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En estas fechas, mientras algunos celebran rodeados de luces y abrazos, otros enfrentan el silencio más profundo. Y es ahí donde el cine, inesperadamente, se vuelve compañía.
No hay película más vista en Navidad que Mi pobre angelito. La hemos repetido tanto que ya forma parte del ritual, como el pavo o los regalos bajo el árbol. Pero este año, mientras la veía de nuevo, me di cuenta de algo que había pasado por alto: Kevin McCallister, ese niño ingenioso que defiende su casa de los ladrones, es en realidad un retrato del abandono. No importa que al final la familia regrese. Durante esos días cruciales, él está profundamente solo. Y esa soledad, aunque disfrazada de aventura y comedia, es la misma que viven millones de personas cada diciembre. La Navidad tiene esa crueldad particular de amplificar las ausencias. Mientras los comerciales insisten en mostrarnos mesas llenas y familias perfectas, la realidad es que muchos enfrentan estas fechas desde el otro lado del cristal, mirando una felicidad que parece inalcanzable. Los ancianos en asilos que esperan una visita que no llega. Los migrantes que trabajan mientras sus familias celebran a miles de kilómetros. Los que perdieron a alguien este año y ahora enfrentan su primera Navidad con una silla vacía. Kevin al menos tenía una casa que defender; muchos ni siquiera tienen un espacio propio donde refugiarse del frío, literal y emocional, de estas fechas.
El perdón navideño no es un acto mágico que borra las heridas. Es una decisión valiente de soltar el peso que nos impide avanzar
Pero aquí está lo extraordinario de esa película que creíamos simple: Kevin no solo sobrevive, sino que en su soledad descubre su propia fuerza. Y más importante aún, perdona. Perdona a su familia por olvidarlo, perdona a su madre por no ser perfecta, perdona incluso a los vecinos que lo asustaban. El perdón navideño no es ese acto mágico que borra las heridas. Es una decisión valiente de soltar el peso que nos impide avanzar, de entender que todos somos humanos tratando de hacer lo mejor que podemos con las cartas que nos tocaron. Pienso en todas las personas que esta noche dormirán solas, que cenarán mirando la televisión, que fingirán en redes sociales que todo está bien cuando por dentro el dolor los consume. A ellos quiero decirles algo: su soledad no los define. Como Kevin, pueden encontrar en medio del abandono una oportunidad para reconstruirse, para perdonar, no porque los otros lo merezcan, sino porque ustedes merecen paz. La Navidad no tiene que ser perfecta para ser significativa. A veces, el regalo más grande es sobrevivir otro año, mantenerse de pie a pesar de todo.
Y si esta noche te sientes como Kevin McCallister, abandonado en tu propia casa o en tu propia vida, quiero que sepas que no estás tan solo como crees. Aquí está mi Facebook: https://www.facebook.com/rubeneduardobarraza. Si me escribes, sí te contesto. Porque al final, lo que nos salva no son los grandes gestos, sino esos pequeños puentes que tendemos cuando más falta hacen.












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