Cuando la mediocridad se vuelve norma y el talento una excepción

En días recientes, recibí un mensaje de un gran amigo que, más allá de unas líneas sencillas, refleja una dolorosa verdad que vivimos a diario:

“Sí que hace falta recuperar la vocación y la pasión por lo que se hace. La mediocridad es ahora la que predomina en cualquier escenario de la sociedad. El facilismo y el amiguismo pesan más que la capacidad y el talento.”

Estas palabras resuenan como un eco potente en todos los rincones de nuestra vida pública y privada. Hemos entrado en una etapa preocupante donde el compromiso genuino con el trabajo bien hecho ha sido reemplazado por el mínimo esfuerzo, donde los méritos han cedido espacio al compadrazgo, y donde la pasión ha sido enterrada bajo el polvo de la indiferencia.

Nos enfrentamos a una epidemia silenciosa: la normalización de la mediocridad. En demasiados escenarios —políticos, empresariales, académicos, institucionales y hasta familiares— ya no se premia al que sabe, sino al que tiene contactos. No se valora al que estudia, sino al que aparenta. No se reconoce al que se esfuerza, sino al que se acomoda.

El facilismo se ha convertido en filosofía de vida para muchos, y con él, se erosiona uno de los pilares fundamentales del progreso: la cultura del mérito. ¿Cómo puede una sociedad avanzar si en lugar de formar líderes apasionados y preparados, se multiplican burócratas de turno, figuras decorativas, improvisadores y oportunistas?

Y si esto es preocupante, más lo es el amiguismo disfrazado de confianza. Ese que le da la vuelta a los concursos públicos, que acomoda hojas de vida con la ligereza de un favor, y que pone en cargos clave a personas que carecen de lo esencial: ética, formación y sentido de responsabilidad.

Es urgente alzar la voz. Recuperar la vocación no solo es un deber individual, sino una responsabilidad colectiva. Necesitamos volver a formar ciudadanos y profesionales que sientan orgullo por lo que hacen, que comprendan que trabajar con excelencia no es una rareza, sino una obligación moral. Debemos rodearnos de personas que nos reten a ser mejores, y no de aquellos que solo buscan la comodidad del atajo.

Porque cuando la mediocridad se institucionaliza, el talento emigra, la esperanza se apaga y el futuro se pudre en manos de los incompetentes.

Ya es hora de dejar de aplaudir lo fácil y comenzar a exigir lo correcto. Solo una sociedad que recupere el valor del mérito podrá aspirar a algo más que sobrevivir: podrá, al fin, construir un país decente.

Luis Carlos Gaviria Echavarría

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