“Pero aún es posible una reforma que la haga vivir”
Mirar al piso, caminar recto, ver a los ojos, mirar el cielo, buscar un punto, un freno que detenga la lujuria del corazón. Salir en Medellín sin pecar es una odisea. Habitar Medellín desde mi experiencia masculina resulta enceguecedor. Aquí la sexualidad está despojada de su verdadero sentido, se ha reducido a un instrumento hedonista.
He admirado el empuje y berraquera de los medellinenses que han contribuido a cambiar genuinamente la realidad de su ciudad. La imagen pública de Medellín ha mejorado, pero ¿qué está pasando en el corazón de los habitantes locales o foráneos de esta ciudad?
Podrán estar de acuerdo o no, pero puedo percibir una tendencia creciente que lleva al desenfreno sexual, las noticias de explotación sexual son la parte visible de una situación invisible y más grande que ignoramos consciente o inconscientemente.
Desde los dolorosos años 80 a hoy, la cultura de Medellín se ha permeado de estructuras criminales que mercantilizan la sexualidad. Dichas estructuras tienen roles definidos, que se segmentan en tres. Primero, los proxenetas, que obtienen dividendos directos pues se encargan de relacionar a los interesados en encuentros sexuales de esta índole con las víctimas, son el puente que facilita el contacto. Segundo, los intermediarios, que ofrecen transporte, garantizan alojamiento u otro tipo de servicios, son cómplices y obtienen réditos económicos de su actuar. Tercero, los explotadores finales, quienes perpetran el daño directo a las víctimas en la cadena de explotación sexual.
A mi me gustaría proponer un cuarto actor en la explotación sexual de la ciudad, que sin recibir algún interés económico directo perpetra muchas veces sin darse cuenta las raíces de la explotación sexual. Ese actor es la sociedad misma, que aunque reconozco conceptualmente como ambiguo, desglosaré las formas en que nos integramos en esa explotación sexual vigente y plantearé algunas alternativas para salir de esta compleja situación.
Una forma en que nos involucramos como sociedad en la explotación sexual, es cuando asociamos la feminidad a los parámetros de belleza en la industria de la medicina estética y en la industria de la pornografia. Por esta razón, sufrimos un bombardeo de imágenes hipersexualizadas que afecta nuestra mente mientras habitamos la ciudad, pues se nos va desplegando dosis de dopamina en la virtualidad y en lugares públicos destinados a ser espacios de tránsito, serenos y acogedores.
Nos colonizan la mente cuando se “naturaliza” y “normaliza” la estética de rostros y cuerpos simétricos, “perfectos». Si esto es femenino, entonces los rasgos “anormales” han de ajustarse, ahí es donde entra la oferta de una larga lista de posibles cirugías para resolver cada desconfiguración. Ocurre así en el caso de la mamoplastia, en donde la opinión pública tiende a pensar que toda mujer que se opera el busto lo hace con el objetivo de ser “más erótica” y atraer un mayor número de miradas. A pesar de que esto ocurre en algunos casos, la gran mayoría de mujeres ven la operación como una salida para sentirse más femeninas ¿qué hace pensar a una mujer que el tamaño de sus senos determina su feminidad? y en particular ¿cómo Medellín ha llegado al punto de tener un ideario de hipersexualización tan marcado?
Aunque es correcto mantener un cuerpo saludable en tanto es la primera propiedad privada, que se desarrolla desde que somos concebidos hasta que morimos. Y es nuestra responsabilidad mantener una relación sana con nuestro físico, pues esta cohesionado a nuestra personalidad y a nuestro espíritu. El conflicto surge cuando se estructura una fachada de lo que es la “mujer paisa” y a la vez lo que supone es la ciudad de Medellín.
Lo anterior importa en tanto desde la apariencia se han formado emblemas que expresan poder, éxito y fama. Esto ha generado una interpretación errónea que considera una movilidad social dependiente de una apariencia física políticamente correcta. Es decir, puedes ascender en estatus si cumples las expectativas de las industrias que consumen un ideario específico de “mujer” y de ciudad.
Así ocurre en la industria musical, especialmente con el reguetón, el cual perpetúa la normalización de las drogas, la fornicación, y la explotación sexual en su conjunto.También se nutre este ideario con series televisivas y de streaming que vuelven epopeyas las excentricidades sexuales y los actos terroristas de Pablo Escobar y otros.
También ocurre en proyectos de urbanismo social, que permitieron la llegada de un turismo masivo que colocó a Medellín en un lugar de privilegio, en la vitrina de las ciudades extraordinarias del mundo. Esto se demostró en 2013 al recibir el galardón de ciudad más innovadora del mundo, seguido en 2014 como la mejor ciudad para vivir de América Latina, en 2015 como la ciudad más sostenible, y en 2019 como centro en América Latina para la cuarta revolución industrial. Los premios apuntalaron aspectos positivos de la ciudad, que deben seguirse incentivando, lo que quiero polemizar no es la falta de mérito para obtenerlos, sino un sobre énfasis en ellos.
El marketing urbano ha sido protagónico para el posicionamiento de la ciudad pues ha logrado comunicar los éxitos visibles y minimizar las falencias vigentes. Por esta razón el urbanista Joseph Bohigas advertía en 2016 “Medellín corre el riesgo de morir de éxito” y planteaba que la ciudad «salió a ganar premios [y] le dicen que es la más educada, innovadora, pero puede sucederle que tanto mirarse al ombligo termine pervirtiendose”.
