El pasado 1 de octubre se redimió mi condena. La Biblioteca Pública Piloto, un extraordinario faro cultural e histórico de Medellín para América Latina, decidió, en virtud de la compresión de su equipo administrativo, redimir una sanción a perpetuidad que posaba sobre mi conciencia como resultado de un intento de hurto del cual fui responsable hace catorce años. Cuando en un arrebato de irracionalidad pensé que podía hurtar una copia de La trilogía de Nueva York de Paul Auster.
Ciertamente me avergüenza relatar el hecho. Pero la redención me implica asumir el mea culpa del daño causado por un joven yo. Un joven irresponsable que sometido por una extraña sensación de posibilidad atentó contra la Biblioteca al proponerse robar uno de sus libros. Y a pesar de que el robo no se consumó, pues fui detenido en el preciso instante en que pasé por el detector de seguridad, el daño, tanto a la Piloto como a mi conciencia, sí se consumó en su totalidad.
La sanción también fue total: vetado de por vida del Sistema de Bibliotecas Públicas de Medellín. Justo y necesario. Porque para ese momento no tenía en mi historial de asiduo visitante de la Piloto ni una sola inhabilidad que me impidiera prestar La trilogía de Nueva York. Había prestado semanas atrás El palacio de la luna, también de Auster.
A la merecida sanción sobrevino un malestar personal que se expresó de dos formas. Primero, por muchos años me daba físico pavor ingresar a las instalaciones. Siempre que estaba cerca de la Piloto me asediaba una mezcla de vergüenza y tristeza. Y así nunca haya sido vetado para acceder a la sala de lectura o de consulta, me negué, en lo personal, a retornar a la Biblioteca que alguna vez consideré como un segundo hogar. También asumí la sanción -cual condena kafkiana- en mi fuero interior.
Segundo, nunca me volví a acercar a una obra de Paul Auster. Cada que veía uno de sus libros me asediada la mezcla de vergüenza y tristeza. Cuando me enteré de su muerte, el 1 de mayo de 2024, lo quise volver a releer, me entraron ganas de volver a ciertas lecturas amadas de juventud; en leer, de una vez por todas, La trilogía de Nueva York. No pude. La mezcla me lo impidió. Concluí que antes de retornar a Auster debía redimirme. Algo que solo sería posible si me reconciliaba con la Piloto.
Pasaron catorce años. Han sido muchos los caminos andados y desandados. Las búsquedas y los encuentros. No voy a justificar el comportamiento de un joven yo, aunque ese joven, con su mar de incertidumbres y anhelos, todavía sigue presente, de múltiples formas. Aunque no podía seguir cargando con el peso de su culpa. Así que tras estar muy cerca de la muerte -una antimetáfora kafkiana que implicará otra columna- y muy motivado por la lectura de Bolaño -también un juvenil ladrón de libros-, le solicité al equipo administrativo de la Piloto que estudiará mi caso.
Con fortuna, tras exponer una serie de argumentos -sobre todo existenciales- y poner a disposición mi tiempo para promover actividades de lectura, mi solicitud de resarcimiento fue tomada en consideración y el pasado 1 de octubre se levantó el veto con el siguiente mensaje: “(…) agradecemos haber manifestado su deseo de resarcir esta dificultad y regresar nuevamente como usuario de la BPP y del SBPM”. No exagero si afirmo que me sentí profundamente liberado y tranquilo.
Ahora, espero con ansias volver a la Piloto, sentirla nuevamente como un segundo hogar, habitarla en su experiencia literaria, y además, retornar desde su sala de lectura al universo poético de Paul Auster. Porque mi primer préstamo tras catorce años de veto será La trilogía de Nueva York. Confío en que se encuentre disponible.
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