A cada lector, desde el amor…

Soy plenamente consciente de mi amor por la escritura, la reflexión prudente en el encuentro consigo que reclama la cordura.


– “¿Cuál es el tema de tu próxima columna?”

… la generosidad de Al Poniente para con esta servidora del lenguaje y el reclamo de una comunidad lectora, cercana, responsabilizan mi deber cívico de compartir periódicamente, con respeto y honestidad, una consideración que compense irrumpir el silencio. O quizá, que aporte el valor suficiente como para desacelerar el ‘piloto automático’ del scroll por unos minutos.

No son menores los insumos para comentar, por su dimensión ¡apabullantes! y se juntan en el Cauca, Rapha, Ucrania, USA, Venezuela, la Casa de Nariño, y hasta en TikTok con los niños seducidos para ser reclutados por grupos armados al margen de la ley… Basta contemplar, es suficiente con conmoverse. Sin embargo, ¿Es tal vez una fortuna poder leer esta precisa línea en paz?, ¿Qué implica hacernos conscientes de una posición privilegiada, de nuestro lugar en el mundo?, ¿Es entonces una necesidad humana pensar y una necesidad civilizatoria pensar la ética?

No ser cómplices del dolor ajeno en la banalización del mismo, no sucumbir por omisión a la apatía ante el terror que acontece, sabernos críticos de nuestras acciones y creencias porque importan e impactan.

Es altamente probable que este artículo compita con millones de bytes de información en las etiquetas referidas, no obstante, esta lectura no se trata de los hechos noticiosos sino que evoca a quienes los leemos. Leer desde un lugar cómodo, un dolor aparente, un compromiso superfluo, ignorando por completo lo que pasa en nuestros cuerpos y nuestras mentes mientras el cambio se reafirma como la única constante. Para comprender hay que abrirle paso a la incomodidad, al fastidio, al desagrado, a la decepción, a la pérdida.

Atravesamos las circunstancias; nuestro grado de conciencia determina la capacidad de transformar las mismas, de incidir en la realidad. Pero no pocas veces nos hacemos víctimas del entorno, del deseo encadenado y dependiente, conducidos por un impulso que no responde propiamente a nuestra voluntad racional, inducidos por el marketing, por las tendencias, por algoritmos que conocen más y mejor nuestros gustos y manías porque los están diseñando.

¿Cuándo fue la última vez que nos preguntamos si realmente nos gusta lo que nos gusta?, ¿Si nos inspira o estamos siendo manipulados por la moda del momento?, ¿Si nos sentimos plenos en nuestros planes?, ¿Si somos felices con lo que aspiramos?, Escribir, conversar, como una forma de encontrarse, de abrazarse y de sentir compasión; no hallar entonces otro tema más importante para versarse en las letras que este monólogo interior que se comparte como tributo a lo humano. El contenido, una vez publicado, ya no nos pertenece porque al realizarlo nos transforma, diluyendo así la autoría, además, es interpretado en la particularidad de cada lector que lo hace suyo.

No somos la misma persona después de emprender un viaje interior, no obstante es necesario hacerlo; conquistar los espacios de mismidad que permiten construir memoria en las palabras, tejer el pensamiento en cada letra y en cada sílaba, consolidar principios que orientan.

Elaborar un texto amerita conjeturas profundas, exponernos ante nosotros mismos, evidenciar el absurdo que nos contiene limitados a una cultura que proscribe la libertad y la autonomía en el juicio apresurado y la masificación del propósito. Demandar las preguntas contrae casi todas las respuestas porque lo realmente importante es hacerlas y hacérselas, más observar el tedio sin sucumbir en la ansiedad es una hazaña que requiere valentía y humildad para atreverse a aprender como resultado de los errores, una secuencia de fracasos superados constituyen la manifestación del éxito, que termina por convertirse en una actitud frente a la vida.

Hay que contribuir a un mundo enardecido y que arde en sus flaquezas con la luz que otorga nombrar desde lo íntimo, apelando a la bondad con nuestra propia existencia como semilla.

“Si alguien aprende, todo se salva”.


Todas las columnas de la autora en este enlace: María Camila Chala Mena

María Camila Chala Mena

Poeta. Abogada con énfasis en Administración Pública y Educadora para la Convivencia Ciudadana, Especialista en Gerencia de Proyectos y Estudiante de Maestría en Ciudades Inteligentes y Sostenibles. Fundadora de Ágora: Laboratorio Político. "Lo personal es político".

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