Desmoraliza no ser parte del engranaje social que es la política, al menos eso es lo que ha significado para mí el último escándalo del fiscal Néstor Humberto Martínez. Según mi percepción, pareciera que los ciudadanos de a pie vivimos relegados por una maquinaria corrupta en la que se ha venido sosteniendo todo un país, un país que recién conozco, un país que ha visto su crepúsculo tras la culminación de un conflicto armado con las Farc, pero que todavía no termina de correr las cortinas que cubren una realidad todavía más grande y difícil de enfrentar: en Colombia nunca pasa nada que el establecimiento no quiera.
El discurso que expresó el lamentablemente todavía fiscal Néstor Humberto Martínez, durante el debate sobre Odebrecht en el congreso, demuestra cómo es que un bribón cercado por el poder económico, puede darse el lujo de radicalizar su discurso sin importarle las consecuencias, como por ejemplo aceptar públicamente que ha utilizado su poder para perseguir a la oposición y a otros implicados en el caso Odebrecht como Luis Fernando Andrade, ex director de la ANI.
El trato que le ha dado el gobierno actual a esta coyuntura de desmoralización nacional, por el impoluto fiscal presuntamente corruptible dado los conflictos de interés que pesan sobre él, refuerza mi idea de que la polarización es un proceso orgánico y por lo tanto un mal necesario en la sociedad y no un mal social satanizado e inerte como lo han venido mostrando. Cuando un sector político se radicaliza, como lo ha venido haciendo nuestra clase política dominante de siempre, es porque una muralla de contención construida para proteger la impunidad sobre una maquinaria enraizada, se viene abajo. Es decir, de alguna u otra forma la polarización política logra que la colisión de fuerzas opuestas, deje en evidencia la manera en que un sector político está gestionando los intereses públicos, por eso es que la altivez del fiscal es la altivez de toda una clase política dominante que lo protege, de una clase dominante que necesita radicalizarse por haber quedado tan desnuda ante un país.
Por eso tampoco es extraño ver que esa misma clase política dominante, ante la impasibilidad de un Duque sin liderazgo, esté detrás del proyecto de ley 152 de 2018, por medio del cual pretenden concentrar el poder de la información en los medios y proyectos que solo el gobierno autorice, incluyendo la internet. Esta medida afecta, sin duda alguna, la neutralidad de la información.
Es apenas obvio que este sector político necesita de la censura para gobernar, sobre todo cuando los medios independientes incomodan, pues solo allí los procesos archivados por vencimiento de términos y los testimonios de los muertos tienen un espacio (que son los únicos que hablan en este país, como por ejemplo Jorge Enrique Pizano).
Llevamos años sosteniendo una clase política dominante que, entre delfines, padrinos, caciques, y figuras cercadas por el poder económico como el envalentonado fiscal Néstor Humberto Martínez, manipulan un país para hacer negocios personales a través de la instrumentalización de las instituciones.
Mientras a este sector político altivo le sigamos perdonando la forma en la que los poderosos hacen política, habrá ‘enemigos’ en todas partes, o peor aún, siempre habrá una oposición dañina basada en la obstrucción, por lo que no habrá redentor, fulanito, sutanita ni Fajardo ni Petro que valga.