En Antioquia la violencia es un orangután con esmoquin

En paisadilla el apellido, el color de la piel y la etiqueta ocultan una brutalidad sistemática y heredada.

Un poemario y dos novelas miran al orangután que sigue, en la mejor esquina de América, entre montañas, en la ciudad más cara de Colombia, rugiendo y alimentándose de bananas.


En la ciudad que siempre
lleva una lápida encima
hay que mascar chicle
como si fuera el último.
Jacabo Cardona

La violencia en Antioquia se viste de esmoquin; en especial en metrallo. En paisadilla el apellido, el color de la piel y la etiqueta ocultan una brutalidad sistemática y heredada. Una violencia de orangután, de primate. Una violencia frontal que ama la fiebre del progreso y la sed de independencia.

Esta contradicción perversa se puede rastrear en la literatura, en la observación decantada de tres autores contemporáneos. Y para, tal vez, iniciar un debate a más profundidad, me centraré en tres libros publicados en el 2025: Medellín City Punk de Jacobo Cardona, Dosis de Cristian Zapata Y Mariel y los muertos de Jovany Carmona.

En Medellín City Punk la ciudad grita su rabia y es un golpe en la cara del “Capitalismo salvaje” “para mantenerme firme/ ante la bestia” y despertar de la amnesia colectiva. Amnesia del punzón de la historia en la boca del estómago como se ve en el poema “Brigada subterránea”: “Pablo, paras, policía/ aplastando las laderas/ desde Villatina hasta el Doce de Octubre/ desde Castilla hasta Santa Cruz./ Arde el futuro.”

En Dosis la ambigüedad moral y el crimen orgánico revela una sociedad donde la ética es un pantalón ajustado que talla a las mafias de siempre. Mafias que acumulan muertos, y “Los muertos son muchos. No alcanza el tiempo para recogerlos, mucho menos para buscar responsables”. Pero después de cometido el crimen, así quede impune, el “crimen sigue creciendo; a veces tanto que las palabras se vuelven una caparazón chica para esconderlo… y revienta.”

En Mariel y los muertos el silencio forzado y la muerte exponen el martirio de existir en un territorio donde la parranda es el apocalipsis. “En este país la violencia corre por nuestra sangre de manera inherente como respirar o reír; tan natural como una sonrisa o un bostezo; tan explicita como el color rojo a la luz del día. Cada acto, cada palabra, incluso de amor, contiene una violencia reprimida u oculta.” Porque para el colombiano, en este caso el antioqueño, parafraseo a Carmona, usa la violencia como deporte nacional que “practica a diario con esmero y orgullo.”

Un poemario y dos novelas miran al orangután que sigue, en la mejor esquina de América, entre montañas, en la ciudad más cara de Colombia, rugiendo y alimentándose de bananas.

 

Medellín City Punk y la poesía sucia bajo las grietas de la urbe

Medellín City Punk es un libro que apenas leo en la versión de Palabras Rodantes de El metro y Comfama. La primera edición se hizo en el 2018, gracias a las Becas de Creación de Medellín. Este poemario es un tatuaje de la violencia. Entre los versos se escuchan los aullidos de los bastardos que “buscan/ su revancha/ en un alarido/ de tres minutos”. De los marginados de una ciudad sangrienta: “Le puso el fierro/ en la boca/ y se despidió:/ ¡Suerte pirobo!” Una ciudad donde la vida brota como maleza entre el asfalto y la sangre. Una ciudad donde la muerte “fuma Piel Roja sin filtro”, es “el mar” y “una muchacha que siempre quedamos de llamar.” Una ciudad que muestra sus fauces heridas para que el punk emerja como el barro en la frente de una mujer que posa para Instagram. El barro que le recuerda a la hipocresía de la tendencia en la moda que, en medallo “Estábamos condenados/ desde mucho antes,/ somos lo que nadie quiere, la poesía sucia del mundo.”

En este poemario, Cardona escarba la ciudad y la deja ver desde las grietas, desde el ruido de las botellas rotas y los disparos. Y la ciudad que emerge es la de las cicatrices donde “el grito/ se grita.”

Una Dosis de crisis social

Dosis es la novela ganadora del I Concurso Novela Negra del Valle de Aburrá. Novela construida desde los márgenes de una Medellín sórdida y moralmente ambigua.  Cristian Zapata, a partir del crimen, evidencia un síntoma social de una ciudad enferma y va más allá del rompecabezas intelectual de la novela policiaca. Por tanto, lo relevante no es el quién o el por qué, sino qué sucede después de descubrirse el móvil del crimen en la ciudad donde se desdibuja el límite de la legalidad e ilegalidad, donde “Creíamos en el fusil… ahora creemos en la cédula.”

En Dosis, Fernando, el protagonista, es huraño y ególatra. Su descenso por las laderas de Medellín —calles apiñadas, casas como “cuadros colgados en la montaña”— refleja una ciudad donde el crimen es orgánico. Con Fernando y los otros personajes, Zapata, abogado y profesor, recrea una crítica social para generar una reflexión cruda sobre la violencia estructural. Una violencia donde los personajes, todos, no son buenos ni malos, sino ambiguos y peligrosamente humanos. Personajes que son “soledades repelidas, en adelante quizás para siempre”.

Mariel y los muertos que siguen muriendo

Jovany Carmona teje una novela que es un diálogo con el vacío. La muerte de Chaplin, un gato guardado en un congelador, es el detonante de una reflexión sobre la existencia, el amor y la imposibilidad en un país donde “el silencio es un privilegio del que solo pueden gozar los muertos”.

Carmona construye una narrativa introspectiva y poética que bebe de múltiples referentes. Y solo nombro los gatos. Por ejemplo, Chaplin, es un homenaje a los gatos muertos del cuento “Una luz en la ventana” de Capote; a los gatos personajes literarios como Cheshire o Pink Tomate; a los gatos poemas de Baudelaire o Darío Jaramillo Agudelo; a los gatos gatos que se saben gatos y les gusta. Por algo, Hemingway convivió hasta con 60 gatos.

Manuel, el protagonista, un escritor atormentado, deambula por un mundo hostil habitado por los muertos que recuerda y acompaña: “a veces pienso que, entre tanta muerte, la vida se te volvió un velatorio.”  Además, su relación con Mariel, Dahiana y Claudia gira en torno a la ausencia —la del gato, la de los afectos perdidos—, creando un triángulo emocional donde el amor “es un gobierno que termina derrocado” y “los optimistas morirán ahogados en su esperanza.”

Mariel y los muertos es una conversación de otras conversaciones. Dialoga con las anteriores novelas de Jovany (Biopic y Sueño Púrpura), con los habitantes de Dolores Duarte (pueblo camandulero y solapado: cualquier parecido con Girardota —donde habita el autor— es pura especulación ficcional) y con las obsesiones del autor (la amistad, la música, el metalenguaje, el cine y el amor). Es una conversación que puede doler, pero confirma que la literatura, la buena, sigue siendo un acto de rebeldía y memoria.

Juan Camilo Betancur E.

Fredonia, 1982. Periodista. Publicó el libro de micro-cuentos Los errantes (2013), la novela La mujer agapanto (2017) y la novela El escritor mago. Libro 1: la sociedad (2021).

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