Acción democrática: entre la rebeldía y la sumisión

Foto: @ADemocratica

«Es la hora de la rebeldía. De apartar de un manotazo todo lo que nos restringe, encasilla, somete y obliga a postrarnos ante el dictador de la República y ante el déspota del Partido. O sucumbiremos: como adecos y como venezolanos. Es la hora de la verdad. Es la hora de la rebeldía. Adelante, a luchar, milicianos.»

Adolfo Coronil Hartmann

Politólogo y abogado, Doctor (Ph.D.) y Magister en Administración Pública[1]

¿Puede esperarse que un partido que permanece sometido bajo el despotismo, la prepotencia y el autoritarismo de su líder, si lo fuera, sea el instrumento del cambio hacia la libertad en una sociedad sometida, ella misma, bajo el despotismo, la prepotencia y la sevicia autoritaria de sus máximas autoridades? ¿Puede un dirigente que ha secuestrado una organización política, supuesta a ser el príncipe maquiavélico de la liberación popular, en una suerte de hacienda privada en la que actúa como el capataz de un ingenio azucarero, dirigir las luchas reivindicativas que lleven a su pueblo a la conquista de su emancipación y su libertad? ¿Puede un partido secuestrado y convertido en camarilla de empleados y sigüises mantenidos por el jefe, como si fuera el patrono de una dependencia militar, un cuartel, una comisaría? ¿Puede Acción Democrática, bajo el férreo tutelaje de su mandamás, su apparatschickt, servir a la liberación de Venezuela?

La verdad, como decía Marx citando a Hegel en sus Tesis sobre Feuerbach, no es el resultado de una disquisición abstracta, escolástica: es el resultado de la acción práctica. La nuestra es el monstruoso descalabro sufrido en esta elecciones convocadas por un instrumento de la dictadura, absolutamente ilegítimo e inconstitucional, en las que el partido manejado a latigazos por su actual patrono se viera en la obligación de participar  a redropelo de la voluntad popular libremente expresada el 16 de julio. Un acto de traición al pueblo soberano que podría costarnos la vida y la existencia misma de la República. Y la realidad concreta es que desde que Acción Democrática se convirtiera en la empresa privada y patrimonio exclusivo de Henry Ramos Allup, dejó de ser el instrumento del cambio democrático que anhelara con todas sus fuerzas su fundador, Rómulo Betancourt, ese magnífico partido del pueblo que asumiera la tarea de erradicar el autoritarismo, el analfabetismo, el caudillismo y el esclavismo inveterado de su sufrida Venezuela. La de La Rotunda y los grilletes de sesenta libras, de la malaria y el paludismo, de la miseria y la sumisión arrancando de cuajo el militarismo cuartelero y dictatorial que asfixiara desde su nacimiento a la República, para convertirla en una democracia ejemplar, a pesar de que la Venezuela contra la que se alzaran los jóvenes de los carnavales estudiantiles de febrero de 1928 no parecía estar capacitada como para asumir el peso de la inmensa responsabilidad individual que implica la democracia liberal y social que perseguían nuestros líderes fundadores. Liberada y liberadora sólo en tanto estuviera a cargo de líderes verdaderos. ¿Y qué es un líder verdadero, para recurrir a la sabiduría y la experiencia personal de un líder de tomo y lomo, como Felipe González? «La primera condición básica de un líder es que adopte un compromiso fuerte con el proyecto que ofrece y representa, y que ese compromiso no sea mercenario para que tenga los menos condicionamientos posibles, cualquiera que sea su naturaleza. Nadie que no crea en lo que hace y que no se comprometa profundamente con ello es capaz de generar la credibilidad necesaria para concitar apoyos que le permitan el ejercicio del liderazgo.» (Felipe González, En busca de respuestas, Debate, Barcelona, 2013. Pág. 51). ¿Quién puede asegurar que la máxima autoridad auto impuesta y auto designada de AD hoy por hoy no sea un mercenario, en el sentido indicado por Felipe González? ¿Doblándose ante pactos, acuerdos, colaboración y entendimientos con un ente dictatorial como la llamada Asamblea Nacional Constituyente para no partirse, ante la que obliga a arrodillarse como ante un santuario a sus propios gobernadores?

