Hoy, en el aniversario de la Independencia de Chile, no quiero hablar solo de fechas históricas o batallas memorables. Quiero hablar del Chile de verdad, el que conozco, el que he vivido. El Chile que no se define únicamente por los grandes apellidos ni por la elite que suele ocupar titulares, sino por la gente del pueblo: ese chileno auténtico, trabajador, solidario y fuerte como pocos en el mundo.
He tenido la oportunidad de conocer personas de distintos países, pero pocas veces me he encontrado con una nación tan resistente. El chileno de verdad no pregunta de dónde vienes; lo que le importa es quién eres y qué aportas. Si llegas con respeto a su cultura y ganas de trabajar, te abre las puertas de su amistad, de su mesa y de su vida.
Chile ha enfrentado dictaduras, terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas y tragedias que en otros lugares hubiesen significado el colapso de una sociedad. Aquí, en cambio, cada golpe ha reforzado una convicción: todo se puede superar cuando se avanza juntos.
Son un pueblo que le mostró al mundo que la democracia y la justicia pueden vencer a la dictadura y a la maldad. Que, aunque la tierra tiemble con una fuerza indescriptible, se puede reconstruir. Que, cuando 33 mineros quedaron atrapados bajo tierra, la solidaridad y la esperanza fueron capaces de sostener la vida hasta que regresaron a la luz.
Como colombiano que llegó en plena pandemia, pude experimentar esa fuerza en carne propia. Chile me ofreció la oportunidad de crecer, de adaptarme y de descubrir un sinfín de alternativas que me cambiaron la perspectiva de vida. Y en esa entrega silenciosa, comprendí que lo que hace grande a este país no son sus paisajes, ni sus recursos, ni sus cifras económicas: lo que engrandece a Chile es su gente.
Chile también me regaló amistades que nunca olvidaré, personas que siempre estarán en mi corazón y el amor real. Me hicieron sentir comprendido, aceptado y acompañado, incluso sabiendo que muchas cosas en mí eran diferentes. En vez de aislarme o rechazarme, me acogieron con cariño y respeto. Por eso sé que, por más orgulloso que me sienta de ser colombiano, hoy algo de chileno corre en mí.
Hace más de 200 años, los chilenos demostraron al mundo que la independencia se conquista con lucha, coraje y unidad. Hoy siguen demostrando que no importa cuántas veces la tierra se mueva, cuántas veces el mar azote con furia o la adversidad golpee con fuerza: siempre habrá una bandera en alto, un espíritu inquebrantable y una convicción de seguir adelante.
Por eso, desde la gratitud de haber encontrado aquí una segunda patria, me uno a este grito que no solo es celebración, sino también reconocimiento:
¡Viva Chile, carajo!
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