Hiroschima y Nagasaki: “Little boy” y “Fat man”

El 6 y el 9 de agosto de 1945, 27 días antes días antes de finalizar la segunda guerra mundial con el triunfo de los Aliados, hace 80 años, cayeron desde bombarderos norteamericanos sobre los habitantes de las ciudades japonesas Hiroshima y Nagasaki las dos primeras bombas atómicas usadas en la historia y usadas con propósitos bélicos y políticos. El más urgente de estos propósitos fue acelerar el fin de la guerra en ese costoso frente del Mar Pacífico, inducir la rendición del imperio japonés empecinado religiosamente en continuar la guerra a pesar de la imposibilidad manifiesta de hacerlo con éxito y paralizar la influencia nipona en Asia en donde USA tenía intereses bien fundados.  Y efectivamente Japón se rindió 10 días después de los dos zambombazos atómicos y no pocos celebraron que se le humillara por su expansionismo imperial, en competencia con el de USA, y por su crueldad histórica en las dos guerras chino-japonesas. También era urgente un impacto político en la opinión norteamericana de la época porque se consideraba que, al lograr la paz en ese frente, así fuera por medio de la guerra -y de la guerra más cruel- se salvaban vidas humanas norteamericanas y se alivianaban costos económicos; pero también porque al rendir al imperio japonés se satisfacía el sentimiento de venganza de un gran sector de los norteamericanos por el ataque japonés a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941 que siempre se consideró aleve y que determinó la entrada de USA a la guerra.

Estas justificaciones de los dos bombazos atómicos amparadas en una teoría de la guerra como un mal necesario, del realismo y del pragmatismo político, de la búsqueda de la paz por medio de la guerra y del acto de guerra justa inmoral pero necesaria, terminó siendo opinión hegemónica en la sociedad norteamericana de la época y opacó las más legalistas y escrupulosas moralidades que pretendieron juzgar críticamente sus terribles consecuencias.

Pero más allá de lo urgente, se calcularon estratégicamente fines políticos de largo plazo porque, además de uranio-235 y plutonio-239, y de 15.000 y 21.000 toneladas de dinamita, las bombas descargaron con sensacional y sangriento estruendo el explícito mensaje norteamericano de su poderío militar, anticipando las consecuencias geopolíticas y económicas del fin de la segunda guerra mundial, que en efecto se preveía y ocurrió un mes después. El mensaje de poderío y amenaza disuasiva estaba destinado a dos sujetos políticos. Por un lado, para sus aliados europeos en la guerra, un mensaje de preeminencia en el proceso de restauración económica con participación de la industria y la banca norteamericanas como una cuenta de cobro por el apoyo en una guerra que Europa estuvo a punto de perder frente a la Alemania nazi; y un mensaje de preeminencia política en el sistema de seguridad militar como efectivamente ocurriría cuando se conformó la OTAN, cuatro años después, en1949, y sobre la cual USA mantiene hasta hoy un liderazgo privilegiado, como eco político de esa demostración de poderío. Pero el mensaje de amenaza estaba muy especialmente destinado al aliado ocasional en la guerra, su más franco y decidido enemigo, la Unión soviética, que a su vez conformaría el Pacto de Varsovia en 1955 con varios países de Europa del Este o de la “Cortina de hierro” como la bautizó Churchill, en respuesta a la creación de la OTAN refrendando la guerra fría que ya había empezado a incubarse desde 1947, apenas dos años después de terminada la segunda guerra mundial.

La cara cruel de esta historia es el costo humanitario de la estrategia bélica y política hinchada por el cálculo despiadado y no pocas veces cínico que suele mandar en la política. Las dos bombas atómicas mataron aproximadamente 214.000 personas civiles no combatientes dejando además graves secuelas en los sobrevivientes. Para quienes decidieron el bombardeo y para un amplísimo sector de la opinión moral de la época, el hecho apenas parece anécdota al hacer el balance cuantitativo con la gran carnicería humana de la segunda guerra, a pesar de que aún en la teoría de la guerra justa menos exigente  existen  normas consuetudinarias como la causa justa, último recurso, declaración por autoridad competente, intención correcta, probabilidad razonable de éxito y, sobre todo,  proporcionalidad entre fines y medios que incluye el respecto por los no combatientes que son normas incorporadas después al DIH.

Y hay otra cara de los dos bombazos atómicos que parece el despiadado sarcasmo de oficiales militares que por profesionalismo banalizan la violencia y miman sus instrumentos de guerra como si fueran juguetes o mascotas de la familia. El bombardero que lanzó la primera bomba, la de Hiroschima, y que hoy se exhibe restaurado como héroe de guerra en el Museo Nacional del Aire y el Espacio del Instituto Smithsoniano, fue bautizado, antes de iniciar el fatal viaje el 6 de agosto de 1945, con el nombre “Enola Gay” en honor a Enola Gay Tibbets, la madre del piloto del bombardero, Paul Tibbets. Y la bomba que fue lanzada desde 10.000 pies de altura y estalló a 600 pies sobre las cabezas inermes de los habitantes de la ciudad y causó 140.000 muertes, fue bautizada con el muy tierno y rorro nombre “Little Boy”, “Pequeño niño”. Más escueto y hasta más apropiado por su mayor pesadez explosiva, pero igualmente coloquial, parece el nombre “Fat man”, “Hombre gordo”, que se le puso a la segunda bomba que cayó sobre las personas que habitaban Nagasaki.

Huelga decir que frente al potencial nuclear de hoy y a su capacidad destructiva, “Pequeño niño” y “Hombre gordo”, serían totes. A modo de comparación, mientras la bomba de Hiroshima, “Little Boy”, tenía una potencia de entre 15 y 18 kilotones, 15.000 toneladas de TNT, en 1961 apenas 16 años después y también como demostración de poderío y de amenaza disuasiva frente a los países de la OTAN, Rusia detonó la que se llamó “Bomba del Zar”, con una potencia de 50 megatones de TNT o 50 millones de toneladas.

Y de allá hasta acá, después de 80 años, se calcula, a pesar de todo el secreto que rodea el armamentismo, que hay más de 12.000 ojivas o cabezas nucleares en manos de 9 países, es decir, en manos de 9 grupos políticos.

Fabio Humberto Giraldo Jiménez

Profesor de Ciencias políticas de la Universidad de Antioquia, Medellín Colombia. Ejercí, además, como Director del Instituto de Estudios Políticos (5 años) y como Director general de Posgrados (5 años) de la misma universidad. Como profesor jubilado dicto actualmente una cátedra sobre opinión política y me dedico casi exclusivamente a la lectura y a la escritura de textos de opinión.

Comentar

Clic aquí para comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.