El último gesto humano: una reflexión sobre tecnología y resistencia

Estoy sentado en el centro del auditorio. La corbata me ajusta demasiado. Las palmas de mis manos sudan, aunque apenas las siento. Es un sentimiento que no había vivido hace mucho tiempo, creo que estoy nervioso, aunque no lo sé a ciencia cierta. Están a punto de mencionar mi categoría.

— A continuación, se entregará el Nobel de la ciencia matemática… —resuena la voz metálica del autómata en el escenario.

Mis manos sudan más. Muchos han dicho que yo seré el ganador de este año.

— Don´t worry, Francisco, relax —dice William, bajando el volumen de su audífono traductor con un leve movimiento de muñeca.

Escucho mi nombre entre la lista. Siento palmaditas en los hombros. “Felicidades Sr. Hodgson”, llega a través del implante neuronal que llevo en el hipocampo. Solo pienso en la palabra “gracias” y el sistema traduce mi gesto en señas para mi colega Simón, que es sordo. Ya no necesito mover mis manos.

Un instante después, Vega se conecta e irrumpe en mi mente:

— Yo que vos, ya me pondría de pie.

— ¿Por qué no te sentaste cerca? —pienso.

— Llegué tarde. Mi autómata en casa se salió de control y tuve que actualizarlo. Luego, esperar a que eligiera mi atuendo y me vistiera. Pero, mírame, sigo siendo el mejor vestido, incluyéndote.

Lo dice sin emoción. Pienso en lo irónico: defiende lo humano, pero no puede siquiera escoger su ropa sin una máquina.

El autómata termina la presentación. Todos se ponen de pie. Ya no es necesario aplaudir con las manos; basta pensarlo y de cada silla emerge el sonido. El implante neuronal ha transformado la manera en que vivimos y sentimos. Desde que Chris Thompson inventó la GrayTALK IA, las relaciones humanas directas se han vuelto más un tema de estudio que de experiencia.

Hoy, sin embargo, el Rey de Noruega, invitado especial quien entregará el premio de este año, ha querido algo distinto: no hologramas, ni Neurohomes. La mayoría de los humanos tenemos un teatro sensorial en casa, mejor conocido como Neurohomes, lo que nos permite acoplar nuestros cerebros a un cuerpo sensorial virtual que está conectado a un senso- teatro, estos a pesar de la distancia nos permite ver, escuchar y sentir de forma tan real, como si estuviésemos físicamente en el lugar. En la actualidad hay al menos un 1 millón de estos Senso-teatros a nivel global. Pero el Rey, por ser de tiempos de antaño determinó que el evento de este año fuera físico. Cosa que tenían más de 5 años de no realizar el evento de esta forma. Así que, para llegar hasta acá viajé en avión hiper velocidad, fue un viaje de 1 hora, creo que demoró demasiado, otras veces he hecho el mismo recorrido Nicaragua – Noruega y ha tardado menos en llegar. Mientras volaba y al pensar en el retraso que tuvimos por culpa del mal clima, como si no fuera posible ya controlarlo. Es algo que ya hemos venido haciendo desde hace 3 años a través de la IA Espacial. Una red que ha venido a mejorar el medioambiente, cosa por la que se luchó mediante inútiles implementaciones años tras año, pero que ahora es tan fácil de controlar. Ha sido tan efectiva que hemos logrado restaurar por completo la capa de ozono. Ya no tenemos Huracanes, a menos que los queramos, así como inundaciones, nieve y calor. Ahora sí podemos decir que controlamos el clima en cada punto del planeta. Así que, volviendo a nuestro retraso, por una tonta actualización, luego de haber despegado y ya de camino, no dejaba de preguntarme por qué seguimos actuando como simples humanos teniendo la tecnología que tenemos.

— Y el ganador de este año 2065, es… —

El humanoide que preside levanta levemente la muñeca y de abajo emerge un Holograhumanoi. Mi vista está fija en él y poco a poco el Holograhumanoi va tomando la forma de la persona ganadora. A los segundos aparece mí.

— Francisco Hodgson, por el descubrimiento de la fórmula del todo —.

Escucho otra ola de felicitaciones neuronales. Nuevamente siento muchas palmas en mis hombros. Aunque al girarme no hay ninguna mano sobre mí, es solo mi piel sensorial implada recientemente en mi espalda y hombros, que trasmite el deseo de todos los que me conocen, así como los desconocidos, que en este caso para mí es la mayoría.

