El nordeste antioqueño está de luto. Jaime Gallego, conocido cariñosamente como «Mongo», ha partido, dejando un vacío inmenso en los corazones de quienes lo conocimos y en la lucha de la comunidad minera de Segovia y Remedios. Su labor incansable como líder social y fundador de la Mesa Minera lo convirtió en un faro de esperanza y resistencia, en una región históricamente golpeada por la violencia y el abandono estatal.
Pero a Jaime no lo mataron, ni lo matarán. Porque lo que intentaron asesinar fue la esperanza, y esa es la única batalla que nunca podrán ganar los violentos.
En cada comunidad en la que Jaime luchó por sus derechos, en cada minero al que motivo a alzar la voz por la dignidad de su trabajo, en cada familia que soñó con un futuro mejor, ahí sigue vivo Jaime. Su legado trasciende su presencia física porque está arraigado en la memoria y el espíritu de un pueblo que no se rinde.
(Le podría interesar leer: El problema real de la corrupción: la pasividad ciudadana)
Jaime fue más que un líder; fue un constructor de sueños colectivos. Desde la Mesa Minera, trabajó incansablemente por la formalización y el reconocimiento de la minería ancestral y tradicional, defendiendo el derecho de los trabajadores a condiciones justas y dignas. Su lucha no era solo por el oro de esta tierra, sino por el oro de la vida que no es otra cosa que: la dignidad, la justicia y la paz para su gente.
Hoy, su partida nos duele, nos indigna y nos llena de preguntas. Pero también nos deja una certeza inquebrantable: la historia a demostrado que somos una comunidad resiliente, y nuestra esperanza no se apaga con las balas. Como sobreviviente de la masacre de Segovia el 11 de noviembre de 1988 Jaime es la muestra clara de resiliencia y esperanza.
Jaime sembró en nosotros la convicción de que la lucha sigue, de que los derechos se defienden, de que el miedo no nos define y de que el amor por nuestra tierra y nuestra gente es más fuerte que cualquier amenaza. Y es por eso que, a los violentos no les alcanzarán las balas para silenciar a tantos «Jaimes» que vendrán y nacerán para seguir alzando la voz por una lucha que solo busca la dignidad de hombres y mujeres que en Colombia, de manera ancestral y tradicional, han ejercido la minería.
Que su vida sea inspiración y su legado, nuestra bandera. Que su lucha nos recuerde que no estamos solos, que somos muchos los que creemos en un futuro mejor y que, por más oscura que parezca la noche, la luz de la esperanza siempre encontrará la manera de brillar.
¡Jaime Gallego sigue y seguirá vivo en cada uno de nosotros! Porque la esperanza no muere, se multiplica.
Comentar