Frankenstein: cuando lo diferente nos enseña a perdonar

Guillermo del Toro convirtió sus monstruos en una forma de entender al mundo. ¿Y si hiciéramos lo mismo con todo lo que nos asusta?

Guillermo del Toro nació para hacer esta película. No solo porque pasó décadas soñando con ella, sino porque entendió algo que la mayoría prefiere ignorar. Los monstruos no existen para asustarnos, sino para mostrarnos lo que somos cuando dejamos de ver. Su Frankenstein no es una película de terror. Es una película sobre el perdón, sobre lo que sucede cuando una sociedad decide que lo diferente es peligroso, y sobre cómo encauzar lo que nos incomoda puede salvarnos. La criatura de Del Toro no es un error de laboratorio. Es un ser que nunca pidió existir, pero que despierta en un mundo que lo rechaza antes de conocerlo. ¿Cuántas veces hemos hecho lo mismo? Etiquetar lo desconocido, lo distinto, lo que no encaja en nuestras categorías. Lo tachamos de malo, de loco, de peligroso. Y así, sin darnos cuenta, creamos los verdaderos monstruos: el aislamiento, el rencor, la violencia que nace del rechazo.

El perdón no es olvidar. Es entender que todos cargamos cicatrices, y que ninguna de ellas nos define por completo

Víctor Frankenstein, como tantos creadores, como tantos padres, como tantos sistemas, esperaba perfección. Quería vencer a la muerte, desafiar a Dios, controlar lo incontrolable. Pero cuando su creación resultó ser imperfecta, humana, vulnerable, la abandonó. Y ahí está el error que todos cometemos: creer que podemos traer algo al mundo -un hijo, una idea, una comunidad- y luego desentendernos cuando no cumple nuestras expectativas. El abandono es el primer acto de violencia. El perdón empieza cuando aceptamos que lo imperfecto merece existir.

Lo que más me conmueve de esta versión es que Del Toro no solo cuenta la historia de la criatura. Cuenta la suya. Desde niño, Del Toro amó a los monstruos porque vio en ellos lo que nadie más quería ver: belleza, dolor, humanidad. En lugar de rechazar su fascinación, la convirtió en arte. Encauzó lo diferente, lo oscuro, lo que otros consideraban perturbador, y lo transformó en algo que nos conecta. Esa es la lección. Cuando dejamos de temer lo que no entendemos y nos acercamos con curiosidad, con compasión, descubrimos que lo diferente no es una amenaza. Es una posibilidad.

Perdonar es reconocer que todos fuimos creados imperfectamente, y que aun así merecemos un lugar donde existir

El perdón no es olvidar. Es entender que todos cargamos cicatrices, y que ninguna de ellas nos define por completo. Es dejar de exigir que los demás sean lo que nosotros esperábamos, y empezar a verlos como lo que son. Seres rotos tratando de encontrar sentido en un mundo que tampoco los comprende. Porque el perdón no solo libera al otro. Nos libera a nosotros mismos de cargar con el peso de nuestras propias expectativas fallidas. Del Toro nos muestra que lo monstruoso no está en la diferencia, sino en nuestra incapacidad para aceptarla. Si entendiéramos esto, si pudiéramos ver a cada persona con sus rarezas, sus traumas, sus formas únicas de existir, descubriríamos que lo que llamamos malo o diferente es, muchas veces, solo una versión no encauzada del bien. La criatura podría haber sido compasiva, protectora, hermosa. Pero nadie le enseñó. Nadie le dio la oportunidad. Al final, perdonar es reconocer que todos fuimos creados imperfectamente, y que aun así merecemos un lugar donde existir. Guillermo del Toro lo entendió con sus monstruos. Quizá sea momento de que nosotros lo entendamos con las personas.

Rubén Eduardo Barraza

Maestro en la Universidad La Salle // Experto en cine.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.