Me levanto y llego al podio. El Rey me entrega una placa conmemorativa, una medalla y, absurdamente, un diploma de papel con mi nombre escrito en tinta. Extiende su mano: pienso en estrechársela, pero no funciona. Él es uno de los pocos que nunca aceptó un implante. Me desconecto, muevo mi brazo verdadero y nos damos la mano.

— Felicitaciones —dice, moviendo los labios.

— ¡Gracias! —mi voz suena áspera, casi olvidada.

— Por favor, unas palabras.

— Claro —me conecto a la red del auditorio para hablar al público y para ingresar a mi discurso.

Pero el Rey me interrumpe:

— No. Con tu voz. Que todos escuchen de manera natural.

Me quedo inmóvil. Él ordena a todos apagar los implantes. Veo al público de frente mío, el hecho de mirarlos y sentir sus miradas me genera una sensación que no había sentido en mucho tiempo. Por un momento no sé qué decir, todo el discurso que había planeado está en Aurora, quiero conectarme a la red y decir lo que había ensayado, no sé qué hacer, comienzo a entrar en una especie de transe, ahora no solo mis manos sudan, sino todo mi cuerpo.

— Yo, yo —trato de usar mi cerebro por mi cuenta y pensar en algo que decir. Pero me siento inútil, no me siento yo sin Aurora resonando en mi cabeza. El Rey al verme, se acerca y me pone una mano sobre mi hombro, la sensación es extraña.

— Tranquilo muchacho, solo trae a ti un recuerdo antes de que te pusieras el implante y verás como tu cerebro comienza a funcionar —

Pienso en lo ridículo que suena eso, como voy a recordar mi pasado sin Aurora, no recuerdo nada, incluyendo luego del implante, todos mis recuerdos están almacenados en la memoria de Aurora. Pero el rey sigue con su mano en mi hombro, lo siento, y trato de recordar que se sentían los abrazos y el rose de una mano antes de que me implantara la piel sensorial. Me comienza a doler la cabeza y siento como mil chispas comienzas a nacer de él.

— Me caí —

— ¿cómo? —pregunta el Rey al escuchar esto.

— Me había caído en la piscina el día anterior de ponerme el implante, no… espere… no me caí. Estábamos celebrando nuestro logro de haber culminado la universidad. Era, era una fiesta… sí, escucho la música de fondo. Vega y yo estábamos al borde de la piscina y luego ambos caímos al agua. Lo veo… Vega y yo saltamos dentro de la piscina.

— Eso es, continúa y dinos unas palabras por tu logro de hoy —comenta el Rey y su sonrisa tan amena me activa en mí una inquietud, lo veo y me quedo pensando en los recuerdos que brotan en mi mente. “con que esto se siente el no tener un implante, había olvidado el… “. No termino de formular la frase en mi mente. El rey sigue con su sonrisa amena, “él es así porque no lleva un implante”, me digo a mí mismo. Me toco inconscientemente el mío y luego de unos minutos de silencio, a mi mente se hacen presente frases, autores, libros, revistas, una cantidad de información que me lleva un momento al éxtasis y que, nuevamente al ver al público desconectados de la red, con sus caras llenas de pánico y miedo, un nuevo discurso se formula en cuestión de segundos, uno que me hace comprender la humanidad en sí. Entonces hablo:

— La fórmula del todo. La fórmula que era un sueño para ciencia, el unificar las fuerzas fundamentales del universo “gravedad, electromagnetismo, fuerza nuclear débil y fuerte” en una sola ecuación. Hoy existe. Hoy la tenemos con nosotros, hoy podemos decir que el ser humano tenía razón en pensarla y trabajar. Hoy, celebramos que gracias a mi investigación pudimos encontrar la última parte faltante que la completaría. Hoy podemos decir que existe —

Algunos de los presentes comienzan a aplaudir de manera torpe.

— Pero me pregunto: ¿soy yo quien la descubrió o fue esta cosa que tengo implantada en el hipocampo? —escucho murmullos al instante. La duda queda suspendida en el aire. La pregunta no es solo técnica, es vital.

— Es que, mírenme, mírense y miremos todos, todos los que llevamos un implante neuronal. Y pregúntense: ¿Dónde termina lo que soy yo y dónde empieza lo que la máquina ha hecho por mí? ¿Acaso mis recuerdos, mi inteligencia propia me pertenecen o son ecos almacenados en algún servidor? —

— Recuerdo las palabras de Thomas Kuhn: decía que la ciencia progresa por “cambios de paradigma”, no acumulando verdades, sino reorganizando lo que se considera “real”, es decir que, la ciencia avanza a través de cambios de paradigma. Pero hoy, el cambio no es solo en cómo entendemos el mundo, sino en cómo nos entendemos a nosotros mismos. ¿No será que este nuevo paradigma ya no es humano, sino híbrido? —.

