Nos encanta que nos engañen

Decía José Rafael Sañudo, en su polémico libro Estudios sobre la vida de Bolívar (1925), que los pueblos suelen pagar las consecuencias de sus propias ilusiones: que el mito del héroe es más cómodo que la verdad del hombre. Sañudo desmontó al Libertador de su pedestal para mostrarnos que detrás de las estatuas y los himnos también habitan la ambición, la manipulación y la necesidad humana de ser engañados.

Cien años después, seguimos igual. Nos encanta que nos engañen.

Nos encantan los pseudolíderes, esos que aprendieron marketing político antes que ética pública. Los que dominan las redes, posan con sonrisa de campaña, prometen lo que saben que no van a cumplir, y nos seducen con un discurso diseñado para halagar nuestras carencias. Vivimos en la era del espectáculo, y las elecciones se han convertido en un reality show de emociones baratas.

Nos encanta que nos hablen bonito. Que nos digan que “todo va a cambiar”, mientras reparten plata prestada o favores disfrazados de esperanza. Nos encantan las campañas gigantes, vistosas, llenas de vallas, tarimas, camisetas y abrazos prefabricados. Y no pensamos que quien gasta millones para que lo amen, después cobrará con intereses ese amor en contratos, en corrupción o en silencio.

Nos encanta que nos inviten a un sancocho, que se tomen fotos con nosotros, que se disfracen de humildes visitando barrios pobres con el mismo cinismo con el que después se encerrarán en oficinas con aire acondicionado a olvidarse de la gente. La humildad no se actúa: se vive. Pero el pueblo parece preferir la actuación.

Nos encanta que nos prometan empleo, subsidios, proyectos. Nos encanta escuchar lo que queremos oír, no lo que necesitamos entender. Por eso triunfan los populistas: porque nos dicen justo lo que deseamos creer, aunque sepamos muy adentro que es mentira. Como dice la Biblia: “por sus frutos los conoceréis”. Pero ni los frutos ni las raíces parecen importar ya, solo el maquillaje del árbol.

Y en San Andrés, como en Colombia entera, la historia se repite.
Vemos campañas financiadas por manos oscuras, candidatos tutelados por viejos caciques que fracasaron como gobernantes, y ahora pretenden darnos lecciones de moral. Los mismos que destruyeron lo público hoy se visten de salvadores. Los mismos que engañaron antes vuelven a hacerlo, y el pueblo con una mezcla de ingenuidad y resignación los aplaude.

Nos encanta que nos engañen.
Nos fascina el mito más que la verdad, el espectáculo más que la sustancia, la promesa más que el trabajo. Y así seguimos votando por reflejos, por emoción, por miedo o por costumbre.

Sañudo escribió que Bolívar, más allá del mito, fue un hombre con luces y sombras, y que las sombras también dejaron su herencia sobre los pueblos. Hoy, en pleno siglo XXI, su advertencia revive: los pueblos que no cuestionan a sus ídolos terminan siendo víctimas de su propia idolatría.

Mientras tanto, los verdaderos líderes esos que construyen en silencio, que no tienen maquinaria ni espectáculo siguen siendo invisibles, porque no saben mentir.

Y así, entre likes, pancartas y abrazos falsos, Colombia y el Archipiélago se prepara para otra elección.
Una más donde el marketing, la compra de votos, y promesa de contratos OPS ganará sobre la conciencia.
Y donde, al final, confirmaremos otra vez esa dolorosa verdad:

Nos encanta que nos engañen.

Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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