Juan Miguel Zunzunegui. Degradar la historia por unos pesos

El panorama de la divulgación histórica ha visto emerger figuras que se vuelven populares —e incluso, virales—. Sin embargo, su fama (que no, reconocimiento), no los debe volver inmunes al escrutinio crítico riguroso. En ocasiones pareciera que el divulgador científico famoso tiene la verdad completa, y última palabra en cualquier debate.  Uno de estos “personajes” es el divulgador Juan Miguel Zunzunegui. Su obra, a menudo presentada con un tono desenfadado y repleto de anécdotas, se desvía peligrosamente de la seriedad historiográfica, cayendo en un reduccionismo simplificador, una defensa ideológica sesgada y un uso superficial de la evidencia; todo por quedar bien con determinados públicos (o patrocinadores, me atrevería a decir). Este análisis que le presento, apreciable lector, explica por qué el individuo objeto de estudio es popular en redes, mas no reconocido ni citado por académicos-científicos sociales serios.

Luego de leer algunas de sus obras, escuchar sus declaraciones y “explicaciones” en redes sociales (donde es muy popular), no encontraba un concepto que me pudiera abordarlo. Es por ello por lo que tuve que inventarme uno: la historia chatarra.

La historia chatarra es la narrativa histórica exagerada, ensambla a partir de datos curiosos y anécdotas descontextualizadas. Su principal mecanismo es el reduccionismo espectacular, que sacrifica la explicación científica compleja y la crítica de fuentes en favor de la viralidad y el shock instantáneo. Opera bajo la lógica de la “comida rápida” intelectual: es fácil de consumir, rápidamente popular, pero carece del valor nutricional (conceptual, metodológico y analítico) esencial para comprender la estructura profunda y las dinámicas causales del pasado; muchas veces no sabe lo que es una fuente primaria y secundaria. En esencia, es el pasado despojado de su conflicto y su contexto, convertido en un meme entretenido, divertido, masivo y rentable.

Uno de los principales problemas en la producción literaria de Zunzunegui es su tendencia a reducir procesos históricos complejos a meras concatenaciones de hechos singulares o a la psicología de personajes clave. La historia, en sus manos, se convierte en una serie de datos curiosos descontextualizados, privándola de la profundidad que le otorga el análisis de estructuras culturales, económicas e ideológicas. Este enfoque no solo trivializa el pasado, sino que adormece —y busca manipular— al lector ante las verdaderas circunstancias y procesos que moldean el mundo. Al privilegiar la anécdota y el dato sorprendente, que pueda ser viral, sobre el análisis causal y la síntesis historiográfica, Zunzunegui ofrece una historia ligera que puede ser entretenida, pero que resulta insuficiente para comprender la magnitud de los cambios históricos. La historia se presenta como una línea de puntos brillantes, no como una red densa, compleja y conflictiva. Ejemplo de ello es su explicación casi infantil sobre la construcción de catedrales en la Nueva España, donde afirma que, si en ese periodo se hubiera vivido un “saqueo” y “genocidio”, en lo último que hubieran pensado los españoles es en construir una catedral. Supongo que el “historiador” desconoce que gracias a la Encomienda, principalmente, entre 1519 y las primeras décadas del siglo XVII murieron alrededor del 90 por ciento de los indígenas; millones de vacas, borregos y ovejas vagaban en planicies vírgenes destruyendo el entorno para saciar su hambre, y la agricultura extensiva de estilo europeo se apropió de inmensas extensiones, algo jamás visto, pues los mesoamericanos sembraban de forma intensiva en pequeñas parcelas: datos que nos recuerda la profesora e historiadora científica Gisela von Wobeser. ¡90 por ciento de indígenas! Otro dato que Zunzunegui ignora es la buscada de evangelización católica en las colonias y el propio servicio religioso de los españoles peninsulares, necesidad vital para la cultura religiosa de la época, donde la religión y religiosidad católica regían buena parte de la vida de los seres humanos occidentales: este es el claro ejemplo de la falta de matices. El escritor no conoce los matices, la contextualización y complejidad con la que deben abordarse los objetos de estudio, más allá de análisis simplificadores que mezclan temas sin relación directa, pero que “suenan bien”.

