Siempre he sido un férreo defensor de la idea de que las remesas provenientes del exterior tienen un peso fundamental —y muchas veces subestimado— en la economía colombiana. No se trata únicamente del volumen de divisas que ingresan al país, sino del hecho contundente de que ese dinero llega sin que el Estado colombiano haya invertido un solo peso en su producción. Son recursos limpios, enviados con esfuerzo por millones de compatriotas que, desde el exterior, sostienen económicamente a sus familias en Colombia y, de paso, apuntalan nuestro Producto Interno Bruto (PIB).
UN INGRESO QUE IGUALA O SUPERA A NUESTRAS EXPORTACIONES TRADICIONALES
Las cifras hablan por sí solas. Solo en el primer semestre de 2025, Colombia recibió US$6.417 millones en remesas, casi igualando los ingresos por exportaciones de petróleo (US$6.491 millones) y superando ampliamente las exportaciones de café (US$2.685 millones) y carbón (US$2.372 millones). Al cierre de julio, las remesas acumuladas ya sumaban US$7.665 millones, y se estima que a finales del año podrían superar la barrera histórica de US$13.000 millones, lo que representaría cerca del 3% del PIB nacional.
Esto quiere decir que, si las remesas fueran clasificadas como una exportación tradicional, estarían en el primer lugar del ranking nacional. Pero, a diferencia de los sectores minero-energéticos o agrícolas, este flujo no requiere explotación de recursos naturales, ni genera externalidades ambientales o sociales. Su origen está en el trabajo digno, en el sacrificio y en el amor de millones de colombianos por sus familias.
¿EN QUÉ SE GASTAN LAS REMESAS?
La respuesta es sencilla: en subsistencia. El grueso de las remesas se destina al consumo: alimentación, arriendo, servicios públicos, educación y, en muchos casos, al pago de deudas. Muy poco se canaliza hacia el ahorro o la inversión productiva. Esto, si bien responde a la necesidad inmediata de quienes las reciben, limita el verdadero potencial multiplicador que estos recursos podrían tener sobre la economía nacional.
Un estudio del Grupo Bancolombia lo explica claramente: aunque las remesas podrían ser una puerta de entrada al sistema financiero formal, la mayoría de los receptores enfrenta barreras para acceder a productos financieros como créditos, seguros o medios de pago digitales. De hecho, solo el 54% de las remesas ingresan a cuentas bancarias; el resto se retira por ventanilla, muchas veces motivado por el alto costo de las transacciones bancarias.
UN ESTADO QUE RECIBE, PERO NO DEVUELVE
Paradójicamente, a pesar de que las remesas representan uno de los mayores aportes de divisas al país, el gobierno grava estos ingresos con el impuesto del 4 por mil cada vez que se movilizan a través del sistema financiero. Es decir, mientras el país no invierte un peso en generar estos recursos, sí obtiene una ganancia directa por ellos, sin retribuir nada a quienes los generan.
Y esto ocurre mientras las políticas públicas siguen siendo insuficientes para transformar las remesas en palancas de desarrollo. Hay una falta evidente de incentivos para que estas transferencias se canalicen hacia el ahorro, la inversión, el emprendimiento o incluso la compra de vivienda. Se ha desaprovechado la oportunidad de convertir este flujo económico en una verdadera herramienta de desarrollo local, sobre todo en regiones con alta migración como el Valle del Cauca, Antioquia y el Eje Cafetero.
UN RIESGO LATENTE: LA IMPOSICIÓN TRIBUTARIA EN EE.UU.
Aunque la tendencia del flujo de remesas es positiva, no está exenta de amenazas externas. Una de ellas es la posible aprobación de leyes en Estados Unidos que impongan una tasa del 1% a las remesas en efectivo enviadas desde ese país. Si bien el impacto estimado ronda los US$60 millones, es un llamado de atención sobre la fragilidad de este canal económico. El país no puede seguir dependiendo pasivamente de estos recursos sin construir una política pública que los respalde, los estimule y los proteja.
UNA OPORTUNIDAD ESTRATÉGICA QUE NO DEBEMOS SEGUIR IGNORANDO
Las remesas han dejado de ser un asunto secundario o sentimental para convertirse en una pieza clave del rompecabezas económico colombiano. Su volumen, estabilidad y capacidad de sostener el consumo en tiempos de crisis, las convierten en un estabilizador natural del ingreso de millones de hogares. Pero mientras no avancemos en la inclusión financiera de sus receptores y en la canalización de estos recursos hacia la inversión productiva, estaremos desaprovechando una de nuestras principales fuentes de riqueza.
Es hora de que el Estado colombiano reconozca, regule e incentive las remesas como lo que verdaderamente son: uno de los pilares más sólidos del ingreso nacional, fruto del trabajo invisible y silencioso de nuestros migrantes, que siguen aportando al país desde la distancia.
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