Jorge Iván Agudelo: la constelación literaria de la experiencia

Esa voz no memoriza, da cuenta de lo que queda cuando el recuerdo se le escapa al lenguaje.


Las tres últimas obras literarias del escritor Jorge Iván Agudelo construyen una constelación. Dos poemarios y una novela triangulan la escritura para hacer legible la tensión entre lo apolíneo y lo dionisiaco que forman la experiencia humana. El magnetismo entre Un otro hermano terror (2023), Muerde perra espléndida (2023), Donde está ese calendario había un dibujo de un molino (2025) lo produce una potencia del pensamiento que derrumba las fórmulas impresionistas porque es una escritura que no se sostiene en temas, atiende un uso del lenguaje, ese carácter poético y narrativo de la experiencia que deviene literatura.

La difícil sencillez en el lenguaje de Agudelo dinamita cualquier posibilidad de retórica inflada. La poesía de Un otro hermano terror (2023) proyecta imágenes con las palabras de una tensa calma que no apunta al merecimiento sino a una resignación digna. El terror que sugiere el título es ese que está siempre cerca, que no hay que buscar en la ficción sobrenatural o en los sucesos extraordinarios porque abunda en la rutina y en los círculos de mismidad en donde continuamente rondamos para sobrevivir:

El cuerpo

todo espera

de la vaga señal

que lo sacuda

de un momento a otro como si un mundo

incendiándose

necesitara de sus huesos

para avivar las llamas

En el sentido de Walter Benjamin, las palabras organizan el pesimismo con la fragmentación visual que exige pausar la respiración acelerada: esa ansiedad por el encuentro con lo diferente como si de un sinónimo de la salvación se tratara. No son aforismos poéticos, porque no son poemas que sentencian, es poesía que expone la contención del sujeto que no se rinde ante la indiferencia incluso si debe aparentarla:

La carcajada nacida de sí misma

sin recuerdo

o motivo de su aliento

solitaria

entre un tumulto cabizbajo

es recibida con sospecha

y obligada

por los juicios que se intuyen

a doblarse

y esconderse

en el silencio de su propia mueca

La poesía de Agudelo es la de una existencia que no desespera. Acude a una escritura que suspende la angustia para auscultarla porque en la imposibilidad de negarla, necesita pausarla en la palabra para detallar los filos de su potencia desgarradora. Esa palabra se libera de los signos de puntuación para desplazarse con autonomía entre las ideas con un orden singular que captura los fenómenos de la existencia con rigor poético. Hay un reconocimiento de las fibras emocionales que difícilmente se relacionan con una forma del pensamiento, esa relación Agudelo la logra.

Donde está ese calendario había un dibujo de un molino (2025) no encierra la poesía, la libera del sentimentalismo moral o arrogante que, generalmente, sirve de atajo para nombrar los vicios, la adicción, las drogas. Esta voz poética sabe (o supo) que el tiempo de la adicción sigue el sentido de las agujas de un reloj ganoso de horas para diluirlas sin urgencia:

Fue un infierno de palabras

que dichas

todas juntas y a destiempo

se abrieron paso

para terminar

en la mañana

de un domingo muerto

remedándose

chillonas

por tu cabeza

Agudelo suspende el ímpetu dionisiaco del adicto para poder ver en él una lengua que no acumula el tiempo de la experiencia; lo despliega en el afán de retar los límites del cuerpo. No hay discurso cultural sobre las drogas, hay una voz que usa las ruinas del lenguaje briago para pronunciar el desencanto que sobrevive a la resaca. Esa voz no memoriza, da cuenta de lo que queda cuando el recuerdo se le escapa al lenguaje:

Llegar aquí

como quien vuelve

de una travesía de años

solo a enumerar

las nuevas

viejas botellas

y sin preguntar por nadie

comentar

a nadie

al joven cantinero

una verdad revelada

donde está ese calendario

había un dibujo de un molino

Entonces, ¿estamos ante un poemario apolíneo y otro dionisiaco? No. Agudelo no construye esa trampa dicotómica. Son textos que constelan para iluminarse entre sí; un resplandor que se hace triangular cuando se integra la novela Muerde perra espléndida (2023) para mostrar la arquitectura de las tensiones: “Una cosa más, eso es el vicio, una cosa más, como la sobriedad y su raro prestigio, desplegándose, entre sudores fríos y paraísos…”. Los excesos y la mesura como un campo de fuerzas que las obras intercambian sin sugerir una verticalidad de los géneros, porque tanto en su narrativa como en su poesía, Jorge Iván Agudelo construye una lengua propia donde los poemas también narran y la novela poetiza. El borracho, el sobrio, el adicto, el reflexivo son posibilidades en el lenguaje de un solo personaje, de una sola voz poética.

En la novela, una perra amarilla aparece con una densidad espectral que neutraliza cualquier ingenua explicación simbólica. Es la pintura de fondo, la imagen donde se posa la memoria protegida en la escritura de un hombre que sospecha de la separación entre el orden y el caos.

