Kenosis Creativa

La IA promete un nuevo vendaval de destrucción creativa, redefiniendo los horizontes y perspectivas de los artistas y escritores, destacando la necesidad de originalidad humana y espontaneidad comportamental como herramientas y antídotos para contrarrestar la frialdad digital, la artificialidad tecnológica y la minimización de los sentimientos humanos”.


El reciente Premio Nobel de Economía, otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, no es solo un reconocimiento académico; es una advertencia urgente y perfectamente sincronizada para nuestro tiempo presente. Al premiarlos por sus trabajos sobre cómo la innovación impulsa el crecimiento, la Academia Sueca ha puesto el foco en la idea más relevante y disruptiva de nuestro tiempo: la destrucción creativa.

El concepto, popularizado por el economista Joseph Schumpeter en su obra de 1942 Capitalismo, Socialismo y Democracia —hoy con la celebración del Nobel 2025 una obra obligada a consultar—, describe el motor del capitalismo como un vendaval perenne donde lo nuevo aniquila inevitablemente lo viejo. Pero fueron los laureados de este año quienes tomaron esta poderosa metáfora y la convirtieron en una herramienta práctica. Aghion y Howitt, con su modelo matemático de 1992, operacionalizaron la teoría, demostrando que la innovación es un proceso de conflicto que desplaza tecnologías y empleos. Mokyr, por su parte, nos enseñó que para que este motor no se detenga, la sociedad debe estar abierta al cambio.

Hoy, ese vendaval teórico tiene un nombre: Inteligencia Artificial. La promesa es deslumbrante, pero la disrupción es real. El FMI advierte que hasta un 60% de los empleos en economías avanzadas están expuestos a la IA, amenazando directamente a las clases medias profesionales que son el pilar de nuestras sociedades. Este es exactamente el conflicto que Aghion y Howitt modelaron y la prueba de fuego para la apertura al cambio de la que habló Mokyr.

Pero esta revolución tecnológica no se limita a reconfigurar mercados y empleos. La IA penetra hasta el núcleo mismo de lo que nos hace humanos: nuestra capacidad de crear, de imaginar, de dar forma al mundo a través del arte y la palabra. Si la teoría económica nos ayuda a comprender cómo funciona la destrucción creativa, es en el terreno del espíritu donde debemos preguntarnos qué se destruye y qué debe renacer. Es aquí, en la intersección entre lo material y lo existencial, donde la verdadera batalla por nuestra humanidad se librará.

El impacto de la IA trasciende la economía y se adentra en el terreno del espíritu. Esto me lleva a proponer una hipótesis central para el debate que se nos viene encima: La IA promete un nuevo vendaval de destrucción creativa, redefiniendo los horizontes y perspectivas de los artistas y escritores, destacando la necesidad de originalidad humana y espontaneidad comportamental positiva como herramientas y antídotos para contrarrestar la frialdad digital, la artificialidad tecnológica y la minimización de los sentimientos humanos. Hoy en un mundo donde parece que todo está inventado, nos corresponde tirar por el piso muchas cosas y de los fragmentos rotos construir otras nuevas cosas y no-cosas —en el lenguaje de Byung Chul Han.

En su ensayo No-cosas, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han diagnostica un cambio fundamental en nuestra era digital: la transición de un mundo de cosas —objetos físicos, tangibles, duraderos— hacia un mundo de no-cosas —información, datos, imágenes efímeras que circulan sin peso ni permanencia. Las no-cosas, argumenta Han, carecen de la resistencia material que nos obligaba a relacionarnos con el mundo de manera contemplativa y paciente. A diferencia de un libro físico que envejecía con nosotros, dejando marcas de nuestro paso, los archivos digitales son fantasmas inmateriales que no guardan memoria de nuestro contacto. Esta desmaterialización, según Han, nos condena a una hiperactividad frenética donde ya nada nos detiene, donde todo es reemplazable al instante. La IA representa la culminación de este régimen de no-cosas: produce artefactos culturales sin cuerpo, sin historia, sin el peso existencial de lo creado por manos y almas humanas. Por eso, el antídoto creativo que propongo —la vuelta a la autenticidad, a la imperfección, a la espontaneidad— es también un llamado a rescatar la “cosidad” del arte: aquello que resiste, que pesa, que deja huella porque nace de un cuerpo que sufre y celebra en el tiempo.

Lo que estamos presenciando es la automatización de la estética. Las IAs generativas pueden crear imágenes, componer música y escribir textos con una competencia técnica asombrosa, amenazando con convertir en obsoletas muchas de las habilidades que antes definían a un artista o escritor. Este es el lado destructivo del vendaval en el ámbito cultural. Pero, como en toda dinámica schumpeteriana, esta destrucción obliga a una respuesta creativa. Nos fuerza a preguntarnos: ¿qué es lo que realmente valoramos en el arte? ¿La perfección técnica o la conexión humana?