¿Puede reclamarse Henry Ramos Allup de ese atributo existencial de ser un líder, si su proyecto no trasciende de sus ambiciones de Poder estrictamente privadas y personales – domeñar a su y los restantes partidos para que respalden su candidatura a presidente de la República, sin haber asomado hasta el día de hoy si la dictadura aceptará ir a dichas elecciones en otros términos que los que le garantizan la absoluta impunidad como para montar un descomunal fraude, y sin comunicar para qué, cómo y con quienes ejercer dicha presidencia, asomar un mínimo esbozo del país que quisiera construir – como lo hiciera desde su mismo nacimiento político el fundador del partido -, si jamás se ha mostrado dispuesto a someter su supuesto liderazgo al escrutinio de los miembros de su partido, respetar a su veterano liderazgo, tratado como a un sarnoso a pesar de una vida dedicada a la causa betancourtiana, que él irrespeta hasta el desprecio y la burla,  y hacer verdad hoy, aquí y ahora la concreción práctica y en su desempeño diario de la verdadera naturaleza del ejercicio de su liderazgo?

¿Puede pretender rescatar a Venezuela del abismo dictatorial en que los graves errores, deficiencias, traiciones y componendas suyas y de los suyos, hundieran a Venezuela y construir la democracia que los tiempos exigen, mientras ejerce el poder con la misma prepotencia, el mismo despotismo y los mismos usos de un tirano? Encubriendo la insoportable traición al segundo líder histórico del partido, Carlos Andrés Pérez, con una foto que cuelga en su despacho pretendiendo expresar la autocrítica, el perdón y el olvido ante un pasado interno ultrajado a mansalva por quien desconoce la solidaridad y la camaradería que debieran imperar en una asociación de hombres libres?

No se trata, Dios nos libre, de una crítica ad hominem. Que nos sobran las pruebas de su prepotencia ilimitada, su forma gansteril de enfrentar los desafíos internos, su lenguaje en absoluto cónsono con el discurso de un líder verdadero. Su absoluto desinterés en hacer de Acción Democrática esa organización a la altura de los requerimientos de la globalización, sólo capaz de luchar por la democracia de su pueblo dándole ejemplo vivo de ser, ella misma, modelo y espejo del futuro.

Pues como bien dice el refranero: la caridad comienza por casa. ¿Quién puede dar fe de las discusiones internas, del ejercicio cotidiano de estudio y reflexión que cursa en sus encuentros, cuando los hay; de la caracterización del régimen, del análisis de las fuerzas que confluyen en la realidad política de hoy, de la naturaleza pedagógica de la convivencia interna? ¿Cuál es la política de alianzas que manejan las autoridades del partido, puestas por él en premio a la obsecuencia, sin poder real sobre el curso de la organización que administran, sino solo para inclinarse ante la palabra del Gran Jefe? ¿Cuáles son esas autoridades? ¿Cuál la legitimidad de su desempeño, si actúan  bajo la amenaza del castigo y la expulsión si no se acoplan y adecuan a la voluntad del déspota? ¿Cuál el nivel de autonomía política, intelectual y moral que los capacita para decidir, por ejemplo, quién o quiénes debieran ser sus representantes en las distintas contiendas en las que se enfrente el partido? ¿Si a pesar del respaldo suscitado por alguno de los candidatos finalmente un golpe en la mesa, una amenaza, una grosería, un vozarrón del Secretario General sustituye toda expresión de convenimiento y discusión por el brutal acatamiento ante quien les garantiza el sustento? ¿Con qué derecho, con qué autoridad moral pueden reclamar ante los abusos y atropellos electorales de la dictadura quienes ni siquiera practican en su vida interna elección alguna?  ¿Esa es la democracia que pretenden implantarnos, la de otro gendarme necesario?

