He militado en la derecha. Lo digo sin rodeos, porque lo hice convencido de que los valores de orden, trabajo y libertad económica podían ayudar a construir un país más fuerte y justo. Pero también lo digo con la misma claridad con la que reconozco que, desde las regiones, uno termina entendiendo que el problema de Colombia no está solo en las ideologías, sino en la desconexión total del poder con la realidad del territorio.
Soy un hombre de región, de una isla donde la política nacional solo se siente cuando hay elecciones o cuando llega una ley que nadie consultó. Desde aquí se ve con nitidez lo que en Bogotá no se alcanza a percibir: que los congresistas, una vez llegan al Capitolio, se matriculan en partidos tradicionales y votan en bancada, sin pensar un segundo en las comunidades que los eligieron. Las decisiones del país se siguen tomando lejos del país.
He estado cerca del funcionamiento del gobierno central y puedo decirlo con conocimiento: allá arriba todo gira en torno al cálculo político, no al bienestar colectivo. Las prioridades son las cuotas, los pactos, las reformas con nombre propio. Y mientras tanto, las regiones seguimos siendo paisaje.
La izquierda, que prometió transformar el país desde los excluidos, ha terminado envuelta en escándalo tras escándalo, sin resultados tangibles y con una gestión pública marcada por la improvisación. Prometieron gobernar para la periferia, pero la periferia sigue igual.
Y la derecha, mi antigua casa política, no ha querido aceptar que el país cambió. Sigue hablando desde el miedo y la nostalgia, aferrada a un pasado que ya no existe. Defiende un orden que se desmoronó y olvida que la autoridad sin empatía no construye nada.
Por eso cuando las encuestas dicen que el “centro” es la opción más viable, no lo veo como un triunfo de la moderación, sino como un síntoma de agotamiento nacional. El pueblo no quiere extremos, pero tampoco quiere tibieza. Quiere líderes con cabeza fría y corazón caliente: gente que piense antes de hablar, que planifique antes de prometer, que gestione antes de tuitear.
Mientras el mundo entra de lleno en la quinta revolución tecnológica, Colombia sigue atrapada en debates de hace 30 años. Seguimos discutiendo ideologías mientras los demás países discuten innovación, energía limpia, educación digital y competitividad.
Necesitamos una generación política que piense desde las regiones hacia la nación, no al revés. Que entienda que gobernar no es conquistar el poder, sino servir con visión. Que comprenda que las transformaciones reales no nacen en los ministerios, sino en los territorios.
El futuro no será de la izquierda ni de la derecha, ni de un centro acomodado.
El futuro será de quienes, desde la periferia, tengan la valentía de pensar distinto, de construir sin rabia y de unir lo que otros se empeñan en dividir.














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