¿Abogados sin libros? El peligro de una generación que no lee pero si scrollea

“Si permitimos que los futuros abogados sean incapaces de leer en serio, estaremos renunciando no solo a un legado intelectual, sino también a la esencia crítica y democrática de la profesión jurídica”.


Mientras navegaba Por la red, me encontré  con un artículo de The New York Times que plantea serias dudas sobre el estado de los hábitos de lectura en niños y adolescentes, expuestos al consumo excesivo de pantallas y contenidos fragmentados en redes sociales, creando una “cultura postalfabetizada” con severas consecuencias para la atención, la memoria y el razonamiento.

El Artículo de opinión publicado el 30 de julio de este año con el título Pensar se está volviendo un lujo, de la periodista británica Mary Harrington, ha revelado una crisis creciente en los hábitos de lectura de niños y jóvenes, agravada por la omnipresencia de las pantallas y la atomización digital del contenido. Y esto no solo impacta la habilidad de concentración y comprender en profundidad, sino también la educación de futuros profesionales, incluidos los estudiantes de Derecho. Históricamente, la abogacía ha sido una profesión asociada al conocimiento, la lectura y el pensamiento crítico escrito. Pero frente a esta nueva realidad, es necesario preguntarse cómo la educación jurídica puede recuperar esos viejos hábitos y asegurar que las nuevas generaciones tengan las herramientas intelectuales y críticas para resolver los problemas jurídicos y sociales actuales.

Como profesor de Derecho, esta inquietud adquiere particular relevancia en relación con aquellos que hoy ingresan a las facultades. El abogado siempre ha estado ligado a la imagen de erudito y amante de la lectura; la profesión requería no solo formación jurídica, sino cultivarse constantemente con libros, ensayos, debates. Pero los actuales estudiantes muestran una crisis silenciosa: muchos llegan con bajos niveles de comprensión lectora y tienen dificultades para leer textos complejos, construir argumentos o encontrar información más allá de la superficie. Y lo confirman maestros de todo tipo y nivel, desde la escuela elemental hasta la universidad, y ahora los datos de estudios internacionales que recoge el NYT: cada vez se leen menos libros completos, el vocabulario empeora y la capacidad de concentración se reduce.

La paradoja es clara: mientras el discurso jurídico se centra en cómo integrar la IA y otras tecnologías, pocos reconocen que el problema es mucho más fundamental y apremiante. No basta con dominar nuevas herramientas digitales; es necesario recuperar y fortalecer las habilidades básicas: leer, comprender, reflexionar y escribir en profundidad. Dicho de otro modo: el futuro del Derecho no está en manos de la IA, sino en riesgo por la escasez de ciudadanos lectores y pensantes. La brecha digital se inicia en la alfabetización, y corre el riesgo de agravarse si dejamos que la escuela quede sometida a la lógica del “scroll” y del meme antes que del texto y la reflexión.

Hoy la crisis de lectura es, en el fondo, una crisis de la democracia y de las profesiones liberales. Si dejamos que los futuros abogados no sepan leer con profundidad, no sólo estaremos renunciando a un patrimonio intelectual, sino que estaremos comprometiendo la calidad del debate público y la justicia misma. Quizá antes de comprar plataformas de IA deberíamos asegurar bibliotecas vivas y lugares para leer y conversar.

Como ya indica Martha Nussbaum en Sin fines de lucro, la sociedad actual se ha preocupado demasiado por el beneficio económico y el crecimiento material, y ha dejado de lado a las humanidades y con ello al pensamiento crítico, la empatía y el civismo que necesita la democracia. En esa línea, la crisis del hábito lector en las nuevas generaciones, incluidas las que llegan a las facultades de Derecho, es una crisis de la democracia. Este dejar a un lado las artes y la lectura reposada no solo empobrece nuestras vidas, sino que socava la estructura misma de nuestras sociedades democráticas. esa línea, la crisis del hábito lector en las nuevas generaciones, incluidas las que llegan a las facultades de Derecho, es una crisis de la democracia. Sin lectores reflexivos y críticos, sin ciudadanos empáticos y cuestionadores de la autoridad, la esperanza de justicia y de un buen debate público está en riesgo.

Carlos Andrés Gómez García

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