A la memoria de mi papá Campo Elías Galindo Álvarez

 

“Cuando los hombres se destruyen los unos contra los otros, van dejando en el camino su condición humana y van perdiendo todo sentido de solidaridad y de consideración por el dolor ajeno”.

(…)

“Ni los indiferentes ni los ignorantes paran nunca las guerras”.

Campo Elías Galindo Álvarez

 

Con todo el dolor, pero sobre todo con el más inmenso amor estas palabras para decirle al mundo el regocijo que me produce haber tenido a mi papá lo que lo tuve y haberlo disfrutado todos estos años de mi vida. Estas palabras también para agradecerle a él por su incondicionalidad y cariño, por su ejemplo y su luminosidad, hoy vive en mi corazón y en el de todos los que lo amamos desde donde cuidaremos su legado y su memoria.

Toda la vida quise estar a la altura de mi papá, ser digna de él y de ser reconocida como su hija; siempre anhelé y busqué esa mirada de alegría, aprobación y orgullo de su parte, frente a las elecciones que fui haciendo en mi vida. En el fondo siempre quise parecérmele.

Creo que desde que era muy niña supe que mi papá era extraordinario. La gente se refería a él como un hombre muy inteligente y admirado y respetado, yo hacía eco de esos comentarios y pensaba que yo también quería ser como él. Desde muy pequeña, de sus manos hermosas veía florecer la caligrafía más perfecta con la que escribía como si cada palabra fuera sagrada, empecé en eso tan simple a querer copiarle y siempre he tratado de escribir con muy buena letra y de conservar en orden mis papeles como lo hacía él con una disciplina casi religiosa.

Sabía desde siempre que mi papá era diferente, que sus preocupaciones e intereses eran distintos a los de la mayoría, pero también sabía que por eso era reconocido y que de alguna manera lo que él hacía distinto, lo hacía bueno, excepcionalmente bueno entre todos los muchos hombres y mujeres. Aprecié siempre su mesura y austeridad; la serenidad que siempre transmitía, tranquilo, pero claro y contundente como su voz y sus palabras que creo fueron su mayor don y la expresión de su más maravilloso poder que reposaba en sus pensamientos e ideas.

Mi papá me enseñó que el mundo era un lugar enorme, hermoso, diverso y convulso; me lo enseñó de muchas maneras: me regaló en un cumpleaños un globo terráqueo en el que me mostró países, ríos, desiertos y océanos mientras me narraba la historia de esos parajes lejanos. Me enseñó a montar en bicicleta y a no tener miedo de seguir pedaleando aun después de que él me soltara; me enseñó a jugar ajedrez y nunca pude vencerlo, creo que con el tiempo se volvió un poco aburrido para él, pero seguía intentando enseñarme, porque siempre fue increíblemente paciente. Me enseñó a disfrutar de la música y a cantar canciones con el alma, intentando buena entonación como la suya. Me paseó muchas veces en sus hombros desde donde yo me sentía en la atalaya más alta del mundo y el corazón se me elevaba y me palpitaba de dicha por ser su niña.

Su goce por los placeres simples de la vida, sus libros, sus papeles, sus escritos, marcaron mi crecimiento. Estar metida en medio de conversaciones que sostenía con amigos, a sus pies debajo de algún escritorio (como cuando me llevó a Bogotá mientras él participaba de discusiones y foros a propósito de la Constituyente del 91), estar persiguiendo sus zancadas ágiles con mis pasos cortos bien agarrada de sus manos de gigante, saliendo y entrando por el camino arbolado de la Universidad Nacional, que fue nuestra casa y nuestro hogar durante buena parte de nuestras vidas… hoy todas esas cosas me aparecen en la memoria como postales de una vida y de un amor que increíblemente me arrebató la violencia más vil.

Ya de adolescente entendía muy bien el propósito y sentido de la vida de mi papá, que fue también desde su primera juventud, desde las primeras luces de su razón la emancipación social, la justicia, la libertad y autonomía de la humanidad toda; la defensa de la vida como un don y una promesa que había que hacer cumplir a punta de lucha y perseverancia; siempre dispuesto a dar y darse por los más débiles, por los excluidos y los perdedores de la modernidad y el desarrollo.

Mi papá fue un real revolucionario (¡lo escribo con tanto orgullo!), fue un soñador, pero al mismo tiempo un trabajador inagotable, con un compromiso y unas convicciones envidiables. No perdió tiempo de su vida en rencores, liviandades o caprichos del ego. Sabía que para mirar bien al futuro y construirlo digno para todas y todos, había que descifrar muy bien las claves de la historia con un pensamiento agudo y crítico, pero también sabía muy bien que había que actuar y movilizarse con pasión y amor para construir y alcanzar la utopía; creía en la solidaridad, en la hermandad entre todos los hombres y las mujeres y en tejer siempre con los diferentes, desde la razón en paz y para la paz, tan anhelada por él para este triste país.

Son tantísimas sus enseñanzas, son tantas las vidas que tocó profundamente, que su herencia y su legado son un orgullo y un honor que mi hermano y yo y toda mi familia siempre defenderemos; le contaré a mi hijo del gran hombre que fue, le contaré que se alegró de su llegada y que bromeamos sobre cómo sería de abuelo, le contaré que me dijo siempre que un hijo era un motor de transformación, de lucha, que con los hijos se siembra la esperanza de un mañana mejor, de un mundo más humano, donde nadie nunca tenga que vivir un dolor tan inmenso como el que sufrimos quienes lo amamos hoy.

Buen viaje papá adorado, abrazo tu memoria con toda mi alma.

Oriana Galindo Muñoz

5 de octubre de 2020

Oriana Galindo Muñoz

1 Comment

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  • Triste que está guerra absurda te quite a tu padre y a toda Colombia nos deje sin tan excelente maestro y ser humano 😔