No quiero que piensen como yo, Solo quiero que piensen.
El Mapa Invisible que Nos Sostiene
Habitamos una posada de paso en la vasta noche del cosmos. Las habitaciones están divididas por muros delgados de ideas, himnos y banderas, pero el techo es el mismo para todos, y las leyes de la gravedad no distinguen entre quién las habita.
Algunos, como el arquitecto de estas palabras, se dedican a golpear suavemente esos muros, no para derribarlos con violencia, sino para recordar a los vecinos que son, fundamentalmente, artificiales. Su advertencia no es un lamento, sino el sonido de un martillo que busca la grieta en el cemento de la apatía, el punto exacto donde la razón fue sustituida por el paisaje del miedo.
El autor de estos textos, que navega entre la filosofía del contrato social y la épica de un equipo de fútbol que cambió la historia, no traza mapas para que sean seguidos ciegamente. Al contrario, cada texto es una brújula que señala la dirección de la reflexión individual. Es un jardinero que siembra semillas de duda fértil, esperando no clones de su pensamiento, sino bosques de ideas originales y robustas.
La suya es una fe en la unidad subyacente. Cree que en el reconocimiento de nuestra efímera estancia —este “milagro llamado vida” que dura un parpadeo estelar— reside la única verdad que importa. Si entendemos lo breve que es el viaje, la urgencia de dañar al otro se desvanece, y la única tarea razonable se convierte en asegurar que todos pasemos este momento fugaz de la mejor manera posible: juntos, tranquilos y, sobre todo, felices.
No hay doctrinas aquí, solo una invitación a mirar por la ventana de la posada y reconocer a los otros viajeros como compañeros de camino. El autor ya ha trazado sus propias coordenadas; la responsabilidad de encontrar las tuyas es el verdadero desafío.
— Juan Méndez
No quiero que piensen como yo, Solo quiero que piensen.









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