Analizando el panorama nacional, resulta evidente que somos un país de contrastes y sobresaltos en diferentes escenarios. Tales contrastes o más bien, situaciones paradójicas evidencian patrones particulares, como lo es el tipo de democracia que tenemos. Tal democracia siempre ha sido bastante peculiar, pues más allá de que muchos la consideren la más estable del continente (porque somos el único país que supuestamente no ha tenido una dictadura en la región, postura que de por sí ya es bien complicada de sostener), lo que si no se puede negar es que el modelo político colombiano ha tenido muchos sobresaltos y singularidades en su historia.
Por ejemplo, hemos contado con movimientos políticos pseudo esotéricos, como lo fue el de Regina 11 en la década de 1990; otros con nombres sugestivos y poco serios como “dejen jugar al moreno”; y ni mencionar lo que sucede actualmente, y es que un Grupo Armado Ilegal -ex grupo más bien- quiere comenzar a hacer política sin haber pasado por lo menos por una sala de justicia transicional- como lo va a ser supuestamente la JEP para las FARC-.
Ahora bien, más allá de las diversas situaciones singulares que se pueden presenciar a diario en la política nacional, uno de los continuos denominadores de la misma, es que esta se ha caracterizado por ser una democracia bastante cerrada, en la que ciertas élites son las que suelen ocupar los espacios decisorios. Sin embargo, lo que llama la atención es que hoy pareciese que hemos pasado de un modelo excesivamente cerrado a uno exacerbadamente informal, por lo menos en lo que se refiere a nada más y nada menos al cargo más importante del país, la Presidencia de la República.
Esto último lo menciono, gracias a que desde hace varios días se han publicado varias noticias que dejan ver que la cifra que algunos teníamos presentes de un poco más de 30 aspirantes a ser presidente de nuestra nación era bastante imprecisa, porque en realidad son 53 hombres y mujeres los que quieren tomar el timón de Colombia.
Claramente, lo anterior puede conducir a varios juicios. Entre los primeros, puede rondar la idea de que los colombianos están realmente desgastados con la política tradicional, por lo que muchos se han puesto en la tarea de encarnar nuevos liderazgos. Sin embargo, esta hipótesis es bastante optimista y solo representa una verdad a medias.
Lo que más bien parece suceder, es que los cargos de elección popular están siendo vistos en gran medida como plataformas o trampolines. Es decir, un candidato se lanza exclusivamente a un determinado cargo de elección con el fin de ganar determinado reconocimiento y cierto caudal electoral, para luego apostar a otra elección o entrar a negociar cuotas burocráticas.
Lo grave de este tipo de situaciones es que muestran que la política y las aspiraciones electorales no se están llevando a cabo con suficiente juicio y convicción, sino que su orientación está dada simplemente por meros cálculos.
Obviamente, el elemento más agudo de este fenómeno, es que ha trascendido hasta la elección presidencial -ya no solo lo limita a otros ejercicios como las elecciones de las JAL, los concejos, las asambleas, y demás-, que en resumidas cuentas representa la máxima autoridad de un país.
Es más que indiscutible que mientras avance el proceso para las elecciones de mayo de 2018, se espera que se vaya depurando esta lista -que más que una lista parece una manada de aspirantes-, y quedarán como candidatos los que tengan por lo menos una real convicción o una verdadera ventana de oportunidad. Aun así, también existe la posibilidad que sea vea en el próximo año un tarjetón presidencial con nombres que no contarán con la experiencia ni la experticia para ser mandatarios el próximo cuatrienio, dejando con ello un nuevo sinsabor de cómo se ve y se practica la democracia en nuestro país.