A favor de la cuarentena: un argumento filosófico-científico

Por lo tanto, la tesis inicial, científicamente hablando, está desfasada a la actualidad (ya el estado de encierro parcial, no es la norma); aunque el debate filosóficamente hablando sigue teniendo elementos que deben ser debatidos: no es ésta, la primera crisis que ameritará un encierro exhaustivo y probablemente no será la última.

Es imperativo aclarar al lector, que este texto antes de ser un ensayo, es una contestación a un argumento postulado en anteriores días en este mismo portal. Así, la razón fundamental no va más lejos que el cuestionamiento a una proposición defendida no solo por aquél que cedo en referenciar, sino también a todos aquellos que bajo el mismo planteamiento pretenden quitarle un peso moral al dictamen del confinamiento. El texto en cuestión se desarrolla en el siguiente ensayo: Contra la cuarentena: un argumento filosófico

Por comodidad del lector, y por llevar un orden que facilite la lectura me valdré de exponer grosso modo aquellas disertaciones bajo las cuales en el texto ya mencionado se intenta demeritar o confrontar la idea de la cuarentena como el escenario más justo en el periodo actual.
Entiéndase el siguiente glosario mediante el cual extraigo de la columna ya referida los puntos que pretendo analizar:

  • La cuarentena, o el «Estado de alarma», es menos justo que el «Estado de normalidad»
    1- De lo anterior arguye el autor que, mientras la epidemia distribuye de forma igualitaria las consecuencias. La cuarentena, en cambio responde a intereses arbitrarios que, protegen a aquél que es más frágil a las consecuencias del virus, sobre aquellos, que son más frágiles a decesos o más vulnerables a los males derivados del confinamiento.
  • Y, así el autor citado deduce, que la injusticia surge del hecho de que a «falta de un principio universal que acobije igualmente a ambos grupos» (la población médicamente frágil, versus la población sumida en la podredumbre cercana al riesgo de inanición y otros males de segundo orden) es menester en tanto moral, el finalizar el Estado de Alarma.

Antes de entrar de lleno, también resulta necesario recrear el contexto actual. El 11 de mayo, iniciamos una semana de «desescalada», la normalidad laboral empieza a ser una realidad y con ello, la cuarentena es una medida cada vez menos generalizada en el marco legal. La gente sale a las calles, inunda los transportes masivos; la gente retoma sus trabajos bajo estándares de seguridad dictados por los organismos pertinentes y, si bien la normalidad sigue siendo ausente; hoy el panorama de confinamiento se ha desdibujado. Por lo tanto, la tesis inicial, científicamente hablando, está desfasada a la actualidad (ya el estado de encierro parcial, no es la norma); aunque el debate filosóficamente hablando sigue teniendo elementos que deben ser debatidos: no es ésta, la primera crisis que ameritará un encierro exhaustivo y probablemente no será la última.

Una vez aclarado el contexto inicial: el que responde al texto al que se pretende contestar, y por otra parte, traído a flote también la situación actual en la que por lo menos en Colombia a día de hoy, la confinación no es la norma, es consecuente entrar a analizar la cuestión pretendida.

Camilo, el autor del artículo acá cuestionado, utiliza una analogía para figurar el escenario virtual bajo el cual, en un terreno donde la pérdida de vidas humanas es inminente (ya que cualquier decisión tomada implicará decesos) sugiere que, ante la ausencia de una decisión arbitraria compartida por aquellos que hacemos parte de la comunidad, no puede concretarse una decisión «moralmente aceptable», ya que no hay principios comúnmente aceptados. No hay pues, un «consenso democrático».

Pero… El escenario supone que hay formas más efectistas a la hora de salvar vidas, hay «acciones» científicamente estudiadas que permiten imaginar escenarios ideales respecto a otros y por tanto, formas de actuar más óptimas y justas.
La geografía, la cultura y otros factores suelen modificar la fórmula; pero siempre el confinamiento general, la cuarentena casi total, han sido los escenarios más garantistas: sea para no atestar el sistema sanitario, para esperar la llegada de ventiladores o para esperar tratamientos que permitan un más exitoso tratamiento; sin por supuesto olvidar la vacuna por la que la mayoría de farmacéuticas luchan por ser las primeras en traerla a la luz pública.

¿A quiénes debemos salvar? ¿Es justo este dilema para analizar la situación actual? Y por tanto ¿esta diagramación del problema resulta verosímil a la hora de analizar la coyuntura que asola a las poblaciones más golpeadas por el virus? Yo considero que no.

