Encender la chispa: motivar para educar

“Porque aprender no es acumular información, es encontrar sentido, identidad y esperanza”


Enseñando una de mis grandes pasiones, la pintura al óleo, uno de mis estudiantes me hizo entrega de un trabajo final cuyos criterios de evaluación no correspondían con la rúbrica. Esto, debido a que la pintura fue elaborada libremente, y no con las temáticas establecidas. Desde ese instante comprendí que la imposición no debe estar presente en el acto pedagógico, ya que desencadena estados como la desmotivación.

En estos términos, se diría que, más que transformar el espacio educativo en un espectáculo dirigido, motivar es estimular, inspirar, apasionar; en otras palabras, reconocer al estudiante como un ser con emociones, intereses, historias y desafíos propios. La motivación —tanto la que nace del interior (intrínseca) como la que proviene del entorno (extrínseca)— es el impulso silencioso que mueve el deseo de aprender. Ya lo indicaba Edward Deci en, “La Teoría de la Autodeterminación y la Facilitación de la Motivación Intrínseca, el Desarrollo Social, y el Bienestar”, la motivación intrínseca tiene efectos más duraderos y significativos que la motivación basada en recompensas externas. Esta afirmación nos invita a pensar que el verdadero aprendizaje florece cuando existe interés genuino, no cuando se busca evitar una sanción o alcanzar una calificación.

En el contexto colombiano, la motivación se ve amenazada por factores estructurales que la atenúan ante la inequidad social, los recursos limitados, la sobrecarga curricular y las prácticas de evaluación centradas en la repetición mecánica del contenido. Estos factores convierten la escuela, para la mayoría de los estudiantes, en un espacio de tránsito obligado, más que en un lugar de descubrimiento.

Basándome en mi trayectoria como docente, he percibido que los estudiantes pierden motivación cuando las prácticas en el aula no guardan relación con su entorno, esto lo confirma el estudio “La motivación escolar: claves para el aprendizaje” de la Universidad de Barcelona, el cual señala que los estudiantes más motivados son aquellos que logran establecer vínculos entre los contenidos académicos y sus intereses personales o proyectos de vida. Educar sin esa conexión es como regar una planta sin raíces.

La neurociencia educativa respalda esta afirmación: aprender está vinculado con las emociones. Las regiones del cerebro que se activan con la motivación también lo hacen con el recuerdo y el aprendizaje significativo. Cuando los estudiantes se sienten emocionalmente conectados con lo que estudian, su capacidad de comprender y memorizar se multiplica. Pero esto solo es posible en un entorno en el cual no se repita aquella experiencia que viví a través de la pintura.

Añádase que la responsabilidad de cultivar la motivación no recae exclusivamente en los estudiantes. El rol del docente es fundamental, ya que estos trasmiten el entusiasmo a sus alumnos a través de la escucha activa, la reinvención de sus conocimientos y la multiplicidad de su pensamiento. Así, el primero se convierte en el sembrador de motivación, todo con el fin de hacer crecer las raíces a la planta.

En nuestro país, el desarrollo socioemocional es tan relevante que la Ley 2383 de 2024 establece su obligatoriedad en todos los niveles educativos. Por tanto, esta no es un lujo sino una necesidad. Estudiantes que viven en ambientes hostiles, difícilmente disfrutan del aprendizaje sin ser previamente escuchados. En esos casos, el docente no solo enseña: acompaña, abraza y resignifica.

Por supuesto, hay limitaciones. No todos los entornos cuentan con tecnología, materiales o tiempo suficiente para innovar. Pero incluso en medio de la escasez, he descubierto que una buena pregunta, una lectura que conmueva o una actividad que despierte la reflexión pueden ser suficiente para encender la curiosidad.

Es tiempo de retomar el sentido de la enseñanza y preguntarnos ¿cuál es el propósito de esta? ¿Cumplir con estándares o formar seres críticos, creativos y comprometidos con su realidad? Si respondemos desde el corazón del aula, quizás ese estudiante que me hizo entrega de la pintura manifestó su motivación desde la espontaneidad.

Hoy, más que nunca, la motivación no puede seguir siendo un privilegio. Es un derecho que habilita otros derechos. Es el puente entre el conocimiento y la dignidad. Porque aprender no es acumular información, es encontrar sentido, identidad y esperanza.

Juan Carlos López Flórez

Licenciado en Filosofía, historiador y docente. Escribo para invitar a la reflexión, inspirado en la historia y la literatura, impulsando el cambio educativo que necesitamos.

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