Elitismo lector

“La función del docente no es solo acompañar a quienes ya leen, sino mantener abierta la posibilidad de que otros descubran la lectura como experiencia transformadora”.

Hace poco leía una publicación de Fernando Savater en la que afirmaba que los docentes no deberían obsesionarse con lograr que todos los estudiantes lean. En su opinión, el esfuerzo pedagógico debería concentrarse en aquellos pocos alumnos que muestran verdadero interés por la lectura, pues —según él— “el placer de leer no se puede enseñar, solo se contagia”. Esta idea, aunque provocadora, invita a una reflexión profunda sobre la relación entre la educación, la lectura y la libertad del lector.

En apariencia, la postura de Savater podría interpretarse como una renuncia al principio de igualdad educativa, pues sugiere priorizar la atención en una minoría selecta. No obstante, en el fondo plantea una tensión que los docentes enfrentan constantemente: cómo equilibrar la motivación genuina por la lectura con la obligación institucional de formar lectores competentes. Savater no aboga necesariamente por un abandono de los demás estudiantes, sino por reconocer que el deseo de leer no se impone mediante estrategias coercitivas. La lectura, sostiene, nace del asombro y la curiosidad, no de la imposición.

Sin embargo, esta perspectiva también puede derivar en lo que podría denominarse un elitismo lector, una forma sutil de exclusión cultural en la que la lectura se convierte en privilegio de unos pocos “iniciados” que logran conectar con los libros, mientras los demás permanecen al margen. En ese contexto, el aula corre el riesgo de fragmentarse entre “los lectores” y “los no lectores”, reproduciendo una jerarquía simbólica donde leer se convierte en signo de distinción más que de formación integral.

Frente a ello, es necesario reconocer que la función del docente no es solo acompañar a quienes ya leen, sino mantener abierta la posibilidad de que otros descubran la lectura como experiencia transformadora. Si bien es cierto que el gusto no puede forzarse, también lo es que el contacto con los libros, las historias y las palabras puede despertar sensibilidades dormidas. La tarea educativa, en este sentido, consiste en crear las condiciones para que el contagio del que habla Savater sea posible, para que el entusiasmo de unos pocos se extienda de manera orgánica a los demás.

La lectura, más que un fin en sí misma, es una práctica cultural que enseña a pensar, a dudar y a imaginar. Limitar su fomento a un grupo selecto equivaldría a restringir el acceso al pensamiento crítico y a la libertad interior que los libros ofrecen. Por ello, aunque resulte comprensible la frustración de los docentes ante la apatía lectora, no debería asumirse la lectura como una actividad reservada para quienes ya la aman, sino como un derecho formativo que todos merecen explorar a su propio ritmo.

En conclusión, la propuesta de Savater evidencia un dilema pedagógico vigente: entre la eficacia de centrarse en los interesados y la responsabilidad de abrir caminos a quienes aún no lo están. El desafío no está en elegir entre unos y otros, sino en lograr que la pasión por la lectura, aunque no pueda enseñarse, encuentre siempre un lugar para contagiarse. En última instancia, el verdadero acto educativo consiste en mantener encendida la posibilidad de que, en cualquier momento, un estudiante descubra que en los libros también puede habitar su propia voz.

Alexander Rivera Cárdenas

Soy un apasionado de las palabras y las ideas. Con más de 10 años de experiencia como profesor de Lenguaje y Literatura, he tenido el privilegio de guiar a generaciones de estudiantes en su camino hacia la comprensión y el amor por la literatura. Además de mi dedicación a la enseñanza, soy Ingeniero Industrial y escritor. Mi experiencia en la industria me ha permitido abordar la literatura desde una perspectiva única, buscando siempre la innovación y la creatividad. Mi objetivo es inspirar a las personas a explorar el poder de las palabras y a encontrar su propia voz en el mundo actual.

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