Mi abuelo tenía razón: los hombres de esta isla eran distintos

El Caribe puede cambiar su historia si vuelve a creer en su gente.

En 1994, Barbados tenía una de las tasas de criminalidad más altas del Caribe.
Treinta años después, logró reducirla en más de un 70%.
¿Cómo lo hizo? Comenzó donde pocos miran: en la comunidad.
En los templos, en las escuelas, en los hombres y mujeres que decidieron volver a educar con ejemplo.
Y mientras el mundo discutía estrategias de seguridad, ellos redescubrieron algo más poderoso: la unión.

Ese mismo potencial lo tiene San Andrés.
Porque aunque nos duela reconocerlo, las rutas que unen a las islas del Caribe hoy no son solo turísticas: también son las rutas del narcotráfico, de la corrupción y del abandono estatal.
Pero en esa misma red de sombras, sigue viva la otra ruta, la verdadera: la del pueblo que da, que comparte, que ora, que resiste.

En 2023, San Andrés cerró el año con 65,8 homicidios por cada 100.000 habitantes, la tasa más alta del país.
No es un dato menor: en una isla de apenas 27 kilómetros, donde todos se conocen, significa que cada muerte deja un vacío colectivo.
Sin embargo, en el mismo territorio donde la violencia crece, también crecen los gestos de amor: la madre que cocina para los hijos de su vecina, el pescador que comparte su captura, el joven que sueña con estudiar para ayudar a su barrio.
Ahí está la esperanza.
En lo invisible. En lo cotidiano.

El Caribe ha sufrido la misma herida: la dependencia.
Dependencia del turismo, del contrabando, de la ayuda política.
Pero también tiene el mismo antídoto: su gente.
Barbados lo demostró con educación y transparencia.
Curazao lo logró creando participación real.
Jamaica, con todo su caos, sigue recordándole al mundo que una canción puede tener más poder que una bala.

San Andrés puede ser el próximo ejemplo, si decide hacer de la fe una política pública, del civismo un acto revolucionario, y de la honestidad un motivo de orgullo.
Porque no hay transformación sin carácter, ni carácter sin Dios.

Mi abuelo lo decía sin saber que estaba hablando de política:

“Los hombres de esta isla eran distintos.
No esperaban a que los mandaran, salían a ayudar.
No prometían, cumplían.
No hablaban de Dios, vivían con Dios.”

Eso no era romanticismo, era estrategia.
Y quizá la única que puede salvarnos: volver a creer en lo que nos unía antes de la política, antes del dinero, antes de la trampa.

Porque si Barbados cambió con educación, y Jamaica con cultura,
San Andrés puede cambiar con algo más poderoso: con corazón.
El día que el isleño vuelva a sentir orgullo por hacer el bien,
esa tasa de homicidios empezará a caer sola.
No por decreto, sino por despertar.

El Caribe no necesita salvadores, necesita ejemplos. “ que el centro del país entienda que no somos como ellos”
Y cada vez que un sanandresano actúa con verdad, sin esperar nada,
el paraíso vuelve a nacer, aunque sea por un instante.

Jayson Taylor Davis

Soy un abogado sanandresano, especialista y estudiante de la maestría en MBA en la Universidad Externado de Colombia.

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