La obra de Zunzunegui no es ideológicamente neutra. Se percibe una marcada inclinación a defender y justificar a las élites y a los poderosos, a menudo bajo el pretexto de una supuesta “objetividad” o “realismo” histórico. Este sesgo se manifiesta en la forma en que aborda las conquistas, los imperios y las desigualdades sociales, minimizando el impacto de la explotación y la violencia en favor de una narrativa que exalta la “genialidad” o la “necesidad” de los vencedores; critica la visión maniquea de la historia, pero lo único que hace es invertir los papeles: a héroes los vuelve villanos y viceversa. Cuando la historia científica es el reconocimiento y entendimiento de acciones sin uso de valores morales.

Más evidente aún es su apología de Europa. Al abordar la historia global, es frecuente que se le acuse de adoptar una perspectiva eurocéntrica que subestima o ignora las contribuciones y la complejidad de las civilizaciones no occidentales. Su búsqueda por destacar a Europa y sus estructuras de poder se alinea con una visión que, de forma implícita o explícita, justifica la dominación histórica, ofreciendo un relato tranquilizador para quienes se benefician, o se sienten herederos, de dichas estructuras.

No hay mayor ejemplo de la apología del poder que el libro homónimo a su serie documental “La revolución de la libertad”, productos patrocinados por el polémico empresario Ricardo Salinas Pliego —que, por cierto, la serie esta ilustrada con imágenes generadas gratuitamente con Inteligencia Artificial, lo que le da un aspecto de producto amateur y de bajo presupuesto—. Durante cada capítulo, ambos utilizan datos históricos de manera discrecional, acomodándolos a conveniencia, para reforzar sus tesis —bastante superficiales— sobre la necesidad de eliminar (o por lo menos limitar lo más que se pueda) a los gobiernos, como el comunismo ha “destruido” países”, como el mexicano vive adoctrinado para “odiar a los ricos” —con razón es tan impopular el autonombrado candidato a la presidencia Salinas Pliego, ¿no? —.

El método de Zunzunegui, basado en la acumulación de datos curiosos, revela su verdadera función: la de un vendedor de información, no la de un historiador científico. Un historiador académico y riguroso se distingue no solo por conocer hechos, sino por su capacidad para criticar las fuentes, establecer un aparato metodológico y conceptual claro, y construir argumentos sólidos que expliquen las dinámicas del pasado. Zunzunegui evade esta responsabilidad. Como ya lo he mencionado, su uso de los datos es a menudo discrecional y tergiversador: seleccionando y ensamblando fragmentos que sirven mejor a su narrativa preestablecida —fácil de consumir y atractiva comercialmente—, sin someterlos al contraste y la duda que exige la disciplina histórica. En este sentido, Zunzunegui opera en el mercado del conocimiento, donde el saber se vende al mejor postor en forma de entretenimiento rápido, sacrificando el entendimiento de un pasado complejo, que debe ser tratado con matices, por la simpleza y el impacto.

Juan Miguel Zunzunegui no puede ser catalogado como un historiador. Es, más bien, un hábil divulgador de datos curiosos cuyo trabajo, marcado por un reduccionismo intelectual, un sesgo eurocéntrico en defensa de los poderosos y la tergiversación discrecional de la evidencia no contribuye a una comprensión profunda y crítica del pasado. Su éxito es un síntoma de la demanda de una historia fácil y de poco valor nutrimental (insisto, de ahí viene eso de chatarra). ¡Bendito siglo XXI donde vende más lo viral que la verdad!

Marco Antonio Gutiérrez Martínez

Mexicano. Licenciado en Historia (UAMex, Mención Honorífica). Ponente en eventos nacionales e internacionales. Autor del cuento "Breve diario de mi oscuridad" (Luz y Sombra. Antología de cuento breve) y del libro AMLO, la mafia del poder y la Historia.

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