Le gustaría, ahora, más que ver las formas, algunas veces graciles, otras famélicas, del animal, o sus territorios, cuidadosamente diseñados para que el hocico, las patas, las tetas escurridas, los colmillos limados, contrastaran o se confundieran con otros colores, el amarillo tenue de ciertas basuras, cueros colgados en la pared de una casa campesina, las rayas de una carretera, el sol, leer las palabras, que como podía, iba encabalgando, ceñidas a lo dibujado, casi siempre, o, algunas,  contadas veces, persiguiendo, nunca un sentido o una explicación, pero sí un espacio alterno, donde no había que dar cuenta de nada, y, hasta la perra podía, en sequedad o vorágine, desaparecer.

El animal de Jhon. Un nombre donde se reúnen las posibilidades de otros dos: Vladimir y el poeta H. Tres personajes donde el lenguaje constela; un segundo triángulo que no pretende coincidir con aquel que forman las obras. No hay intención, no hay artificio, hay una puesta en escena de la semejanza que se devela como un secreto que solo es necesario para quien lo intuye. En esa relación que Jhon mantiene con Vladimir y H se va formando un sujeto que sabe mantenerse exterior a su mundo porque sin saberlo, su exigencia, y la de su animal amarillo, fue la de no dejarse tragar por su clase social. Jhon se resiste a ser el “pirobo” resentido que le cobra a la gente lo que el mundo le debe porque parece inteligente con sus cuadernos y sus libros. Sobrevive al destino para desmontar su argumento fatalista:

[…] los ve irse pensando que en ese entonces, el tiempo de la universidad, él estuvo solo, sobrio, estudiando. Se dirá que su ubicación, su ascenso, sin intrigas, zancadillas ni padrinos, envidiable para muchos, es la merecida recompensa por el esfuerzo, por, como dice su esposa, haber nadado a contracorriente. A contracorriente y a la deriva, aumenta, no con el interés de añadir méritos a su vida, más bien para recalcar, recalcarse, que, al haber carecido de un norte, una, como se dice, vocación de superación, todo es suerte y buena conducta, ir pegando, uno tras otro, día tras día, sin saber bien para qué, los ladrillos encontrados en el camino; un malentendido, en últimas.

No-coincidir no fue un objetivo trazado, pero sí el resultado de un pensamiento singular. Jhon admiró y reconoció la formación literaria de su profesor Vladimir y luego la de su amigo, el poeta H, sin renunciar a su carácter, sin ceder al excentricismo ajeno, construyendo el propio: “¿Qué es peor para un poeta, ser ciego o ser sordo? Entona otra vez ese estribillo, pero no se engolosina, lo deja de lado para que se confunda con la sarta de alambicadas frases pronunciadas por H como si se tratara de inéditas conquistas del espíritu”. Esa descoincidencia como contenido histórico de la obra también le da forma a la novela, pues al sostenerse con un narrador en tercera persona, la novela teoriza acerca de sí misma, es decir, sobre y en el distanciamiento. El yo confesional de los personajes se deja atravesar por una tercera voz en forma de comunidad narrativa.

En Muerde perra espléndida ocurre el encuentro de las apariencias: el que parece sobrio, el que parece loco, el que parece organizado, el que parece valiente. La voz narrativa, siempre tan incisiva, responde a los pliegues del pensamiento de los personajes. En ellos, lo aparente es lo preciso, ese umbral firme que pueden cruzar para experimentar la diferencia sin contradicciones. Un borracho que no es borracho, espera en un bar a un profesor que no da clases, a un poeta que no depende de los poemas. En esas circunstancias hay un orden de lo abismal, lo caótico. Una tensión donde se imbrican las fuerzas entre lo Apolíneo y lo dionisíaco.

La de Agudelo, es una novela que se degenera porque no solo narra, también teoriza y poetiza sobre la memoria en el lenguaje de los incisos que no pretenden explicar, sino advertir las trampas de la precisión. Una pura pasión del pensamiento hecho lenguaje donde no hay representación, no es volver a hacer presente el pasado, es hacer presente (presentar) la forma y el contenido de la experiencia con la amistad, con la adicción, con la diferencia en la palabra. Es así como la poesía de Un otro hermano terror y Donde está ese calendario había un dibujo de un molino se ve proyectada en la narrativa de Muerde perra espléndida y viceversa. Las obras no se identifican, se necesitan para usarse, para formar una constelación de sentido donde siempre será posible tensionar con otras. De ese modo, juntas configuran su propia singularidad, esto es, la obra de Jorge Iván Agudelo.

 

Xenia Guerra

Licenciada y magíster en Letras por la Universidad de Los Andes en Venezuela. Profesora universitaria de la misma casa de estudios. Investigadora en el ámbito literario con enfoque en filosofía política y el arte.

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