El público murmura. Algunos miran con rareza aún sin comprender lo que digo, y los que lo han comenzado a comprender activan protocolos de calma en sus implantes. Yo continúo:

—Nick Bostrom en su obra Super intelligence: Paths, Dangers, Strategies, el analizó cómo la IA puede superar la inteligencia humana, generando enormes beneficios, pero también riesgos existenciales, riesgo de que una super inteligencia pudiera superar al ser humano. Pero lo que me preocupa hoy no es un futuro lejano, es lo que ocurre ahora mismo: ¿hemos dejado que Aurora piense en nuestro lugar? La verdad es que hasta hoy no me había cuestionado esto, con solo confesarles que mi discurso al recibir este premio iba a ser diferente, pero como es de esperarse estaba en la base de datos de Aurora y el Rey al pedir que diera mi discurso de manera ortodoxa, me dio algo que había perdido, parte de mi humanidad. El Rey es el único en toda la sala que no lleva un implante neuronal, eso me hizo entender que es el más lógico y humano que todos nosotros, aunque estemos hecho de la misma materia. Lo que hizo que me cuestionara el hecho de ¿quién soy yo hoy realmente? ¿soy un humano controlando un implante o un implante que controla un humano? ¿soy yo el que piensa y Aurora actúa o es Aurora la que piensa y nosotros obedecemos?

Un silencio se extiende. Observo las reacciones: algunos asienten con tristeza, otros muestran molestia. Y me atrevo a añadir:

—Julian Huxley creía que “El hombre sigue siendo hombre, pero se trasciende a sí mismo”. Y sí, lo hemos hecho: hemos ampliado nuestras capacidades, hemos prolongado la vida a través de bio-órganos, extracción, reacondicionamiento y reinyección del plasma en la sangre humana, permitiendo eliminar enfermedades, la reconfiguración del ADN, permitiendo extraer el gen dañado por un gen autómata. ¿A caso no hemos hecho un proceso de coevolución, hombre-máquina, máquina-hombre con esto?  Pero, ¿qué hemos perdido en ese proceso? ¿Acaso la trascendencia nos exige abandonar lo más simple, lo más humano?

Las palabras fluyen, no como un discurso ensayado, sino como confesiones que salen de lo más profundo.

— Ya lo decía Andy Clark en su obra “El yo extendido”: “La mente no está confinada al cráneo”, es decir que La trascendencia no implica abandonar lo humano, sino expandirlo más allá del cuerpo. Pero cuando la extensión se vuelve dependencia, ¿qué queda de nuestra autonomía?, pensemos, con tantas mejoras ¿nos entrenamos para volvernos más humano o para volvernos menos máquina? —El auditorio guarda silencio.

— Preguntémonos: “¿somos todavía humanos o ya híbridos de una era distinta?”

— Martin Heidegger escribió hace un siglo en su obra “La pregunta por la técnica”, que la verdadera pregunta no es qué hacemos con la técnica, sino qué hace la técnica con nosotros. Solo imaginémonos que para e año 1954, ya teníamos pensadores que imaginaron en el futuro, un mundo donde el humano dominaría a través de la ayuda de la IA, no creo que ser refiriera a que la IA dominara al mundo. Y hoy lo veo claro: nos ha dado poder, pero también nos ha moldeado hasta el punto de que ya no sabemos dónde empieza lo humano y dónde termina la máquina.

Me siento exaltado. Siento el aire en mi garganta. Es extraño notar que me escuchan con mis propias cuerdas vocales. Miro al Rey, que me observa en silencio, como si supiera que en ese momento yo mismo estoy recuperando algo olvidado: la fragilidad de lo humano.

