“No hay una palabra en español que revuelva la conciencia de aquellos políticos y funcionarios que han obrado mal o que no han obrado lo suficientemente bien”
Hace no mucho tiempo en una clase de políticas públicas para el desarrollo urbano (en realidad la clase era una optativa y se llamaba “grandes ciudades”, sospecho para intentar que se matricularan más estudiantes) el profesor nos explicaba por qué, según él, en los países de habla hispana los políticos tenían – en comparación con sus pares de países anglosajones – una noción mucho más reducida, o en algunos casos nula, de la responsabilidad de sus actos como servidores públicos.
Según mi profesor, la razón era sencilla y era la falta de una palabra en español que los hiciera sentirse responsables no solo de sus errores sino de todas sus decisiones durante su gestión. La palabra accountability no tiene una traducción formal en español, pero su definición en inglés sería: “the fact or condition of being accountable; responsibility” (en español: el hecho o la condición de rendir cuentas; responsabilidad); o también se acepta “Accountability is an assurance that an individual or organization is evaluated on its performance or behavior related to something for which it is responsible” (en español: Accountability es la garantía de que una persona u organización sea evaluada por su actuación o comportamiento en relación con algo de lo que es responsable.
En los países de habla hispana hay más o menos consenso en que la traducción sería “rendición de cuentas”. Pero en estos países la rendición de cuentas se ha quedado más que todo en manuales de las entidades públicas que nadie conoce y mucho menos respeta, o en videos en las redes sociales de los políticos donde enumeran logros que en realidad nunca obtuvieron. En definitiva, no hay una palabra en español que revuelva la conciencia de aquellos políticos y funcionarios que han obrado mal o que no han obrado lo suficientemente bien.
Tiene sentido que aquí se juzga a los políticos cuando cometen un delito (y eso que es excepcional), pero nunca se les juzga cuando en ejercicio de sus funciones han sido ineficientes, perezosos, malos lideres, o cuando han dejado entidades en peores condiciones que cuando se las entregaron para dirigirlas.
No es que no exista corrupción e ineficiencia en los países anglosajones, claro que la hay. Pero lo que también tienen es noción de que los políticos y funcionarios tienen que responder no solo cuando cometen delitos sino también cuando han hecho un trabajo mediocre. La ineficiencia y la incapacidad para obtener resultados puede que no sean delitos que se castiguen con cárcel, pero en un país más serio se castigarían en el foco público para que las personas ineficaces y mediocres no vuelvan a tener un cargo en el que sus decisiones afecten a millones de personas.
En suma, aquí no se evalúa a los políticos, no se les llama a responder por sus decisiones desacertadas, no existe esa noción en los países de habla hispana. En Colombia, caso apesadumbrado, no solo no hay accountability o rendición de cuentas, sino que la marca personal de los políticos cuando los llaman a responder es la desvergüenza.
“Todo fue a mis espaldas”, “me acabo de enterar”, “yo no lo críe”. Frases célebres de la insolencia de nuestros líderes cuando tienen que rendir cuentas por su incompetencia. Perfectos ejemplos de su incapacidad de reconocer errores, por no decir que deja en evidencia su cobardía. Después de todo, puede que mi profesor tuviera razón.
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