Sombras sobre la República

ALDUMAR FORERO ORJUELA

Rafael, Álvaro y Miguel Uribe comparten una misma tragedia: la infamia de un Estado que persigue y mata a sus mejores hombres. En 2026 no elegiremos solo gobernantes; libraremos la batalla para salvar la República del odio y la injusticia.


Colombia parece condenada a repetir la tragedia de sus mejores hombres. La justicia, que debía ser el amparo de los inocentes, se ha convertido demasiadas veces en instrumento de venganza o en cómplice de la impunidad. No es nuevo; la historia se repite con nombres distintos, pero con un mismo apellido que se ha vuelto símbolo de sacrificio en esta República; Uribe.

Cuando el general Rafael Uribe Uribe cayó asesinado a hachazos en 1914, se dijo con frialdad que había sido víctima de facciones contrarias, de odios políticos incubados en las entrañas de la Nación. Su muerte no tuvo justicia; los asesinos fueron cobijados por la impunidad, y la República, en vez de honrarlo con verdad y memoria, lo dejó marchar al olvido como una herida mal cerrada. Fue un crimen político; y con su sangre comenzó a escribirse una historia amarga.

Más de un siglo después, esa misma sombra de injusticia recae sobre Álvaro Uribe Vélez. Su proceso judicial ha tenido más de cálculo político que de búsqueda de verdad. No fue la imparcialidad quien condujo los estrados; sino el resentimiento. Como al general, no se le combatió en el campo de las ideas; sino en el terreno de la perfidia. No se buscó justicia; sino castigo. La condena que hoy lo persigue no enaltece a la justicia; sino que la envilece, dejándola herida de muerte ante la mirada del pueblo.

Y como si los fantasmas de la historia insistieran en visitarnos, Colombia llora ahora el magnicidio de Miguel Uribe Turbay. Su asesinato no puede entenderse sino como un delito político; hijo de un clima envenenado por la intolerancia y el odio sembrado desde las más altas esferas del poder. Así como al general Uribe Uribe lo acallaron las facciones contrarias; a Miguel lo sacrificaron las pasiones desbordadas de un país donde la política se volvió campo de exterminio. Su nombre, como el de su antecesor, se une a la lista de quienes pagaron con su vida el precio de disentir.

La historia, que suele ser implacable con los pueblos que olvidan, nos obliga hoy a mirar el destino de tres hombres unidos por un apellido y por una misma tragedia; Rafael Uribe Uribe, Álvaro Uribe Vélez y Miguel Uribe Turbay. Al primero lo asesinó la barbarie y lo sepultó la impunidad; al segundo lo persigue la justicia torcida; al tercero lo acalló el crimen político. Tres destinos distintos, pero un mismo signo; ser víctimas de un Estado incapaz de proteger a sus mejores hombres.

Colombia debe preguntarse, con el corazón en la mano, cuánto más puede resistir una República que convierte a sus hijos más valiosos en ofrendas de odio y en blanco de venganzas. La patria no se fortalece persiguiendo a sus líderes; ni se engrandece asesinando a sus opositores. La patria se destruye cuando olvida a sus muertos; cuando calla ante la injusticia y cuando permite que la infamia se disfrace de legalidad.

Y si algo nos enseña esta amarga repetición de la historia es que los pueblos que callan son cómplices de su propia desgracia. Que no se diga en el futuro que Colombia consintió en silencio la persecución de un expresidente y el asesinato de un joven líder; como antes consintió la impunidad del crimen del general. Porque entonces no habrá duda de que la República entera habrá sido víctima de la misma infamia.

Que no se equivoquen los sembradores de odio; la injusticia y el terror no prevalecerán sobre esta tierra. El apellido Uribe quedará en la historia como testimonio de sacrificio; pero también como campanada de alerta para un pueblo que no quiere ser esclavo de su propia tragedia.

Colombia se alzará en las elecciones de 2026. Será allí, con la valentía y la ardentía de sus hijos, donde la República se defienda a sí misma. Debemos construir una nueva sociedad; desterrar la persecución y el miedo; y cambiar, de una vez por todas, la historia trágica que nos ha condenado por más de un siglo.

 

 

Aldumar Forero Orjuela

Joven oriundo de Bogotá D.C. Nacido en 1998, de familia conservadora, se ha adherido a las ideas del liberalismo que aboga por el respeto a la vida, la libertad y la propiedad como los valores más importantes de una sociedad.

Economista de la Universidad de La Salle. Con diplomados en cultura democrática y juventud constructora de paz.

Ha sido columnista en varios medios digitales de opinión y actualmente es columnista en Al Poniente.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.