Educar para transformar: el poder de la pedagogía crítica

“Debemos apostar por una educación que enseñe a leer el mundo y a escribir nuevas historias con esperanza y dignidad”


La pedagogía crítica, como enfoque educativo, adopta una ética política frente al acto de enseñar. Desde que Paulo Freire expuso sus bases teóricas en su obra Pedagogía del oprimido (1970), ha sido un recurso influyente para cuestionar las estructuras de poder y promover una educación liberadora.

En un mundo en el que predomina el desequilibrio social y la distribución inequitativa de información, la pedagogía crítica se presenta como una respuesta alterna. Por tal razón, alude a la construcción del conocimiento desde la conciencia crítica y la acción transformadora. Ya lo señalaba Freire al mencionar que “la educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”.

En realidades como la de Colombia, esta pedagogía es trascendental, ya que dialoga permanentemente con la construcción de espacios de cooperación. Consideremos que, tras los acuerdos de paz en 2016, se ratificó la incorporación de la cultura de paz en la acción pedagógica; reivindicando escenarios de memoria y justicia social.

Personalmente, tuve la fortuna de trabajar en comunidades rurales donde la pedagogía crítica ha sido clave para empoderar a los estudiantes. A través de proyectos comunitarios, los jóvenes investigan sobre sus propias realidades, cuestionando las narrativas oficiales y proponiendo soluciones a problemáticas locales. Estas experiencias revelan que la educación está profundamente conectada con nuestras vidas, en la medida que se convierte en una herramienta de transformación.

Procurar implementar la pedagogía crítica es una tarea compleja. Requiere romper con modelos tradicionales, enfrentar resistencias y asumir riesgos. En ocasiones, me he reunido con colegas que consideran que este enfoque es “demasiado político” o “poco práctico”. Pero creo firmemente que educar sin cuestionar es perpetuar la injusticia.

La pedagogía crítica también nos invita a reflexionar sobre el rol de los educadores. Transmitir verdades absolutas va en contra de nuestra ética profesional. Nuestro único poder es facilitar procesos de aprendizaje de manera autónoma y significativa. Además, reconozcamos que diariamente aprendemos de nuestros estudiantes, en palabras de Freire “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”. Esta visión nos desafía a construir espacios educativos de diálogo y reflexión.

Para terminar, quiero que pensemos la pedagogía crítica como una vía para entender la educación, como un acto de amor, esperanza y compromiso con el cambio social. En un país como Colombia, donde las heridas del pasado aún están abiertas y las desigualdades persisten, necesitamos una educación que forme ciudadanos críticos, conscientes y comprometidos con la construcción de un futuro más justo.

Este enfoque cambia vidas. He sido testigo de estudiantes que, al descubrir su capacidad para cuestionar y actuar, se convierten en agentes de cambio en sus comunidades. Por eso, creo que hoy más que nunca, debemos apostar por una educación que enseñe a leer el mundo y a escribir nuevas historias con esperanza y dignidad.

Juan Carlos López Flórez

Licenciado en Filosofía, historiador y docente. Escribo para invitar a la reflexión, inspirado en la historia y la literatura, impulsando el cambio educativo que necesitamos.

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