La respuesta, creo, es nuestro antídoto. La IA, en su estado actual, es una maestra del pastiche, una promediadora probabilística de información, una recombinadora infinita de datos existentes. Carece de vivencias, de un cuerpo que siente, de un corazón que se rompe. Por tanto, la supervivencia y relevancia del creador humano dependerá de su capacidad para ofrecer aquello que la máquina no puede simular auténticamente: la imperfección, la vulnerabilidad, la espontaneidad del alma. Aunque va en contra de las recomendaciones técnicas en el arte de escribir, admiro la retroalimentación que me dan algunos lectores cuando hay alguna falta sintáctica u ortotipográfica en las columnas que publico. Por lo menos sé que la leyeron y estuvieron atentos a ese atisbo —algunas veces deliberado, otras no— de humanidad. Después de todo, la Ley de Cunningham tiene algo de razón. La originalidad ya no residirá en el estilo, fácilmente imitable, sino en la voz única forjada por una vida irrepetible. La fuerza de figuras literarias y técnicas artísticas complejas —y su recombinación deliberadamente humana— en los obras cobran una especial fuerza.

Este desafío existencial para el creador evoca una profunda analogía teológica cristiana presente en el pensamiento de San Pablo: la necesidad de despojarse del hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. Para el cristiano, esta transformación implica una muerte del yo —una renuncia al ego y a las viejas costumbres— para que pueda nacer una nueva vida en la gracia. De manera similar, el artista en la era de la IA debe someterse a una muerte de su antiguo yo profesional, despojándose de la dependencia en habilidades ahora automatizables, para revestirse de un nuevo creador que pone en el centro la autenticidad de su experiencia vivida, sus emociones crudas y su perspectiva intransferible. Es una kenosis creativa, un vaciamiento de lo superficial para revelar lo esencialmente humano.

Hay varios artistas contemporáneos que han experimentado esta kenosis creativa ante la llegada de la IA. Resalto por ahora uno paradigmático, el del artista digital Refik Anadol, quien inicialmente se especializaba en instalaciones audiovisuales tradicionales. Con la irrupción de la IA generativa, Anadol no resistió la tecnología, sino que se despojó de su rol como único creador visual para convertirse en un curador de datos y arquitecto de experiencias. En obras como Machine Hallucinations (2019), alimentó algoritmos con millones de imágenes de museos y permitió que la máquina soñara nuevas interpretaciones. Su kenosis consistió en renunciar al control total del resultado estético para abrazar un rol de colaborador con la tecnología, poniendo en el centro su sensibilidad curatorial y su visión sobre qué datos alimentar al sistema —decisiones profundamente humanas que ninguna IA puede tomar por sí misma.

La kenosis creativa no es una derrota, sino una metamorfosis estratégica: el artista renuncia a competir con la máquina en terrenos de eficiencia técnica y abraza aquello que solo un ser con cuerpo, historia y mortalidad puede ofrecer. Es, en esencia, una apuesta radical por la autenticidad como último bastión de lo humano en el arte.

Esta perspectiva nos devuelve a la advertencia más profunda de Schumpeter. Él predijo que el capitalismo no moriría por sus fracasos, sino por sus éxitos, generando una hostilidad social contra la misma inseguridad que impulsa el progreso. Si las ganancias de la IA se concentran en pocas manos mientras la mayoría, incluidos los creadores, enfrenta la precariedad, estaremos abonando el terreno para esa hostilidad.

El trabajo de los laureados nos grita que el crecimiento económico no puede darse por sentado. No estamos condenados a este destino, pero evitarlo requiere acción. Necesitamos una reinvención audaz de nuestras políticas: sistemas educativos que enseñen a complementar a la IA, sistemas eficientes —y desideologizados— de seguridad social diseñados para una era de transiciones constantes y una regulación inteligente que fomente la competencia futura. Es un reto para los políticos no anquilosarse en peleas partidistas ni cegarse por intereses personales, sino —aún en medio de esas diferencias políticas— pensar en sus territorios a mediano y largo plazo.

El Nobel de 2025 no celebra una idea del pasado; nos entrega el marco intelectual para avanzar en el presente hacia el verdadero futuro. La lección es clara: la innovación sin cohesión social es insostenible. El vendaval de la IA ya está aquí. El trabajo de Mokyr, Aghion y Howitt nos da las herramientas para entenderlo. Ahora nos toca a nosotros decidir si construiremos turbinas eólicas para aprovechar toda esa energía o muros rígidos, no solo para proteger nuestros empleos, sino para salvaguardar el espacio de nuestra humanidad. ¿Seremos capaces de construir puentes entre la eficiencia de las máquinas y la profundidad del alma humana, o permitiremos que el vendaval nos arrastre hacia un mundo donde lo creado carece de creador? La elección no es solo económica ni política: es existencial. Y el momento de decidir es ahora.

Erlin David Carpio Vega

Ingeniero Ambiental y Sanitario, Especialista Tecnológico en Procesos Pedagógicos de la Formación Profesional y Magíster en Ciencias Ambientales. Más de 15 años de trayectoria en el sector público y privado. Docente, Instructor e Investigador. Autor de varios artículos científicos, capítulos de libro y libros de investigación. En la actualidad es Instructor del Área de Gestión Ambiental Sectorial y Urbana del SENA. También es columnista en El Pilón.

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