condenada a desparecer con él. Cuando la transición de siglos ya estaba muerto y sepultado. El Partido Comunista Venezolano (PCV) nació antes que AD, Copei y URD, y virtualmente murió cuando se creó el MAS a comienzo de la década de 1970, aunque siguió existiendo como un terco fantasma que se niega a desaparecer del todo. Hoy en día, cuando pase la ineptadura, están allí unos pocos partidos que sustituirán (o sustituyen) del todo los que desaparecieron.
Acción Democrática nació como un partido pequeño de la izquierda venezolana en los años 40, deslindado del todo de los comunistas y confusamente socialdemócrata, algo imitador del APRA del Perú y con elementos entre nacionalistas y socializantes. Dio entrada a los campesinos y a los proletarios, al preconizar (y finalmente imponer) la elección universal, directa y secreta, que fue de hecho la incorporación de las grandes masas a la política nacional, lo que explica que hasta en los páramos andinos, en donde cualquier cambio es necesariamente muy lento, se viera una rápida penetración adeca. Creció desmesuradamente al llegar al poder mediante el golpe de estado del 18 de octubre, y estuvo a punto de desaparecer durante la dictadura que gobernó entre 1948 y 1958. Pero en 1958, gracias a la visión y habilidad de Betancourt, volvió por sus fueros. Sus dirigentes más importantes eran políticos excepcionales, de notable capacidad e indiscutible valor, como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Juan Pablo Pérez Alfonso, Gonzalo Barrios, Luis Beltrán Prieto, Carlos Andrés Pérez, etcétera, a quienes hay que agregar a dos intelectuales excepcionales: Rómulo Gallegos y Andrés Eloy Blanco. Su muerte empezó cuando se quedó sin ninguno de ellos y quedó en manos de los que Gonzalo Barrios llamaba “los adecos chiquitos”. Los pleitos internos, las zancadillas, la corrupción, hicieron su trabajo de zapa que se remató cuando el partido se empeñó en lanzar la absurda candidatura de Luis Alfaro Ucero, un personaje de ínfima categoría que fue abiertamente rechazado por los electores, y no conforme con aquel error agregó otro de mayor calibre: retractarse y apoyar, en vista de que la candidatura de Chávez se veía indetenible, a Enrique Salas Römer, un disidente de Copei con rasgos aristocráticos casi diametralmente opuestos a lo que siempre fue AD. Hoy día apenas sobrevive en algunas zonas campesinas, en los páramos, en donde no es fácil que la gente cambie de la noche a la mañana. Murió, pero no quiere darse cuenta y permanece tirado en la fría superficie del páramo, con los zamuros y las moscas revoloteando en su entorno.
Copei nació durante el trienio adeco, como una alternativa para los conservadores y católicos ultramontanos, por lo que fue especialmente bien recibido en los estados andinos y en el este de Caracas. En Táchira y Mérida sustituyó a los “ponchos” (conservadores) eternamente enfrentados a los “lagartijos” (liberales) y en muchas partes se convirtió en el refugio de los gomecistas, lopecistas y medinistas, así como de los partidarios y admiradores de los fascistas italianos, los nazis alemanes y los falangistas españoles. También se convirtió en el partido de los católicos a ultranza y de los curas de pueblo. Pero desde su nacimiento llevó una herida en el ala: por lo mismo que los partidarios del Mocho Hernández decidieron llamarse “Liberales nacionalistas” y no Conservadores, por el temor a que se les etiquetara como conservadores, quisieron llamarse socialistas cristianos (socialcristianos) y buscaron que se les considerara parte de la izquierda política. Y lo peor es que algunos de ellos se lo creyeron. Craso error. Poco a poco los “ponchos”, gomecistas, lopecistas, medinistas, fascistas, nazis, falangistas, católicos recalcitrantes y curas de pueblo empezaron a alejarse, a buscar otros refugios, o darse cuenta de que sus diferencias con los adecos y hasta con los masistas eran más bien relativas. Algunos de esos conservadores innominados buscaron formar otros grupos, como el FND de Arturo Uslar Pietri y el Proyecto Venezuela, de Enrique Salas Römer, pero los experimentos se cayeron por sí solos y duraron más bien poco. Gracias a lo que se llamó el bipartidismo, se convirtió en un partido fuerte e importante, en buena parte porque Rómulo Betancourt intuyó que el monopartidismo era mortal para la democracia y decidió aupar a Caldera (en Ginebra oí a Betancourt decirlo expresamente, y agregar que la madre de Caldera se lo agradecía). Pero Caldera fue demasiado personalista y no permitió que en el partido se formara a nadie para sustituirlo, y finalmente, en las elecciones del 83, le dio un palo cochinero a su propio partido cuando lo dejó y formó un grupo aluvional que lo llevó por segunda vez a la presidencia. El remate vino cuando los copeyanos, sin Caldera, propusieron la candidatura de una Miss Universo, y cuando la Miss Universo se desinfló, imitaron a AD y respaldaron a Salas Römer. En estos días su cadáver explotó del todo en un pleito de vecinas que parecen disputarse la ropa usada que cuelga de un alambre entre dos pensiones de mala muerte en una zona roja de Caracas.
El MAS nació como una esperanza a principios de la década de 1970. Impulsado por el carisma de Teodoro Petkoff y lo mejor de la Juventud Comunista (y algunos personajes excepcionales como Pompeyo Márquez), pero cometió de entrada un error imperdonable: en vez de lanzar, en 1973, la candidatura de Teodoro, que habría sido algo refrescante e inteligente, se empeñó en promover a José Vicente Rangel, un amoral y frío personaje a quien nadie le compraría un auto usado. Fue un auténtico suicidio en primavera. Tuvo algunos éxitos locales, como en el caso de Aragua, basados más bien en personalidades atractivas (como Carlos Tablante), que pronto se vieron compensadas por casos lamentables de corrupción (William Querales, Didalco Bolívar), que hicieron saber a todo el mundo que no eran diferentes a los peores, pero sí más chiquitos. Apoyar en el 98 la candidatura aventurera y negativa de un militar populista, resentido e incapaz, fue la puntilla que los sacó del mundo. Hoy son un grupúsculo en el que nadie cree. Un cadáver insepulto, ya momificado por los vientos y por la sequía (sequia de ideas, sequía de gente), que ni siquiera llama la atención a los perros famélicos que le pasan cerca.
Cuando pase la pesadilla y vuelva la democracia, ni URD ni Copei ni el MAS renacerán. Lo único que se hará con ellos es sepultarlos. Por piedad. Es difícil que AD reviva, y lo más seguro es que se le entierre, a menos que pueda sacudirse de los adecos mínimos que se creen dirigentes en la actualidad. Pro no es fácil. Su espacio estará lleno por Un Nuevo Tiempo, Voluntad Popular y quién sabe que otros grupos que nacerán en un futuro inmediato, cuando haya pasado del todo la tormenta y la ineptadura de Chávez y Maduro, los hijos de Castro, sea un mal recuerdo para casi todos los venezolanos.