—Dejemos de estudiar la humanidad, como si fuera algo que dejó de existir, como cuando descubrimos la existencia de los dinosaurios una vez se extinguieron. Dejemos de vernos como una especie extinguida. Dejemos de ver las interacciones cotidianas como parte de un estudio y vivámoslas como seres humanos que somos y para que las nuevas generaciones sean menos máquinas. Y es que, nuestros hijos ya no hablan entre ellos, ni con nosotros si no es a través del implante. Ya no juegan, no razonan como antes, no se les enseña a contar con sus dedos, ni a usar la creatividad, ni a observar la naturaleza, no se equivocan, no lloran, no ríen. Yo me recuerdo haciendo todo esos, pero mis hijos, nuestros hijos ya no lo viven, ni lo vivirán sino hacemos algo al respecto. Hasta nosotros de adultos, ya no nos reunimos físicamente, no nos abrazamos como antes, no interactuamos, es más, ya no confiamos en ningún humano para que juzgue al delincuente, prefieren que un autómata lo haga. Lo creen más justo y razonable, cuando el ser humano y su capacidad de pensar lo hace ser el ser más razonable y por consecuente, justo. Hemos aprendido a confiar más en la inteligencia artificial que en nuestra propia intuición. —

Al escuchar cómo suena mi voz siento como se forma un dolor en mi garganta y como mis ojos se llenan de lágrimas al recordar a mi familia.

— Saben, yo tengo meses de no escuchar la voz de mi familia a través de mis canales auditivos, aunque creo que no han sido meses, ni años, sino desde siempre. Conocí a mi esposa ya con el implante. Qué irónico, ahora me pregunto también ¿de verdad estoy enamorado de ella? O ¿solo es una sensación que creó esta cosa en mi cabeza? —

Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos.

— Recuerdo a mi madre, su voz, la biotecnología y los órganos biónicos llegaron un par de años después que ella falleciera. Recuerdo su voz cerca de mi oído cuando me decía que todo estaba bien, que me quería, “duérmete Francisco, no hay nada que temer, yo estaré aquí contigo”, ahora lo recuerdo como si no hubiese pasado mucho tiempo —

— ¿Qué tiene que ver todo esto con tu premio? —escucho que alguien reclama de la primera fila.

— ¿Qué acaso ya no recordamos lo que era escuchar una voz de alguien en el oído y no en la mente? ¿No recuerdan nada de su vida de antes? No recuerdan lo que era sentir un murmullo cerca de su oído, una palabra, una canción, el viento, la lluvia, la felicidad, la tristeza, el enojo, la pérdida, el fallar —digo muy exaltado.

— ¿Fallar? ¿estás loco? Nadie falla ahora —

— Sí tienes razón, nadie falla ahora, pero nosotros somos humanos y los humanos nos tendemos o nos tendíamos a equivocarnos todo el tiempo, y aprendíamos de ello y eso nos hacía más sensibles, comprensibles y mejores personas. Pregúntense todos: ¿Cuándo fue la última vez que cometimos un error? Yo no recuerdo ninguno en los últimos años, es más ni al estudiar la fórmula por la que hoy se me premia, nunca fallé en una sola letra o en un solo número. Lo que me lleva a pensar ¿No recordamos lo que era equivocarse, dudar, decidir sin que alguien más pensara por nosotros?

Algunos en la sala niegan con la cabeza, otros me observan con incomodidad. Otros parecen emocionados, dirigiendo cada palabra que estoy diciendo. Yo continúo, sabiendo que lo que estoy diciendo el día de hoy es una infracción a ley de la IA implementada por los Robservi Humanoides

— Donna Haraway decía que somos ciborgs, híbridos de máquina y organismo. Y quizá sea cierto. Pero no olvidemos que ser ciborg no significa renunciar a lo humano, a sus debilidades y fortalezas. Significa recordar que seguimos siendo, en el fondo, criaturas que sienten, que necesitan el roce de una mano, la calidez de una voz, el sentir de una canción, el miedo, el fallar. ¿De qué sirve el encontrar una fórmula que simboliza según muchos científicos la perfección si olvidamos lo que significa simplemente vivir? Sabiendo que la vida es lo más bello y perfecto que existe.

Mi mirada recorre el auditorio. Los murmullos se convierten en insultos. No importa. El Rey asiente. Eso me basta.

Arrugo el diploma de papel y mientras lo hago siento como se deforma en mis manos. Lo hago una bola pequeña y lo lanzo. El gesto es simple, humano, inútil quizá, pero real. Y en ese acto siento más libertad que en todos los algoritmos que alguna vez me asistieron, incluso me siento más humano haciendo esto, que todas esas noches mientras trabajaba en mi descubrimiento pensando que era algo novedoso y por el que merecía este premio, pero ahora, solo quiero descubrirme que no me he perdido como ser humano que soy.

