El Copy-paste de la ideología digital

En el ruidoso y a menudo confuso panorama político de nuestro tiempo, resulta casi una ironía del destino— o un guion digno de un teórico esloveno— para entender algunas de las herramientas que llegan a través de piezas publicitarias, que se van perdiendo en ese océano digital de las redes sociales, los fragmentos de pensamiento de Slavoj Žižek junto a declaraciones del electo alcalde de Nueva York, Zohran Mamdani. Circulan como criptomonedas ideológicas, ofreciendo pistas dispersas de un rompecabezas mayor. Al unirlas, emerge una pregunta incomoda: en la batalla por el alma en el siglo XXI, ¿está la izquierda cediendo el lenguaje del cambio a una derecha que lo ha vaciado de contenido revolucionario?

Estamos enfrentados a una paradoja del populismo y la política seria, la primera y más grande sátira es: que los mecanismos simbólicos que hoy utiliza con maestría la nueva derecha digital— el relato anti-sistema, la ruptura con lo establecido— fueron en su día territorio de teoría de izquierda. La derecha, en un movimiento astuto, aprendió hablar el leguaje de la revolución sin tener intención de hacer una. Mientras Žižek observa que la izquierda necesita sus propios referentes claros, alejados del “caos políticamente correctos”, la maquinaria trumpista ya tiene los suyos; figuras que esbozan un mensaje simple y potente, aunque este plagado de contradicciones.

Y, ¡vaya si lo está! El populismo trumpista es un Frankenstein ideológico— por un lado, se viste con la ropa de la resistencia de la clase trabajadora contra el gran capital; por otro, celebra el espíritu “creativo” y desregulado de ese mismo capitalismo. Esta tensión es irreductible. No se puede defender simultáneamente la digitalización corporativa de nuestras vidas— que concentra poder y datos en pocas manos— y pretende empoderar a las asambleas locales de ciudadanos. Es un espejismo: se canaliza el descontento legitimo hacia un chivo expiatorio— el extranjero—, dejando intactas las estructuras del poder económico.

Frente a este panorama, la “hipótesis loca” de una nueva izquierda que una la digitalización con el control popular suena menos a locura y más a necesidad imperiosa. No se trata de rechazar la tecnología, sino de someterla a un rediseño democrático. Aquí es donde la apuesta, tal vez, puede aparecer con Mamdani, el nuevo y joven alcalde de Nueva York, cobra relevancia. Sus declaraciones para el portal WIRED son un antídoto contra el vacío populista. Cuando habla de ambición, innovación y revolución política, no lo hace desde la lógica de la “disrupción” Silicon Valley, sino desde la seriedad de un proyecto que se toma en serio la gente. “Si tratas a los jóvenes como cualquier otra persona…ellos responden”, dice. — la votación de los jóvenes fue la más alta desde los últimos 20 años para esta contienda, — es la simple y poderosa noción de que la política debe basarse en el compromiso real, no en la seducción superficial.

El desafío, entonces, es doble. Primero, la izquierda debe reconciliarse con la necesidad de un mensaje claro y audaz, capaz de competir en el ecosistema de atención digital sin caer en los simplismos de la derecha. Debe construir y resignificar sus propios referentes— no perdamos de vista a Mamdani— no para imitar, sino para ofrecer una alternativa creíble.

Segundo, y más crucial, debe demostrar que su transformación política es distinta. Mientras la “revolución” de la derecha digital es un espectáculo que mantiene el status quo, la de la izquierda debe materializarse en un proyecto de soberanía tecnológica y económica. Como advierte Mamdani, se trata de comprender el autoritarismo en ciernes y usar todas las herramientas para defender a las personas.

La gran batalla no es entre lo analógico y lo digital, sino una digitalización al servicio de las ciudadanías, que pueda mantener en el tiempo el control popular y soberano, para impugnar cualquier concepción política que se contraponga a los intereses de la sociedad.

La izquierda tiene la tarea histórica de demostrar que su versión de la ambición y la innovación no termina con un tweet virulento, sino en una democracia más profunda y consciente de lo tangible. De lo contrario, el futuro se escribirá con las herramientas que ella misma forjó, pero en menos de quienes buscan anclarnos en un pasado glorificado e inexistente.

Andrés David Arana Gutiérrez

Investigador Académico, consultor y asesor en temas relacionados con Geopolítica y Geojurídica Digital e Inteligencia artificial. Columnista y articulista de medios escritos digitales nacionales e internacionales. 

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