Libres para todo, esclavos de todo

“Vivo en una generación que puede acceder a todo, pero no se sacia con nada”.
– María Eugenia Gómez Arias.

Hoy 12 de agosto, mientras el mundo celebra el Día Internacional de la Juventud con discursos políticamente correctos sobre “empoderamiento” y “futuro prometedor”, el mundo grita desde lo más profundo verdades que al parecer todos queremos ignorar. Vivimos en una de las mentiras más devastadoras y exitosas de la historia: le han logrado vender a una generación que puede acceder a todo, sin medir consecuencias. Y, de manera silenciosa, tan suave y delicada, se ha arrastrado y encarnado firmemente en sus mentes la letra menuda del contrato: han llegado al punto de no lograr satisfacerse con nada. Somos una generación que grita libertad, al tiempo que vive esclavizada a las expectativas y dependencias que otros han creado para ellos.

En Colombia y gran parte de Latinoamérica, hemos diseñado sistemas educativos que premian la mediocridad y castigan la excelencia. Graduamos jóvenes que nunca han enfrentado una verdadera adversidad: que nunca han aprendido que el fracaso es parte esencial del crecimiento. Los protegemos tanto, que los condenamos a la fragilidad emocional permanente, por lo que es común encontrar jóvenes sin propósito real, sin estructura mental sólida, buscando desesperadamente algo que les dé sentido de pertenencia e identidad.

Porque lo que nuestros Estados han logrado, ha sido la creación de una generación de jóvenes que viven la ilusión de la libertad total mientras son, paradójicamente, los más dependientes de la historia moderna. Se sienten libres porque no tienen responsabilidades reales, olvidando que no existe mayor esclavitud que vivir a expensas de la libertad de otro.

Los jóvenes de hoy pueden acceder a cualquier información en segundos, pueden expresar cualquier opinión en redes sociales, pero son incapaces de asumir las consecuencias de sus actos, de mantener un empleo estable o de construir relaciones duraderas… ¿es acaso esto libertad o es la más sofisticada forma de esclavitud moderna?

Vivimos con una generación que ha crecido con satisfacción inmediata, donde el “me gusta” se convirtió en validación existencial y donde la paciencia se considera obsoleta. Pueden pedir comida, pareja, entretenimiento, validación social, todo con un clic. Y, es por esa razón, que cuando la vida real les exige esperar, trabajar, construir paso a paso, colapsan.

La verdadera tragedia no es que los jóvenes sean víctimas, sino que hemos construido un sistema que los mantiene perpetuamente como víctimas. Los infantilizamos hasta los 30 años, les decimos que todo es culpa del sistema, que merecen todo sin esfuerzo, que sus emociones e intenciones son más importantes que sus resultados.

¿Queremos jóvenes fuertes? Démosles responsabilidades reales. ¿Queremos que desarrollen criterio? Exijámosles que defiendan sus posiciones con argumentos sólidos, no con berrinches emocionales. ¿Queremos que sean independientes? Dejemos que enfrenten las consecuencias naturales de sus decisiones. Porque hasta Dios siendo Dios con todo su amor y misericordia al perdonar el pecado, permite que luego te responsabilices de las consecuencias de este.

El problema es que cuando los jóvenes enfrentan sistemas más exigentes, enseguida salen los “padres buenos” a decir que eso los hace “menos libres” (aparentemente), impidiendo que desarrollen autonomía real, competencias y capacidad de adaptación.

El desarrollo económico y social de nuestras naciones requiere jóvenes que puedan asumir riesgos calculados, mantener compromisos a largo plazo y construir sobre bases sólidas. ¿Estamos formando jóvenes para un mundo competitivo y demandante, o estamos formando adultos permanentemente dependientes que necesitarán protección estatal, familiar o criminal toda su vida? Porque ese sería el síntoma de una sociedad que no ha logrado ofrecer a sus jóvenes rutas legítimas hacia la autonomía, el propósito y la construcción de identidad propia.

Es tiempo de conversaciones incómodas. Es tiempo de preguntarnos si nuestro modelo de “proteger” a los jóvenes no los está condenando a la eterna dependencia. Es tiempo de cuestionar si la libertad sin responsabilidad no es, en realidad, la más cruel forma de esclavitud.

Los jóvenes merecen más que discursos paternalistas y políticas asistencialistas. Merecen la oportunidad de construir su propia libertad a través de la responsabilidad, su propia identidad a través del esfuerzo, y su propio futuro a través de decisiones conscientes y consecuentes.

Y como siempre, al final de todo el hilo de cuestionamientos vuelvo y me pregunto: ¿tenemos el valor de ofrecerles esa oportunidad, o seguiremos perpetuando el ciclo de dependencia disfrazado de protección?


La versión original de esta columna apareció por primera vez en nuestro medio aliado El Bastión.

María Eugenia Gómez

Politóloga. Coordinadora Local de Students for Liberty Colombia (SFL Colombia) y Chapter Leader de LOLA Caribe (Colombia). Editora de la sección de Geopolítica de AMAGI Magazine y asistente del Observatorio de Seguridad Ciudadana de su alma máter: Uninorte de Barranquilla. Activista, modelo y creadora de contenido.

Editorial Advisor de El Bastión y columnista de opinión en diferentes medios.

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