De esta última cuestión deriva una realidad compleja, y es que la crítica de Bohigas requiere ser extendida, no solo a los fenómenos de gentrificación en términos de vivienda, sino a aspectos ligados a la fuerte carga sexual contenida en el reguetón, la industria médica estética, la industria de la pornografia y la cultura en general de la ciudad. Lo cual lleva a interpretar que la mujer es un polo de atracción turística y exportación del producto urbano.
Esto contribuye a la alienación de quienes habitamos la ciudad, y reconozco que no es fácil resistir a lo que la cultura impone, pero es posible en la medida que comprendemos las virtudes y defectos que tenemos como sociedad que habita esta ciudad. Debemos formarnos una mirada crítica y comprometida hacia el “éxito” que se nos proporciona en las herramientas de marketing urbano de la ciudad.
Podemos romper la alienación cuando entendemos como los premios y reconocimientos presentan una carta al mundo que nos puede distraer de los problemas que tenemos como habitantes de la ciudad. Esto no es un compromiso único de los habitantes de largo plazo de Medellín, de los nacidos aquí, esto involucra a los que no nacimos aquí, a los que están en estadías cortas, a los que habitamos la ciudad en todas sus formas.
Cuando ocurrió el lamentable caso de Timothy Livingston reflexionaba que nos encontramos socialmente adormecidos porque estamos acostumbrados a camuflar la apatía en el éxito. Nos aprovechamos de que Medellín se convirtiera en un caso paradigmático, a través del arte, las empresas y el turismo, para esconder lo que no gusta, lo que no vale la pena mostrar, cómo los sectores marginados, los problemas de indigencia y la pobreza. A la par replicamos una romantización de la imagen femenina como recurso publicitario en la promoción de esta ciudad.
A Medellín la está matando el “éxito”. Pero aún es posible una reforma que la haga vivir. Si comprendemos que aquello invisible requiere un tratamiento serio, una reforma que comience con la sociedad que la habita. Arrancando con la responsabilidad de una administración responsable de este valle y sus respectivas montañas, que podemos habitar la belleza natural con un sentido de mayordomía. Que solo es comparable la belleza natural con la de las mujeres que habitan Medellín en términos poéticos, y no centrados en que estos son los rasgos definitorios de la ciudad. Porque la esencia de quienes son las mujeres es su realidad intrínseca de provenir de un Creador, cuya imagen reflejan, lo que las hace valiosas y bellas en su sola existencia.
Si se ven las cosas de esta manera nos podremos permitir reconocer alternativas en varios frentes para atacar la explotación sexual. A nivel moral debemos abandonar la imagen fragmentada que se tiene de la mujer (que aplica al hombre de forma paralela, pero no ahondaré en ello) pues esa fragmentación vista en tecnologías visuales (televisión, celular, publicidad) plantea que hay anormalidades a “curar” en la mujer, lo que ignora la realidad autoevidente de una biología específica, con características especificas y una esencia particular. La mujer no tiene que “remediar” su feminidad, pues es autoevidente. Debemos reconstruir lo que colapsó al caer el aparato moral en esta sociedad poscristiana.
A nivel económico se deben revisar las consecuencias del turismo que atrae la enunciación de Medellín como la “capital mundial” del reggaeton. Esto implica un análisis sincero de que tanto se esta atacando el problema de la pobreza, con inventiva, creatividad y espíritu empresarial. Pues si bien puede haber un crecimiento financiero de corto plazo impactante. Los tipos de consumidores que se están creando es uno que genera explotadores finales. Dado que en cierto sentido es como si se estuviese repartiendo una droga sexual auditiva. Atentando gravemente contra la economía en libertad. Aquellos que hacemos empresa hemos de revisar que el auge del turismo no siempre se traduce en bienestar. La explotación sexual no es proporcional al turismo, y debemos estar alerta en sectores vulnerables. Los turistas inyectan liquidez, que se va repartiendo en la economía de la ciudad, debemos ser sensibles y fomentar productos y servicios que generen transformaciones sociales alineadas a una ética cristiana.
A nivel político, los mandatarios locales han de identificar que tanto forman desde sus gobiernos incentivos que pervierten al ciudadano. Si bien la prostitución es legal, no significa que sea correcta. Con esto no estoy pidiendo que el Estado salga a exponer la desfiguración que la prostitución hace de las bondades de vivir una sexualidad responsable en el marco del matrimonio. Simplemente estoy planteando que el Estado no debe promover estas prácticas, como lo hace al tener burocracias ineficientes. Es contradictorio que la alcaldía pretenda con una mano atacar los problemas de explotación sexual, mientras que con la otra atente con narrativas que replican esa explotación sexual que pretenden erradicar.
A nivel social como habitantes de la ciudad críticos de está situación podemos conformar asociaciones voluntarias, apoyar a las que trabajan por brindar herramientas para ir en contra de estas complejas realidades. Si hay prostitución en las calles no solo debemos rechazarla agachando la mirada, podemos mantener una conversacion con seriedad al respecto para que no se continue desbordando.
A nivel familiar podemos guiar a nuestros hijos en una educación sexual que los prevenga de los riesgos de la explotación, y podemos brindar entornos seguros para el diálogo y la confrontación amorosa en momentos en que nos gane la cultura dominante. Creo que ha arrancado una reforma, que toque cada área de nuestra sociedad y los cimientos espirituales de esta ciudad. Solo sigamos resistiendo, no permitamos que Medellín muera.
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