Primero: Es útil valerse y abordar las soluciones que han intentado dar aquellos países que hoy dicen estar superando la curva de crecimiento del virus. Italia, España, dos de los países más afectados, ya pasaron (dicen las gráficas publicadas día a día) el peor estadio del virus. Sus acciones empezaron por un confinamiento prácticamente informal, donde las excepciones eran cuantiosas y donde el estado de sitio parecía ser una norma etérea que pocos respetaban. Las entidades sanitarías exigían el socorro de una mayor contundencia ejecutiva.
Cuando las infecciones por día empezaron a superar el centenar, el caos se apoderaba de hospitales que no podían atender pacientes por la falta de insumos y de espacio, no solo a aquellos que buscaban un remedio para su ahogamiento y fiebre; sino que todo aquél que demandara atención medica se veía frenado para someterse a un triaje o al chequeo rutinario. Una complicación cardiaca, una enfermedad cerebrovascular, un accidente de tránsito pasaba de facto a tener tasas de muerte más altas fruto de un sistema sanitario colapsado.

Así, no era solo imperativo de parte del Estado el frenar una curva, que como hoy se ve en Brasil o EE.UU. solo trae un caos probablemente mejorable. Donde la política sanitaria parecía reducirse a una especie de selección natural en la que sobrevivía el más apto. Sino que esa obligación ética también se hacía extensible a las propias empresas, empresas a las que las aseguradoras de riesgo (solo por mencionar un ejemplo) casi que obligaban a frenar la marcha de producción, o bien dirigirla al teletrabajo.

Esto pues, por más que el Estado incite a no detener el aparato productivo, las empresas estarán casi que obligadas a detenerse prudentemente hasta tomar medidas que científicamente auguren mínimos estándares de seguridad.

Segundo: Al declararse el experimento como fallido, experimento en el que se pretendía juzgar quién debía ser salvado a expensas de los otros, ya que cualquier arbitrariedad para tomar un salvavidas era un despropósito ético y una vil injusticia; la solución debía ser otra. Y esto, condujo a la mayoría de las naciones a una fórmula casi que genérica, contando las excepciones: una cuarentena escalonada, subsidios económicos hacia los más desfavorecidos, aplazamientos de créditos, y ayudas estatales pensadas en evitar la bancarrota de sectores como los del Agro, Aerolíneas, y pequeñas o medianas empresas a través de alivios o co-ayudas salariales. Claramente todo esto se traducirá en una deuda nacional, pero es un crédito que la mayoría de naciones se han dispuesto a contraer.

Por esto, sí que hubo razones valerosas para justificar quiénes debían de ocupar esos “botes salvavidas”: aquellos que bajo determinados estándares, se denominaron como “trabajadores de primera necesidad”. El encierro era justificado, pero no para todos.

Nosotros, los otros. Teníamos que limitarnos a las decisiones, que, dependiendo de la región, variaban y tenían en consideración decenas de datos. Estos botes salvavidas —mientras había un tratamiento o una vacuna definitiva —debían ser otorgados a aquellos que se demarcaban como labores de primer nivel para que esta crisis no empeorase.

En un Estado, donde «toda vida es igual de importante» y donde como mínimo 5 millones de colombianos hacen parte de esa población vulnerable (mayores de 65 años); es no sólo justificable, sino una obligación ética el evitar que un virus que puede menguar, se siga esparciendo. Si suponemos que solo el 5% (en el mejor de los pronósticos) de esos 5 millones de individuos vulnerables moriría, salvaríamos 250 mil vidas. Claramente las cifras no serán exactas, y la estadística tiene su respectiva desviación estándar, pero las previsiones en un mundo sin cuarentena serían según los modelos actuales, incluso más fatídicas.

No hay mayor derecho, que aquél que nos permite vivir. Y si el encierro de unos, garantiza la vida de tan siquiera unos pocos, será la deuda la plataforma que nos permita este periodo de tiempo atender a aquellos que sufren por los fantasmas del desempleo y la pobreza. Poco a poco nos iremos bajando todos del barco, unos más lentos que otros; y si bien estamos en un barco que lentamente se hunde parece ser que los salvavidas llegarán antes de que todos terminemos ahogados. Bajarnos todos del barco solo hará espacio para más fosas comunes, fosas que en este país solo traen estremecedores recuerdos.

David Pérez Aguirre

Soy estudiante de ingeniería mecatrónica. Tengo conocimientos en filosofía, y un profundo interés en temáticas sociales, llámense políticas, sociológicas, psicológicas, entra otras. Gustoso de la Literatura, especialmente del Cine.

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