«Este partido es mío. Lo saqué del basural en que lo convirtieran los que huyeron cuando irrumpió Chávez. Dejando tras suyo millones y millones en deudas de electricidad y teléfono. Fui yo quien lo sacó de las ruinas. Me pertenece en toda propiedad. Y aquí quien manda soy yo. Además aquí ningún secretario regional va a tener las ínfulas de alzarse en contra de mi voluntad, porque todos comen de mi mano. Y basta una decisión mía, para que vuelvan a estar en la calle, de donde yo los recogiera.» Eso es lo mejor de la militancia de un partido que hiciera historia, que diera su sangre regando las calles de pueblos y ciudades venezolanas con la inquebrantable decisión de su liderazgo por emancipar a la Patria y convertirla en la tierra de hombres libres creando una de las democracias más respetables de Latinoamérica y del mundo. A eso los ha rebajado: a inclinar la cabeza y aceptar el contubernio, el acuerdo secreto con los hombres de Castro en Caracas. Ese mismo Castro al que nuestro fundador derrotara en todos los campos de batalla: el político, el diplomático y sobre todo el militar, causándole una herida mortal en su soberbia y orgullo homéricos, causa del odio y el desprecio con que hoy nos humilla.  Todo bajo la fiebre de una ambición desenfrenada, propia de los viejos patriarcas de la Venezuela rural, analfabeta, violenta,  acuartelada y miserable. ¿Llegar a acuerdos con el sátrapa del tirano cubano, a quien Rómulo odiara tanto o más que a Juan Vicente Gómez? ¡Qué traición al partido! ¡Qué traición a la Patria!

AD se ha degradado, bajo el implacable y policial control de Ramos Allup,  hasta nadar en las inmundas profundidades de una cloaca. No es en absoluto casual que los cuatro gobernadores, premiados por su capataz con los más altos cargos de sus Estados más por su disposición a la obsecuencia y agavillamiento con la dictadura que por su naturaleza rebelde, se hayan postrado ante lo que el propio Ramos Allup catalogara de «prostituyente». Ayer un prostíbulo, hoy una señorial mansión. Depende del ánimo y los intereses de un hombre, no de un partido de hombres libres.

El mismo compañero Felipe González explicaba el más íntimo de los atributos de un líder y de un militante socialdemócrata: la rebeldía. «A veces se dice que el líder ha de aceptar la realidad como es, acatarla tal como viene planteada. Yo, en cambio, creo que el líder de un proyecto de cambio tiene que ser por definición rebelde: en primer lugar, rebelde consigo mismo; en segundo lugar, rebelde frente a lo que no le gusta de la sociedad o del mundo; y, finalmente, rebelde respecto a las circunstancias que dificulten el avance del proyecto que se pretende.» Acción Democrática dejó de ser la hermandad de hombres libres y rebeldes que un día fuera para terminar siendo el sumiso instrumento de la desmedida ambición de su capataz. Rómulo se estará revolcando en su tumba.

Es la hora de volver a la práctica cotidiana de la rebeldía, esencia originaria de nuestra Acción Democrática. De apartar de un manotazo todo lo que nos restringe, somete y obliga a postrarnos ante el dictador de la Nación, ante el autócrata del partido. O sucumbiremos: como adecos y como venezolanos. Es la hora de la verdad. Es la hora de decidir entre la sumisión o la rebeldía.

«Adelante! a luchar milicianos, a la voz de la revolución. Libre y nuestra la patria en las manos de su pueblo, por fuerza y razón. Sin señor, sin baldón, sin tiranos con la paz, con la ley, con la acción.»

 

[1] Fundador del Comité de Base «14 de febrero». Miembro del Buró Juvenil del Distrito Político Nº1 (Petare), Miembro del Buró Juvenil Seccional del Estado Miranda, editor y colaborador del periódico multigrafiado ADELANTE (Petare), colaborador y Director Encargado del semanario AD, órgano oficial del partido. Presidente de la Comisión Redactora del Programa de Gobierno de Luis Piñerúa Ordaz para el Estado Miranda, Diputado Principal por el Estado Miranda al Congreso Nacional (1969-1974 y 1974-79). A partir de 1999 Secretario de Asuntos Internacionales del CEN de AD y Director Nacional de Capacitación y Doctrina.

Antonio Sánchez Garcia

Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania