El asilo del número dos

El siguiente podría ser el argumento de una novela: primer acto, un exguerrillero multimillonario – convertido en “empresario de la política”- ingresa a un Gobierno de izquierda que se hizo al poder sobre el espinazo de miles de muertos. Segundo acto, en el Gobierno, el exguerrillero multimillonario quien, a su vez, es dueño de un partido político, ocupa cargos de extrema importancia, se convierte en el número dos. El número uno le corresponde a un presidente autista. Tercer acto, el exguerrillero multimillonario rápidamente pela el cobre y termina huyendo de la justicia al amparo de un dictador. Fin.

Pésimo argumento para una pésima novela, sin duda, pero como en Colombia todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia, el ascenso y caída de Carlos Ramón González, el amo y señor del partido Verde, el prestamista y amigo de todos, y, hasta hace pocos meses, amigo íntimo-público del presidente Petro, es una clara muestra de la traición a la desteñida promesa de cambio.

El asilo que le otorgó la dictadura de Ortega-Murillo a González es tanto una afrenta a la justicia como una siniestra burla a nuestra institucionalidad. No existe, ni en la más absurda elucubración twittera y trasnochada de Petro, una solo razón que justifique la otorgación de asilo a un personaje (en esta novela de miserias) imputado por corrupción y supuesto cerebro del saqueo a la entidad que tenía la responsabilidad de paliar la sed y la miseria de las comunidades empobrecidas.

A lo sumo, González se escudó en varios de sus amigos -como el exembajador ante la dictadura y ahora senador del Verde, León Fredy Muñoz-, su nauseabunda riqueza y aquella añeja militancia en las huestes sandinistas, para encontrar su “lugar seguro” en un país donde la oposición es criminalizada.

Y el asunto no sería más lamentable si González -aquel empresario de la política de bajísimo perfil y altísimo poder- no hubiera sido lo que realmente fue: el número dos. Un personaje desconocido para el grueso del país pero que tenía su oficina al lado del número uno. El principal articulador de una gobernabilidad viciada por el clientelismo y una supuesta compra de congresistas. No resulta gratuito que dos de su principales aliados, Iván Name y Sandra Ortiz, se encuentren presos también sindicados de haber formado parte del perverso entramado de corrupción que saqueó la UNGRD.

Destino que González, echando mano de su riqueza y capacidad de corromper, no está dispuesto a compartir, puesto que rápidamente encontró refugio en un Gobierno de la misma estirpe de Somoza.

Ya se podría afirmar que la izquierda o el petrismo tienen a su María del Pilar Hurtado. Todo lo que empieza como comedia acaba como tragicomedia. Ni más, ni menos.

Con el asilo de González la justicia se queda sin una pieza esencial para precisar la dimensión de un entramado de corrupción que, el confeso criminal Olmedo López -un personaje de talla menor en esta novela de miserias, pero no por ello carente de importancia-, consideró como una “política de estado”. Porque sí, se llegó a tal nivel de degradación humana que el saqueo de los recursos para paliar la sed de las comunidades empobrecidas se asumió como política de estado. Así lo pensaron y lo pusieron en práctica personajes venidos de las izquierda, de las guerrillas, del movimiento social. ¡Válgame, Dios!

La responsabilidad política le cabe a Petro y a toda la izquierda. La misma izquierda que por estos días anda buscando un “sucesor”. O ya dirán que González fue un “infiltrado” del Verde; una ficha de la derecha; un politiquero oportunista; no, nada de eso señores y señoras: fue una pieza clave en la gobernabilidad del presidente Petro. Nombrado directamente por él a sabiendas de su historial y cuestionamientos, como también nombró a César Manríquez -prófugo- y a Olmedo López.

Si el número uno se empeñó al diablo para llegar al solio de Bolívar, y si decidió -ya fuera por necesidad o por convicción, eso no lo sé- gobernar con el mismísimo diablo, pues ahora, los angelitos incorruptibles que despuntan desde la izquierda, no se pueden andar lavando las manos mientras le tiran el agua sucia a otros diablos. Deben asumir en propiedad su responsabilidad política y los electores los debemos castigar en donde más les duele: en las urnas.

Cada vez estoy más convencido de que el fracaso del Gobierno Petro no fue estrictamente político, fue un fracaso moral. Y por ello, más doloroso y patético. Esto es Colombia: todo lo que empieza como esperanza acaba como tragedia.

Fredy Chaverra Colorado

Politólogo, UdeA. Magister en Ciencia Política. Asesor e investigador. Es colaborador de Las2orillas y columnista de los portales LaOrejaRoja y LaOtraVoz.

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