Si me lo hubieran propuesto hace algunos años, mi respuesta hubiera sido categórica: «No, yo por allá no voy, a qué».
Pero esta vez la cosa es un poco distinta. Permítanme contarles por qué, como dice el título de esta columna, terminé aceptando participar en esa fiesta, una fiesta de música electrónica.
Sucede que hace algunas semanas un par de amigos con los que he compartido en la Universidad se me acercaron, como quien no quiere la cosa, y me contaron que se cumple por estos días el primer aniversario de Señal Antónima, una emisora digital creada por ellos, cuyo objetivo ha sido durante este tiempo promocionar el trabajo de artistas locales.
Hasta ahí todo iba a las mil maravillas, pues coincide con el reto que nos hemos puesto en otros proyectos que desarrollamos: Acentar el énfasis sobre nuestros propios productos y creaciones. Pero sentí un poco de curiosidad, e indagué con Sara Luna, mi prima de 17 años, que está mucho más enterada de todas estas cosas.
Resulta que Señal Antónima es una emisora de música electrónica que viene consolidándose en la ciudad y ganando audiencia entre el público más joven.
Como podrán pensar con toda razón quienes lean esta columna, mi conocimiento de la música electrónica es mínimo, no tengo idea de qué se trata, y a decir verdad nunca, nunca, he dedicado un minuto de mi tiempo a escuchar con detenimiento esos sonidos. Mucho menos he ido a una fiesta de este tipo.
En realidad, tengo en mi pensamiento representaciones que tal vez obedecen a imaginarios colectivos que casi nunca cuestionamos. Mis espacios de rumba son casi la antípoda de ésto. Generalmente comparto con muy pocas personas, y prefiero la humilde sonoridad de una guitarra destemplada al bullicio incontrolable de las discotecas, un poco de vino barato a un cóctel lujoso. Pero lo cierto es que son muy pocos los que disfrutan ese parche.
Hoy en día, en la cultura joven de la ciudad, este tipo de música y eventos constituyen para muchos la cotidianidad. Mi pregunta es por qué, qué tiene de atractivo para esta juventud participar en un espacio con estas características.
De hecho, uno de los primero elementos que me llama la atención es su duración: Se trata de un evento de dos días! Esto de por sí para mí es inquitante, pues si bien he tenido días, semanas incluso de un mismo carnaval, nunca he permanecido en un espacio cerrado con las mismas personas. Me cuestiona también el tipo de disfrute del cuerpo, y la relación que se establece con quienes comparten el espacio. Más aún, tienen programadas dizque conferencias en el intervalo.(?)
En fin, tengo dudas, muchas y quiero resolverlas. En principio no voy emitir un juicio apologético o de censura sobre estos espacios, pues en mi vida he buscado siempre vivir y experimentar las cosas para tener un margen objetivo en el que pueda hablar de ellas. Esa es la razón por la que voy a esta rumba. Quisiera realizar algo así como periodismo de inmersión.
Quisiera terminar diciendo que yo no conzco estas cosas, crecí en otro medio, pero es cierto que muchas de las personas que tengo cerca y que quiero las disfrutan. Me gustaría entender por qué.
Y no sólo por qué disfrutan esta música, se trata de algo más, algo que insinuó Eric cuando conversábamos, así por los laditos: «Vaya para que vea cómo somos, por qué es que somos así.»
Y voy a ir. Y prometo escribir la semana próxima para contar mis impresiones.
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