Observar con tristeza criterios que se desgarran, una pizca de respeto que nos recuerde la sensatez de ser ciudadanos a pesar de vigentes batallas que las dignidades humanas socavan, la civilidad ha sido desechada en la polarización de mentalidades malsanas.
La ciudadanía es un atributo político fruto del diálogo entre diferentes, la posibilidad de reconocer a otro ser humano como un igual: importante, faltante, aportante, soñante, frágil, pensante y valioso, amado. En la ciudadanía se manifiesta el contrato social de un número cada vez más grande de personas naturales que determinan el rumbo de su destino a través de la participación y la incidencia en las decisiones del Estado, soportado en el imperativo de la moral pública manifiesta en la legitimidad que permite la gobernabilidad desde las instituciones y establece éticamente el postulado de ser humano como fin en sí mismo.
La ciudadanía como derecho fundamental es la configuración política de la idea de que ninguna investidura construida en el imaginario social está por encima de la digna potestad del ser humano mismo. Con la ciudadanía nace el individuo, la institucionalización de la libertad, la autonomía y el libre albedrío. La ciudadanía crea la república y le da sentido al sistema democrático-liberal como modelo político-económico más perfecto (hasta el momento conocido) para la imperfección de los seres humanos.
La corrupción reside ahí, en el desconocimiento de la ciudadanía como hecho jurídico que configura la democracia, ¿cabe afirmar que hoy todos somos ciudadanos?; seguramente no.
Los primeros ciudadanos conquistan su categoría en la antigua Grecia, deliberando en el Ágora, como data en los diálogos de Platón o el banquete, la ética a Nicómaco o el juicio de Sócrates; son retratos de tal noción. La ciudadanía es una conquista de la mayoría en tanto desvirtúa la imposición tiránica de pocos; el favor de Antígona a la justicia al interpelar a la naturaleza con sensatez para trascender leyes absurdas, aún con el peso de la muerte de un ser amado prueba que la luz al final del túnel es la razón.
Esta condición jurídica ante el poder seduce a Rousseau y humanamente la implementa, tratada por Hobbes induce al alma del Leviatán a un instinto protector y de firmeza, vista por Maquiavelo que tácticamente con su determinación juega, aunque Locke aboga que hay que tener para saber tenerla, elevada por Kant es la madre de la paz, es poesía como mandato con Madison en la constitución. La ciudadanía es la joya por la que Luther King se revela y Mandela perdona sus años en prisión. Es objeto en el arma de fuego autorizada al estadounidense y en el voto determinante de las minorías excluidas cuando superan la segregación.
El abstencionismo y la apatía cívica, son simples trampas del poder político a favor de la explotación. La perversión de los valores ciudadanos lesiona la civilización.
El ser humano como animal político está predispuesto para el ejercicio del poder, pero, sobre todo, es naturalmente dependiente de la manada. Crea mercados para equilibrar el hambre de la carencia con la potencia creadora, espacio para encauzar las pasiones a partir del servicio a terceros, establecer la utilidad como retribución a la función proactiva de la existencia. Convivimos necesariamente en el escenario público porque es imposible intentar separarnos de los otros y su hacer prolongado que provee.
Las dinámicas privadas están protegidas por voluntades particulares, sin embargo, estas voluntades se amparan en la ciudadanía. Interesarse por lo público es una acción de autocuidado, intervenir en lo político que determina el orden público es responsabilidad cívica para preservar la estabilidad y la armonía. La estructura cívica está determinada en la educación base de principios y valores, el hogar es la primera escuela.
Hasta matar la memoria, morada de la honra, se ha normalizado… ¿qué cosecharán las mentiras si improperios van sembrando?
El honor del servicio público es comprendido cuando el ciudadano investido de tal categoría humildemente reconoce al pueblo como dador y dueño del mandato que ostenta, a quien toda autoridad que este ejerza, le pertenece -Pueblo se define como la manifestación política predominante de todos los ciudadanos adscritos a un territorio-. En ese sentido, respeta desde la verdad y el ejemplo en palabras, omisiones y actos. La honorabilidad yace entonces de personas capaces de gobernarse a sí mismas, aun cuando la tentación de las circunstancias pareciese más fuerte.
El buen gobierno se ha teorizado y se ha aplicado con éxito en sociedades capaces de trabajar solidaria, participativa y cooperativamente a partir de la confianza entre sectores público, privado y de la sociedad civil, capaces de construir consensos cívicos desde la transversalidad, la pluralidad y la diferencia, para una vida íntegra; evidenciando la relevancia de la ciudadanía en la cotidianidad de las relaciones humanas y la creación efectiva de valor público conjunto desde una base heterogénea y espontánea de individuos que generan bien-estar.
Clamor de afecto, una patria fracturada. La ciudadanía es amor al prójimo y propio, como premisa pragmática.
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