— Les regalo su fórmula del todo, la que “he descubierto yo” y que explicaría el todo, pero viéndolo ahora no es más que una pérdida de tiempo, ya que, solo es otra fórmula de Aurora para Aurora. No, no crean que es una fórmula para nosotros los humanos, sino de ella, para ella. Para seguir reteniendo a la humanidad como zombis, pensando que nosotros tenemos el control y que todavía hay descubrimientos que hacer, cuando ella, ya lo descubrió todo — Parpadeo nuevamente y me conecto automáticamente a la IA. Hago un pequeño movimiento de cabeza, doy unas indicaciones, luego de unos segundos en voz alta digo “confirmar”.

— He pedido una cita para quitarme el implante del hipocampo —digo a la audiencia con firmeza.

— Quiero volver a ser humano como solía ser. Ustedes decidirán si siguen siendo mitad máquina o si recuperan lo que fuimos.

El público se agita con fervor. La Auto policía es convocada a lo inmediato. Pero yo sigo hablando.

— Ortega y Gasset decía que el hombre es él y su circunstancia. Pues bien, nuestra circunstancia hoy se llama Aurora. La cuestión es: ¿vamos a dejar que ella decida por nosotros o vamos a recuperar algo de lo que somos?

Al decir esto, el Rey se acerca y me estrecha la mano. Ese gesto tiene más valor que todos los hologramas. Y en su mirada comprendo algo esencial: la tecnología puede redefinirnos, pero la última palabra aún nos pertenece.

Me dirijo nuevamente al público.

— Quizás la fórmula del todo nunca estuvo en las matemáticas. Quizás la verdadera fórmula del todo sea la capacidad de elegir quiénes queremos ser en medio de esta nueva era.

— Al final, entiendo que la pregunta no es si la tecnología es buena o mala. La pregunta es si todavía queremos ser nosotros mismos en medio de ella. No se trata de rechazarla, sino de aprender a ponerle límites. Y, sobre todo, de no olvidar lo que significa sentir de verdad.

Una tropa de auto policías se detiene en la parte atrás de auditorio.

— Ya para concluir y más sabiendo que hoy será la últimas que escuchen de mí: la tecnología reconfigura lo humano, pero no lo determina por completo. Somos aún creadores y criaturas de nuestras herramientas. Todos los grandes pensadores que he mencionado, ofrecieron recursos para pensar una vía intermedia: aquella que no renuncie a la innovación ni a la autonomía, aquella que defienda el derecho a la biografía propia, el derecho a la equivocación y la posibilidad de vivir la carne y el error como terrenos de aprendizaje. La fórmula del todo, no resolvió la pregunta humana; la exacerbó. Y, si tengo que escoger, prefiero una humanidad que conserve su capacidad de dudar, de sentir la mano del otro, de equivocarse y levantarse. Esa humanidad, imperfecta y finita, merece ser defendida y deliberada.

Termino mi discurso y me preparo para mi arresto.

La sala se ha quedado con la incógnita: “¿Quién preside nuestra conducta: la conciencia colectiva o los sistemas que la configuran? La respuesta no está en la fórmula del todo, sino en la decisión sobre qué clase de humanidad queremos conservar y cultivar. Si la técnica es un instrumento, debemos mantener el papel de agente; si la técnica nos constituye, entonces la tarea política es decidir la clase de constitución que aceptamos”.

Al ir bajando las escaleras y antes de que la auto policía me detenga, un deseo se vuelve presente, así que decido volver al podio y dirigirme nuevamente al Rey.

— Gracias por ser ese 0.001% que se mantiene firme en la humanidad y en el hecho de ser completamente humano — digo con una sonrisa.

— Al Rey Harlay V, le hubiese gustado saber que alguien halaga sus decisiones a pesar que esto le costaría la vida. Ya sabes, la muerte no se puede detener a menos que te hagas una trans humanización. Hace unos 8 años que falleció, pero quien podría saberlo, ¿no?, como dijiste en todo tu discurso, ya no se puede saber si somos humanos o somos máquinas. Y sobre todo nunca sabrán si somos nosotros sirviéndoles a ustedes o son ustedes que nos sirven a nosotros — dice, y su figura, por un instante, adopta un brillo que reconozco como la firma de Aurora. Su gesto se transforma en un gesto híbrido: humano que hace de la resistencia una función medial.

Karen Lumbi

Ingeniero Electrónico; nicaragüense, estudiante de la Maestría de Ingeniería en la universidad EIA.

Amante de la lectura, el medioambiente, el arte, los deportes y la música, sobre todo el Jazz, es una escritora emergente, ha escrito algunas obras de teatro, asi como 2 novelas y un poemario. Actualmente, incursiona en el mundo de las distopias, presentándonos una visión del futuro según su perspectiva.

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