![]()
“En términos concretos, la democracia se convierte en el velo que sirve para ocultar el totalitarismo.”
La Ex Señorita Antioquia, viral por sus modos violentos de afrontar el disenso político, deja tres aprendizajes importantes para el análisis de la contienda en ciernes. El primero y más crudo, es la escalada verbal y la incitación a la exterminación del adversario por parte de líderes de derecha, que se expandió sin miramientos entre los ciudadanos, normalizando la violencia como forma unívoca de ejercer la política. En este sentido, el episodio de la Ex, no es más que el síntoma de la enfermedad que se instaló de forma silenciosa entre nosotros.
Cuando se traslada esta lógica violenta a la esfera política, el sano debate de ideas se transforma en una guerra por la existencia. El opuesto deja de ser un adversario legítimo para convertirse en un enemigo que debe ser eliminado, justificando así la violencia discursiva y, en última instancia, la física. Ejemplos hay muchos en la historia.
Esta imposición violenta de una visión única, se sostiene mediante la degradación sistemática del lenguaje. El discurso de la élite y su réplica ciudadana se enfoca en la deshumanización y la anulación del ser del otro, para invalidar sus ideas. Se agrega una etiqueta estigmatizante, haciendo circular insultos que eluden los temas fundamentales y la deliberación, anulando el poder cívico del oponente, su humanidad, y convirtiendo la diferencia ideológica en una categoría criminal. Después, esta práctica se extiende hasta hacerse “normal”, por lo que términos como “bala” o “exterminio” usados por la Ex actúan como un catalizador que desdibuja los límites morales de la ciudadanía, anteponiendo la amenaza extrema, que más que interpretarse como tal, se percibe y se justifica tan solo como una “expresión fuerte”.
También hay que advertir que la normalización de este fenómeno conlleva a la inflexibilidad cognitiva del ciudadano. De un lado, le impide la comprensión del punto de vista contrario y, de otro, notar la violencia que se esconde en frases sutiles que cumplen con el mismo objetivo. Por ello, frases como “La paz se impone”, pasan de agache, pues no se percibe como un indicio del monismo político que impera entre dichos líderes. Es decir, el ciudadano permeado por las formas violentas, no logra evidenciar la visión totalitaria que trasciende la mera polarización ideológica y menos, nota que dicho virus totalitario se instaló en su corazón.
Esto lleva al segundo aprendizaje. Para la derecha extrema, parece que la democracia solo interesa para convocar a elecciones y legitimar sus acciones a través del número de votos, sin escuchar a quienes los eligieron. Lastimosamente, entre estos discursos sutiles, se cuelan aquellos en los que la democracia es sinónimo de restauración del orden moral y de búsqueda de una identidad “verdadera” del país (como si la hubiera), en donde el contrario no tiene cabida, pues la verdadera democracia solo puede ser restaurada por el líder mesiánico que canaliza la voluntad “pura” del pueblo. En términos concretos, la democracia se convierte en el velo que sirve para ocultar el totalitarismo.
Finalmente, el tercer aprendizaje es que la comunicación política, al transitar de la plaza pública a las redes sociales, amplifica este fenómeno. En estos medios, la opinión ciudadana, más que racional e informada es emocional y reaccionaria, se guía a través de estímulos y este tipo de comunicación y la aparente anonimidad de los comentarios, así como la fugacidad de los hechos que parecen olvidarse al deslizar la pantalla, hacen que lo dicho por los líderes y la Ex no sea discernido ni aprehendido de forma racional. Mucho menos, se analiza los efectos y su alcance. El ciudadano en las redes sociales, más que un ser político, es un ser económico que consume lo que despierta sus emociones. Si bien, ya este episodio pasó y algo más viral ocupa su lugar, quedó instalado en el imaginario y se aceptó como la forma de enfrentar los asuntos políticos. Finalmente, hay que aludir también en este punto, que el show que los medios noticiosos hicieron alrededor de este suceso en específico, reforzó la trivialidad de la violencia.
A estas alturas, parece necesario repetir que la democracia, más que el acto de votar, es la capacidad de tramitar las diferencias de forma pacífica sin demeritar la pluralidad, como vía alterna del virus totalitario que germina en Colombia. Al igual que la paz, la visión de un país no se impone, se construye a través del ejercicio participativo libre entre ciudadanos, y es menester que la violencia discursiva (que activa la física) no tenga cabida en este proceso. De esta manera podremos alejarnos de acciones como el de la Ex, que pidió a Santiago Botero y Abelardo de la Espriella que dieran bala a sus contrarios.













Comentar