Pensando en las elecciones que se avecinan, bien vale la pena insistir en el reto que tiene la política de recuperar la empatía y la confianza en lo común.
Muy costoso para nuestra humanidad, para la política, economía y naciones del mundo, estos caminos de polarización, post-verdad y populismo.
Esos que sabiamente Moisés Naim describe como las “Autocracias 3P” y a las que caracteriza por la capacidad de sus líderes para identificar dos bandos (las élites corruptas o mafias del poder, y el pueblo bueno y traicionado); por una exagerada dosis de catastrofismo donde nada ha funcionado y todo hay que cambiarlo; por el desprecio a los técnicos y especialistas para preferir lo ideológico o el activismo; por el ataque sistemático a los medios de comunicación por ser enemigos del cambio; por la erosión de pesos y contrapesos y el ataque a las instituciones; y por una buena dosis de mesianismo donde hay unos líderes que encarnan lo moralmente intachable y acertado.
Igualmente costoso para las democracias es el diseño de políticas públicas o reformas en ausencia de diálogos abiertos, de construcciones colectivas en la diferencia o de debates amplios e ilustrados o de simplemente quedarse en las “orillas del puente”, sin descubrir que en la mitad del puente hay mucho por construir colectivamente, aún desde orillas ideológicas distintas.
Ambos caminos muestran una enorme dosis de arrogancia intelectual o política que pueden terminar acuñando expresiones como la de “De malas”. Una expresión que al venir de actores políticos bloquea el diálogo, no tiende puentes y construye muy poquito. Curioso además cuando dicha expresión viene desde actores de grupos históricamente marginados para quienes, por su propia realidad, la experiencia ayudaría a modelos de construcción social sustantivamente distintos.
Pensando en las elecciones que se avecinan, y dado lo anterior, bien vale la pena recordar un artículo reciente del diario El País, por Antonio Gutierrez, quien, por realidades parecidas a lo anterior, insiste en el reto de la política de recuperar la empatía y de la confianza en lo común. De poner el foco en “nosotros” como motor del progreso, en proyectos colectivos compartidos y no en esas dosis de catastrofismo. Cuánta falta le hacen a Colombia liderazgos que no caigan en estos mismos modelos en una o en otra orilla ideológica y que privilegien las reales necesidades del ciudadano.
Hablando del caso nacional, y viendo las estadísticas más recientes de Invamer o aquellas de Cifras y Conceptos entre la juventud, parece un buen momento para recapacitar, ajustar o corregir rumbos y formas para actuar en nuestra democracia. Que bueno atender la insatisfacción del 61% de los jóvenes por las promesas o con las reformas en porcentaje similar de la ciudadanía, con una mayor dosis de empatía y de construcción de consensos y diálogos abiertos.
De no hacerlo nos va a costar trabajo crecer o atraer inversión, no avanzará fácilmente lo positivo de las reformas (en coberturas pensionales, equidad, dignificación laboral, o mejor atención en salud) y seguiremos arrinconándonos o polarizándonos más.
Me sumo entonces a invitar a que se verifique el rumbo de la forma como estamos llevando el modelo político y económico, a que se supere la camorrería política o el fundamentalismo en el debate y a que atendamos ese otrora mensaje del Presidente Lleras Camargo deun verdadero “Propósito Nacional”. ¡¡Vale la pena!!
*Rector Universidad EIA
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